Su alma sigue bailando...
La situación es la siguiente: Werner Herzog, autor mítico del “nuevo cine alemán” de los ’70, aceptó dirigir en Hollywood una remake de Un maldito policía (Bad Lieutenant, 1992), aquel clásico de culto del también enajenado Abel Ferrara, representante insignia del cine independiente norteamericano de los ’80 y ‘90. Las circunstancias contextuales no dejaban mucho margen para las predicciones por lo que el resultado de la aventura era toda una incógnita. Un maldito policía en Nueva Orleans (The Bad Lieutenant: Port of Call - New Orleans, 2009) es un film extraordinario que se abre camino a pura exuberancia y desenfado, una verdadera anomalía que combina sin prejuicios el drama criminal con la comedia negra, la sátira social y los apuntes alucinatorios- surrealistas. Nada quedó de la redención harcore con aires católicos de la original, la irreverencia cínica tomó su lugar.
El convite se torna todavía más bizarro si consideramos que el protagonista absoluto es Nicolas Cage, el cual no entregaba una obra interesante desde la lejana El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002): por suerte en los últimos tiempos ha vuelto a su mejor forma, pensemos en Cuenta regresiva (Knowing, 2009). Su Teniente Terence McDonagh prácticamente no tiene contacto con el personaje alguna vez interpretado por Harvey Keitel, factor decisivo que se desprende además de la confesión por parte de Herzog en relación a que jamás vio el opus de Ferrara (desconocimiento que llega al punto de que ni siquiera sabe quién es el neoyorquino). Ambientada en la ciudad del título durante los meses posteriores a la devastación provocada por el Huracán Katrina, la película del alemán no evade las tragedias que expone sino que se sumerge en ellas con ironía y gran realismo.
Nuevamente nuestro terrible “oficial de la ley” está empantanado hasta el cuello en el asesinato, el robo, la corrupción, las apuestas, el estupro y la adicción a las pastillas, la marihuana y la cocaína. Sin solemnidad o pedantería acartonada, el excelente guión del veterano William M. Finkelstein retrata las contradicciones del accionar policial a través de varias líneas de desarrollo paralelo: tenemos la relación de McDonagh con su padre alcohólico Pat (Tom Bower), su vínculo afectivo con la prostituta de lujo Frankie Donnenfeld (Eva Mendes), los problemas con el corredor de apuestas Ned Schoenholtz (Brad Dourif), los “arreglos” que atesora con el responsable del depósito de evidencias Mundt (Michael Shannon), etc. La coyuntura trágica está dada por la masacre de cinco inmigrantes senegaleses a manos de uno de los capos del narcotráfico de la zona suburbial.
El relato se balancea entre la vertiente investigativa símil thriller, los chispazos de un humor extremadamente crítico y las secuencias orientadas al retrato de otro de los típicos antihéroes trotamundos del director. Sólo hace falta recordar su legendaria pentalogía con el inolvidable Klaus Kinski o el díptico con Bruno S. para tomar conciencia de hasta dónde puede llegar el hombre en su afán por registrar tanto las actitudes individuales más difíciles de asimilar por el colectivo social como los páramos más oscuros y recónditos de la enigmática naturaleza. Toda su producción se ha caracterizado por un constante porfiar a favor de los misántropos de índole quijotesca: desde sus primeros trabajos de fines de los ’60, pasando por la consagración de los ’70 y el período ulterior dedicado en esencia al formato documental, hasta la vuelta reciente a la ficción a partir de Invincible (2001).
Según el cineasta la utopía visionaria y las luchas idealistas siempre aparecen amalgamadas a la autodestrucción progresiva, los ataques del entorno y el desbordar la frontera que separa cordura y psicosis violenta. En este sentido la posibilidad de colaborar con Cage, todo un experto en la sobreactuación, le vino como anillo al dedo: al igual que Christian Bale en la anterior Rescate al amanecer (Rescue Dawn, 2006) o el mismo Michael Shannon en la próxima My Son, My Son, What Have Ye Done (2009), el californiano desparrama impetuosidad y valentía (en este caso mezclando el reptar de Quasimodo con los exabruptos de Sledge Hammer y/ o Harry, el sucio). La bella fotografía de Peter Zeitlinger y la música incidental de Mark Isham, más detalles como la selección de las canciones o la enorme imaginación en la puesta en escena, hacen que el combo funcione de maravillas.
Para los que hemos seguido la trayectoria de Herzog a lo largo de los años este no es el “gran regreso” del realizador por la sencilla razón de que nunca se fue a ningún lado. Si bien es cierto que es su primer estreno comercial en Argentina en más de veinte años, sus trabajos, cada vez más inaccesibles para el público masivo, no han dejado de obnubilarnos década tras década. De hecho, podríamos afirmar que su propio ímpetu perseverante e iconoclasta es el encargado de armonizar esa fuerza visceral que no deja nada en pie con las descripciones preciosistas de un universo vital en franca descomposición. Los conflictos culturales, ideológicos, sociales, procedimentales y éticos son el eje de una carrera única en la historia del séptimo arte. Las iguanas que piden libertad, el interrogatorio en el geriátrico y el alma que baila breakdance son manifestaciones concretas de esta sardónica genialidad.