La aventura del amor, según Anderson
Las historias de aventura con niños no son frecuentes en el cine de hoy en día. Allá en el recuerdo quedan obras maestras como Stand by me (1986) de Rob Reiner. Porque nos referimos a historias bien contadas, en las que se resalta la pureza infantil y al mismo tiempo se hace un tratamiento maduro en el que se explica el pasaje de la inocencia (siempre presente) a la madurez, pero siempre conservando la avidez por descubrir cosas nuevas, y el sentido de rebeldía.
Con esta premisa retorna a la pantalla grande el genial Wes Anderson, que con su puesta en escena llena de travellings, gran angulares y planos fijos, arma un producto hermoso, caracterizado de forma magistral por un reparto de lujo, en el que se destacan los dos jovencitos protagonistas que sin dudas serán una de las grandes revelaciones en esta nueva década: Jared Gilman y Kara Hayward.
El director de The Royal Tenenbaums (2001) y recientemente de Fantastic Mr. Fox (2009) ofrece una historia bellísima sobre la búsqueda del amor, una versión isleña, pueblerina y políticamente incorrecta de Romeo y Julieta, pero mucho más divertida y perspicaz. Todo musicalizado de forma magistral por el genio Alexandre Desplat, y con un guión excelente escrito por el propio realizador y el poco conocido en el mundo del cine (salvo por la anterior película de Anderson en live action, The Darjeeling Limited) y más conocido en el panorama de los videoclips, Roman Coppola., hijo del gran Francis Ford Coppola.
El ritmo y la cadencia con el que está contada la historia, más la gran dirección de actores (sobre todos los chicos, que hacen un papel genial, como el grupo de scouts) son admirables, y no dejarán indiferentes a unos espectadores ávidos de historias divertidas y bien narradas con el lenguaje cinematográfico. Anderson suele escapar a los vicios del formato, inclinándose por una puesta en escena más bien teatral, pero en este caso, ayudado por la buena fotografía de su eterno colaborador, Robert D. Yeoman, con grandes encuadres en locaciones naturales y mucho exterior, esta vez no se da tanto este fenómeno.
En sí, Moonrise Kingdom (2012), un reino bajo la luna que se muestra como aquel lugar donde uno manda, sea donde sea, mientras lleve consigo su yo, sus sentimientos, lo que lo hace a uno mismo, es un ensayo muy entretenido sobre la infancia, la rebeldía y el amor más sincero, el que nos define, donde el cine, aún siendo una excusa, lo hace aún más bello.