Basta de majadería
Hay que ver lo insulso, repetitivo, inverosímil y aburrido que puede volverse un drama romántico filmado en Hollywood. Acá tenemos al enésimo enlatado de chica que conoce chico, en entorno amable y paradisíaco. Ella (Julianne Hough, una versión insalubre de Jennifer Anniston) prófuga de la justicia pero de buen corazón, chica risueña que atravesó malas experiencias, va a parar a un pueblito tranquilo, de gente agradable, en el que sin dificultad alguna obtiene un trabajo y puede alquilar una cabaña a orillas del mar. Para mejor, conoce a un buen partido (Josh Duhamel) el típico tipo lindo, buena persona, atento y maduro, que casualmente atravesó también infortunios recientes. Como para dar muestras de que es un hombre serio, es además un joven padre que se hace cargo solo de dos críos, luego de la muerte de su esposa.
Hay que ver los recursos baratos integrados como para intentar acercar este meloso pastiche al thriller: la casa filmada desde tomas distantes, los sonidos en la noche, las falsas alarmas, las esporádicas apariciones de oficiales de policía. Todos artificios a los que se echa mano pretendiendo aportarle algo de suspenso a una trama intrascendente.
Un tono empalagoso y bobalicón recorre toda la película y son presentados personajes carentes de profundidad psicológica: a la protagonista no le cuesta nada enamorarse y confiar en un hombre al poco tiempo de haber salido de una relación violenta y traumática; el viudo da muestras de haber superado plenamente el reciente fallecimiento de su esposa, y los hijos de él aceptan más tarde a la nueva integrante de la familia sin dar muestras de celos ni de molestia alguna. No hay matices, no hay conflictos internos, no hay dudas, sólo sentimientos inmaculados, puros, unidireccionales. Probablemente como consecuencia de esto y de la mala dirección de actores, la “química” entre los personajes, -ese encanto peculiar tan difícil de construir- se vuelve inexistente.
Cabe preguntarse si al director sueco Lasse Hallström le estará irrigando bien la sangre al cerebro, porque últimamente sólo ha filmado cosas intragables. Parece mentira que un director que supo hacer un par de buenas películas en su país natal y alguna más en Estados Unidos (Quién ama a Gilbert Grape, Las reglas de la vida), haya perdido hoy cualquier atisbo de inquietud, gracia o creatividad.
Quizá el único mérito de esta película es que integra dos vueltas de tuerca, de esas que resignifican sustancialmente la trama, una a la mitad del metraje y otra al final, que no se ven venir. Pero finalmente quedan como dos pequeños puntos aislados que de ninguna manera podrían mejorar una película cuya calidad serpea constantemente a niveles subterráneos.
Publicado en Brecha el 30/8/2013