La soberbia culinaria.
El cine una y otra vez nos regala historias de crisis y reconstrucción personal que hacen honor a la esencia manipuladora del medio y a ese encanto inclaudicable relacionado con ser testigos de un relato que por lo general no tiene muchos puntos en común con el mundo circundante, lo que por supuesto no implica que -incluso así- no estemos dispuestos a extrapolar algún que otro “detalle” del film en cuestión a través de los engranajes de la memoria emotiva y la identificación. La interpretación hollywoodense de esta fórmula símil ave fénix suele concentrarse en el campo familiar (se desata un popurrí de calamidades entre los parientes cercanos del protagonista) para volar de inmediato hacia el desequilibrio y los cambios individuales de turno (así vemos desfilar tópicos tradicionales de este tipo de propuestas como el comportamiento compulsivo, el resquemor y la superación escalonada).
Una de las grandes cuentas pendientes dentro del mainstream es la dimensión laboral, un terreno que se pasa por alto en los guiones o no se lo analiza con el empeño dramático del que gozan los resortes fraternales, románticos, filiales, paternales, etc. Se podría decir que Una Buena Receta (Burnt, 2015) no sólo viene a compensar este déficit de nuestros días, sino que además cumple la misma función que Chef (2014) había desempeñado hace no tanto tiempo: reemplazando el pulso de comedia y la estructura vinculada a las road movies -características principales de aquel opus de Jon Favreau- por un tono más trágico y una espiral narrativa que mezcla la vuelta de un exilio autoimpuesto con los celos profesionales, esta nueva película de John Wells ofrece una versión arrogante y pomposa del mundo de la “alta cocina”, restituyendo el lugar que el trabajo tiene en el apuntalamiento de la identidad.
Hoy es Adam Jones (Bradley Cooper) el diletante de los manjares más exclusivos, un señor que debido a sus adicciones y su perfeccionismo maniático destruyó su carrera como chef en París, circunstancia que derivó en un viaje a New Orleans y una expiación personal bastante curiosa, centrada en pelar un millón de ostras. Cumplida la condena, Adam vuela a Londres donde comienza a mover sus contactos y efectivamente consigue montar un nuevo restaurant con dinero de Tony (Daniel Brühl), un antiguo correligionario de su “período francés”, y un plantel encabezado por Helene (Sienna Miller), una colega y madre soltera. La soberbia de Jones constantemente lo impulsa a maltratar a todos los que no llegan al elevadísimo estándar que traza para sí mismo, el cual está direccionado hacia la obtención de su tercera “estrella Michelin”, galardón de una afamada guía de restaurantes y hoteles.
Aquí el realizador Wells, quien viene del drama coral Agosto (August: Osage County, 2013), y el guionista Steven Knight, también director de la interesante Locke (2013), llevan adelante un relato previsible aunque correcto que saca partido -desde la efusividad y la inteligencia- de temas poco examinados por el cine contemporáneo como la convivencia laboral, las guerras del gremio, el fantasma de los mentores, las estrategias para sobrellevar la presión, el miedo al fracaso, el rol de la prensa, la viabilidad de los proyectos a mediano plazo, etc. Cooper está a la altura del desafío y no desentona ante sus compañeros Brühl y Miller, dentro de un gran elenco que incluye participaciones de Emma Thompson, Uma Thurman y Alicia Vikander. Más allá de los clichés en el desarrollo, la obra constituye un retrato ameno del círculo vicioso del dolor, la pedantería y el fetiche de tercerizar culpas…