El antimaniqueísmo hecho fábula
Aquella exacerbación dramática que pudimos encontrar en films como El Orfanato (2007) y Lo imposible (2012) vuelve a darse cita en la nueva apuesta del realizador J.A. Bayona, todo un especialista en la ampulosidad bien canalizada, esa que subraya la fortaleza espiritual…
La bella y taciturna Un Monstruo Viene a Verme (A Monster Calls, 2016) redondea lo que podríamos definir como la personalidad cinematográfica de J.A. Bayona, un director muy valiente que en sus tres películas ha sabido usufructuar -con una apabullante convicción- el melodrama más sobrecargado y lacrimógeno. Sus méritos adquieren una proporción inusitada si recordamos que gran parte del cine contemporáneo está en manos de burgueses timoratos y cínicos cuyo “ideario” principal se ubica en las antípodas de la sinceridad propuesta por el español (los palurdos detrás de cámaras también encuentran su reflejo en un público cada vez más insensibilizado). En este, su segundo opus en inglés, consigue pulir aquella dialéctica de la vehemencia y las tragedias familiares, bajando sutilmente la intensidad para que el devenir se sienta más armónico y el naturalismo domine la narración.
Como en las anteriores El Orfanato (2007) y Lo Imposible (2012), estamos ante un relato de reconstrucción en función de la pérdida de un ser querido y el duelo subsiguiente, un esquema que apunta a la madurez y el crecimiento psicológico en la praxis diaria por sobre cualquier indicio de infantilismo bobalicón modelo hollywoodense. Precisamente, el convite retoma el tesoro máximo de la niñez, léase la imaginación creativa/ destructiva, para dar forma a una fábula antimaniquea en la línea de las gloriosas Bandidos del Tiempo (Time Bandits, 1981), La Historia sin Fin (The NeverEnding Story, 1984) y El Laberinto del Fauno (2006). El film en cierta medida también está emparentado con una obra reciente de tono inconformista, Mi Amigo el Dragón (Pete’s Dragon, 2016), un trabajo quizás más volcado hacia el indie norteamericano un tanto tristón pero igual de perspicaz y meticuloso.
Hoy el gran protagonista es Conor O’Malley (Lewis MacDougall), un nene británico que arrastra la estela de sufrir bullying en el colegio y tener padres divorciados y corazón de dibujante. Sin embargo su verdadero martirio se centra en el cáncer que padece su madre (Felicity Jones), circunstancia que lo condena a depender de su abuela (Sigourney Weaver), con quien no se lleva bien, y su padre (Toby Kebbell), un hombre que vive en Estados Unidos y posee otra familia. Todo el asunto deriva en pesadillas sobre la desaparición de su progenitora, las que a su vez desencadenan la llegada -en un plano difuso entre la realidad y los territorios oníricos- del ser del título (Liam Neeson), un árbol antropomorfizado que promete contarle tres historias que obviarán la partición de la humanidad entre buenos y malos, a condición de que el jovencito asimismo le relate un cuento al “monstruo” al final.
Bayona logra que todo el elenco interactúe en perfecta sintonía y aprovecha al máximo el guión de Patrick Ness, a partir de su novela homónima: en especial sorprende el desempeño del pequeño MacDougall, aquí despachándose con una actuación que va desde el sigilo hacia el pulso visceral y la efervescencia del dolor no asumido, el cual termina explotando de maneras violentas y “bien cotidianas” (en contraposición a las soluciones mágicas y la canalización escapista del mainstream adepto a la forma y las escenas de acción por sobre la sustancia y el desarrollo sensato de personajes). En Un Monstruo Viene a Verme la muerte no aparece maquillada y la desmembración afectiva se trabaja desde la fortaleza minimalista del hogar y lo imprevisto, hoy homologado con lo inevitable. La aceptación de la verdad y el potencial sanador de la imaginación son los ejes de una obra encantadora…