Nueva expresión de la creatividad de Wes Anderson
Es una nueva expresión de la creatividad de Wesley (Wes) Wales Anderson (1969), autor de filmes tan peculiares como Tres es multitud, Los excéntricos Tenenbaum y Vida acuática , inspirada en los documentales de Jacques Cousteau. Un reino... se inscribe en la misma línea estilística.
La película está ambientada en 1965, cuando aún persistía una cierta inocencia. Y el escenario elegido es la agreste isla de New Penzance, situada en las costas de Nueva Inglaterra.
La historia está narrada desde la óptica de dos adolescentes: Sam y Suzy, interpretados por los debutantes en el cine Jared Gilman y Kara Hayward. Sam tiene doce años y es huérfano. Los padres de Suzy (Murray y McDormand) son abogados y ella, la mayor de cuatro hijos.
Sam es boy scout y uno de los integrantes del campamento Ivanhoe, asentado en aquella geografía. Por los malos tratos que recibe de su familia adoptiva y el permanente rechazo de sus compañeros, decide fugarse. Pero lo hace en compañía de Suzy, de quien está enamorada.
La desaparición de los dos adolescentes moviliza a los padres de Suzy, al líder del campamento de boys scouts (Norton), a una agente del servicio social (Swinton) y al policía Sharp (Willis), un hombre de pocas luces, que mantiene una relación secreta con la madre de Suzy.
Pero la historia no concluye allí, porque el director va acumulando alternativas --incluida una tormenta tropical--, con la idea de oponer la creatividad de los chicos y su sentido de la libertad, a la nulidades de los adultos.
El propio director reconoció haberse inspirado en tres filmes de la década de 1970, que abordan temas similares: La piel dura (L'argent de poche, 1976), de François Truffaut; Black Jack (1978), de Ken Loach; y en especial Melody (1970), de Waris Hussein, basado en el primer guión para el cine de Alan Parker, que asumía un franco partido por el mundo infantil y sus verdades.
Anderson definió su película como "una historia sobre lo que significa enamorarse de niño". Pero el resultado supera ampliamente esa variable argumental, porque el director se propuso, también, bucear en los recuerdos de su propia infancia.
Una función clave la cumple la música del británico Benjamin Britten, incluido The young person's guide to the Orchestra, que Leonard Bernstein grabó en los años sesenta, y la canción Le temps de l'amour, interpretada por Francoise Hardy.
Y el filme concluye, mientras pasan los créditos, con una clase práctica sobre los sonidos producidos por los distintos instrumentos musicales de una orquesta sinfónica, bajo la batuta de Alexandre Desplat y la narración de un niño, que agradece a los espectadores que se quedaron en la sala para escuchar ese precioso e ilustrativo final.