Prisioneros del juego.
Por suerte Nerve: Un Juego sin Reglas (Nerve, 2016) finamente corta la racha negativa de Henry Joost y Ariel Schulman, tanto a nivel cualitativo -porque estamos ante el mejor opus de los directores desde Catfish (2010)- como en lo que respecta a “despegarse” de los problemas que venían experimentando con el terror; recordemos para el caso el tercer y cuarto eslabón de la franquicia de Actividad Paranormal (Paranormal Activity) y la reciente Viral (2016), el otro film de este año de los señores, una mezcla fallida entre la danesa Sorgenfri (2015) y otros tantos exploitations contemporáneos de The Walking Dead. Aquí la propuesta sorprende gracias a que está bastante bien construida a nivel narrativo, el mensaje de fondo es poderoso y explícito y el combo en general llega en el momento justo, un período en el que los pasatiempos vacuos virtuales dominan el mercado de los celulares.
El film es un thriller tecnológico adolescente que retoma aquel concepto de un voyeurismo comunal y macabro de The Truman Show (1998) y 13 Game Sayawng (2006) y esa sumisión para con las herramientas de comunicación de nuestros días de las temáticamente similares Open Windows (2014) y Eliminar Amigo (Unfriended, 2014). A contrapelo de lo que nos indica el título en castellano, el juego social en el que participa la protagonista Vee (Emma Roberts) sí cuenta con preceptos muy claros: Nerve está dividido en dos bandos, los jugadores y los observadores, éstos últimos pagan un canon y deciden los retos que realizan los primeros (el player con más observadores será acreedor de una bella suma de dinero). Los desafíos deben ser grabados por el jugador, fallar o huir son sinónimos de eliminación y está prohibido revelar la existencia de Nerve a cualquier individuo fuera de la comunidad.
Como no podía ser de otra manera, el guión de Jessica Sharzer respeta a rajatabla el marco afectivo clásico de toda historia de iniciación (Vee es un tanto conservadora, así que intervenir en el juego sería un equivalente a envalentonarse y hacer cosas nuevas): por un lado tenemos una relación amorosa con Ian (Dave Franco), un “coequiper oficial” asignado por Nerve, y por el otro está el infaltable binomio de secundarios compuesto por un amigo sobreprotector, Tommy (Miles Heizer), y una compinche más linda y canchera, Sydney (Emily Meade), con toda la retórica de la competencia femenina a cuestas. Los dos primeros actos retratan el incremento en popularidad de la protagonista a lo largo de una noche de retos en cadena junto a Ian; recién en el tercer y último capítulo el tono se oscurece y la película les muestra los colmillos a la virtualidad y la cobardía del anonimato.
Un gran punto a favor pasa por la sensatez con la que Joost y Schulman utilizan a Vee como outsider para reflexionar sutilmente acerca de las redes sociales, los juegos globales para celulares, los reality shows y la construcción de la identidad en una era en donde lo colectivo -ya sea real o virtual- aparece vinculado a los extremos reduccionistas del agradar al cien por ciento de los mortales o al confrontar todo el tiempo a puro sadismo hueco e inconducente. Entre una estética publicitaria/ videoclipera bien llevada y un núcleo dramático humilde que no pretende ser más de lo que es, léase un relato adolescente de denuncia contra el dispendio lúdico bobalicón, Nerve: Un Juego sin Reglas funciona como un cartel de neón que nos llama la atención sobre la posibilidad de caer prisioneros de un esquema comunal mezquino que celebra el consumo, la rivalidad y la incomunicación…