Una tersa superficie de tensiones
Son muchos los ejemplos en donde cierto cine de tendencia moderna (en la acepción más llana de la palabra: un cine que rompe con tradiciones clásicas) juega con construir una tensión que genere la expectativa de un futuro desencadenamiento de acciones sin que estas verdaderamente sucedan.
Esa construcción (que le debe mucho a cierta lectura que se ha hecho de Michelangelo Antonioni) es distinta, en cambio, a cierto cine de tradición manierista (en la acepción estilística más académica de la palabra: un estilo artificioso que torsiona las formas de lo clásico pero que podría ser confundido como representante de aquel estilo) que juega a construir situaciones aparentemente sin grandes saltos o conflictos pero que, sin embargo, están plagados de tensiones internas (las películas de final de carrera, al menos aquellas post 1956, de Howard Hawks y John Ford, pueden dar perfecta cuenta es esto).
Al segundo grupo pertenece Un método peligroso, película escurridiza como una víbora, en estado de gracia, en vibración constante, como si nadáramos en un lago con un jacuzzi en las profundidades que cada tanto deja entrever algunas burbujas de eso que pugna por salir a la superficie.
Sin embargo, Cronenberg no sólo depura su sistema narrativo (el Cronenberg post-Una historia violenta parece, insisto, parece muy distinto a aquel romántico de La mosca, Pacto de amor, M. Butterfly o el director que se cuestionaba los límites de la percepción con eXistenZ, Almuerzo desnudo, Videodrome… ni hablar del Cronenberg gore de los años '70 y '80 con Shrivers, Rabia, Cromosoma 5 o inclusive Scanners) sino que vuelve a él. Allí es donde debemos buscar una película suya que da la clave para pensar Un método peligroso ¿Cuál? Crash: Extraños placeres. ¿Si me volví loco? ¿Si hay dos películas más opuestas en el tratamiento del mundo que proponen dentro de la obra de Cronenberg?
Ahí donde el método de Crash se sostiene a partir de la expresión, de la corporalidad, de la profusión sexual, en Un método peligroso todo es contención victoriana. Error. Esa es la tersa superficie del lago que debajo de sus pies tiene las burbujas que pugnan por salir ¿Entonces qué tienen en común? Bien: Crash se vale de una novela relativamente mediocre para lo que es la obra de Ballard y literalmente la da vuelta como una media.
Con aquella película, Cronenberg se propuso quitar toda la sociología de tablón del autor para sólo mantener el centro vacío de lo sexual, esto mismo postulado como confesión de parte de los personajes (“esta supuesta fascinación con los accidentes es la mejor excusa para conseguir una cogida”). Pero Cronenberg no hizo meramente una soft-porn ni una película sobre un futuro diatópico. Puso al sexo en el centro para derribar ese mito. Sexualizó su película para agotar el recurso. Lo sexual, entonces, como una excusa perfecta para hablar de lo mental, que era lo que importaba allí.
Aquí, en Un método peligroso, la estrategia se invierte pero se mantiene: también se utiliza una obra de base sobre la cual se quita el contenido psicoanalítico, la base de sustentabilidad de lo narrado para dejar un relato terso y desnudo sobre las construcciones mentales. Puntualmente, la película es un falso acercamiento al psicoanálisis (para quien busque eso váyase olvidando).
Por el contrario, conciente de esa expectativa generada, se dedica a poner los juegos mentales en el centro (es una película que se disfraza de simbolista pero tiene un centro vacío, paródico, tan socarrón como la media sonrisa constante del Freud de Viggo Mortensen), pero al poner lo cerebral en el centro logra hacerse cargo de la cuestión que vibra, que es la carga sexual. En este sentido, el sexo que hay en la película es poco y tratado con cierta distancia (la presencia clave de los objetos y de los espejos construye esa distancia de los cuerpos entre si) justamente porque lo sexual está en lo hablado, en lo cerebral (hay, si se quiere, algo del Stanley Kubrick de Ojos bien cerrados en ese idea del sexo como una actividad mental).
El resultado termina siendo extraño, agobiante y tensionador. Y nunca se hacen grandes olas pero siempre estamos en el medio del Triángulo de las Bermudas de los tres protagonistas y su mejor invención: el mejor sexo está ahí afuera, en el imaginario que construyen ellos sin saberlo. Pasan los años y Cronenberg se depura más y más. O quizás este haya sido el límite: Cosmópolis parece una vuelta a las viejas épocas. Veremos cómo continúa.