La ya clásica familia disfuncional que parece indispensable en cualquier film que aspire a ser considerado indie está aquí integrada por escritores. Uno, papá, ya consagrado, pero ahora estancado en su creatividad desde que no ha podido digerir el abandono de su ex mujer, pasa más de una noche espiándola furtivamente en su intimidad con el nuevo marido. El hijo menor, adolescente, ha heredado su vocación literaria y su espíritu romántico, que por ahora vuelca sobre una compañerita de estudios presa de su adicción a las drogas.
La hija mayor, ya universitaria, es su opuesto: prefiere la literatura (a la que se dedica con pasión y disciplina) al amor, del que descree; en los hombres sólo ve fugaces compañeros de aventuras sexuales. Todo por culpa del golpe que significó para ella el divorcio de los padres y en especial el adulterio cometido por su mamá, a la que ahora detesta.
No es el mejor panorama para llegar al Día de Acción de Gracias, el encuentro de familia con el que se abre la historia, bastante prometedora en ese punto por la personalidad definida de sus personajes y por la diversidad de conflictos que presenta cada uno. La temporada en la casa de la playa parece anunciar un retrato sensible y con posibles derivaciones hacia lo romántico, el drama familiar, las crisis de los adultos y las confusiones de los jóvenes, También, es cierto, amenazan con multiplicarse los apuntes sobre el mundo literario, visto desde una perspectiva bastante ingenua y sobrecargados de conceptos que quieren ser sesudos y suenan forzados.
No sería esa la peor falla de Un lugar para el amor porque al menos hay aciertos en el tono narrativo -ni demasiado ligero ni demasiado grave-, en la pintura de ambientes y en la descripción de los personajes, incluidos algunos de breve intervención. Y porque cuenta con un grupo de actores cuya naturalidad contrarresta bastante los clichés. Lo grave es la tendencia de Boone a recurrir al Hollywood más convencional con el envoltorio de un cine independiente que ha ido despojándose de esa herencia, en buena medida porque ya ha creado sus propias tradiciones y su propia galería de lugares comunes. Ya sobre el final, cuando -como cabe imaginar- se desembarca en la nueva escena del Día de Acción de Gracias que servirá de cierre, la colección de convencionalismos ha llegado al borde de la sobredosis.