David Cronenberg es uno de los más grandes directores de cine vivos y en actividad. No es una afirmación caprichosa. Desde sus comienzos a fines de los ’60, casi en los ’70, y al igual que Steven Spielberg y Martin Scorsese, viene estrenando film personales, a veces no tan exitosos comercialmente, pero con un nivel de calidad por encima del de la mayoría de sus colegas. Un artista que, aunque no temió reinventarse a sí mismo, jamás dejó de ser fiel a sus preocupaciones temáticas. ¿Cuántos realizadores pueden jactarse de haber filmado obras maestras como Cuerpos Invadidos (título argentino de Videodrome), La Mosca, Pacto de Amor y Una Historia Violenta, entre otras? Además, sus películas son esperadas y adoradas por los freaks más deformes y por los intelectuales más cultos, curiosos privilegio que comparte con su tocayo Lynch y con cineastas orientales como Takashi Miike.