Sobre el cine difuso.
Si tenemos presente que no debe haber género más maltratado por Hollywood que la comedia, una película como Un Espía y Medio (Central Intelligence, 2016) no resulta tan mala después de la catarata de las últimas dos décadas de productos perezosos, aburridos y extremadamente tontos con los que nos vienen torturando los gigantes norteamericanos (catarata que por supuesto encuentra su espejo en determinados sectores de la prensa y el público que carecen de una mínima formación humanista que no sea la que brinda el mainstream, dícese de la oda al entretenimiento liviano e insignificante que no deja rastros y se agota en el acto del consumo). Aquí el director Rawson Marshall Thurber levanta la puntería con respecto a sus trabajos fallidos anteriores y redondea un film olvidable pero simpático, un mérito que pareciera escasear cada vez más en la industria cinematográfica.
En lo que atañe al apartado positivo, la obra recupera con relativa eficacia a las comedias de espionaje de antaño y combina aquellos rasgos formales con las marcas de estilo de las buddy movies y los thrillers de acción, todo ello dentro de lo que vendría a ser -a nivel de su corazón comercial- un vehículo/ exploitation personal de los protagonistas, los señores Dwayne Johnson y Kevin Hart. Lamentablemente, ya adentrándonos en los detalles menos placenteros, la propuesta también cae en una serie de problemas típicos del cine estadounidense contemporáneo que giran alrededor del guión de turno, uno que limita el histrionismo de los actores, desaprovecha destellos de lo que podrían haber sido núcleos cómicos y hasta recurre a salidas vulgares y fuera de lugar en escenas que ameritaban jugarse en serio por la idea que sobrevuela toda la historia, la de luchar contra el bullying.
La acción comienza en 1996, durante una graduación de secundaria, momento en el que las autoridades homenajean al estudiante más prometedor de la camada, Calvin Joyner (Hart), y unos imbéciles/ abusones lanzan desnudo en medio del acto al estudiante que recibió más burlas por su peso, Robbie Wheirdicht (Johnson). Veinte años después, Joyner es un triste contador que siente que ha fracasado en su vida y que sin darse cuenta termina envuelto en una trama de espionaje internacional debido a que su ex compañero Wheirdicht, ahora un musculoso agente de la CIA rebautizado Bob Stone, lo contacta vía Facebook. Lo que empieza como un encuentro inocente para recordar viejos tiempos de pronto se transforma en una investigación bastante difusa en pos de dar con el paradero de un tal “Tejón Negro”, un traidor que pretende vender los códigos de los satélites norteamericanos a un terrorista.
Desde ya que lo único que le otorga una mínima coherencia al producto es la química entre Johnson y Hart, circunstancia que por cierto no es poca cosa si consideramos que ambos por separado lejos han estado de entregar un cúmulo de opus interesantes, más bien todo lo contrario. Esto asimismo trae a colación a otro de los déficits más apremiantes del Hollywood actual, el hecho de ni siquiera saber explotar la capacidad -dramática, cómica, física, etc.- de intérpretes que no son una maravilla pero sí profesionales adiestrados por la misma industria, a los que suelen dejar flotando en el vacío de obras muy esquemáticas y a mitad de camino de todo. En síntesis, Un Espía y Medio es un film apenas digno que podría haber sido mejor si se decidiese entre el delirio o la seriedad y si hubiese presionado mucho más en torno a los traumas adolescentes de Stone y el estado de insatisfacción de Joyner…