El imperio de las imágenes:
Una chica invisible (2020), opera prima del realizador argentino Francisco Bendomir, pone en el tapete el lugar de los hijos, la violencia de género y los efectos del uso desmedido de la tecnología en nuestro tiempo. Esta abundancia de temas y situaciones conexas es abordada desde la comedia (recurriendo al enredo, al humor negro y a elementos de la parodia) y el hilo conductor que las hilvana es la problemática de construir un espacio de intimidad.
A nivel narrativo, la película está organizada a lo largo de dos días, con una estructura temporal que arranca con una secuencia desplazada de la diégesis, la cual luego será retomada para avanzar hacia el final. El mundo de los cuatro personajes principales está delineado por la labor de arte y se va enriqueciendo al incorporar ciertos recuerdos de su pasado infantil o reciente.
Andrea (Andrea Carballo) es una mujer joven y actriz, que ha decidido separarse recientemente de Mauro (Pablo Greco), un hombre joven que trabaja en un maxikiosco. La discordia de los sexos se aborda en este vínculo al plantear el desencuentro entre el amor de tipo fetichista del lado de Mauro que, solo puede verla como un objeto sexual que quiere con exclusividad para sí mismo (y desconfiando de posibles otros hombres); y el tipo erotomaníaco del amor del lado de Andrea, que espera de su partenaire una palabra de amor y de aliento para desarrollarse libremente en su profesión.
El carácter posesivo de Mauro y sus celos paranoicos lo llevan a contratar los servicios de Daniel (Javier de Pietro), un técnico en informática, para poder espiar los movimientos de Andrea en Internet. Daniel, que resulta conocer a Andrea desde su infancia, es un hombre impotente en cuanto a sus habilidades sociales con las mujeres, por lo que aprovecha la misión que le encarga Mauro para satisfacer sus apetitos voyeuristas instalando cámaras ocultas en el departamento de Andrea. Al mismo tiempo, Daniel no sabe cómo arreglárselas con su hija Juana (Lola Ahumada), una traviesa niña de 11 años que, con su humor cínico y su aura gótica, evoca a una suerte de Merlina Adams posmoderna.
Los videos virales en Internet son el puntapié del lazo cómplice que une a Juana y Andrea más avanzada la trama. Juana está atiborrada de objetos tecnológicos. Un día sube un video realizando un fallido juego del cuchillo donde se corta un dedo, con el cual obtiene rápidamente muchísimas visualizaciones. La mirada es constituyente del sujeto. Abandonada por su madre y a falta de un lugar en el padre que le dé soporte simbólico a su narcisismo (tomado como está en su perversa obsesión por Andrea), Juana apela a hacerse ver a partir de la imagen virtual como tentativa de solución a su soledad.
Esa solución se revela fallida porque, pese a la visibilidad adquirida, produce un efecto de rechazo y de desalojo subjetivo. Aquí es interesante pensar la problemática del acceso ilimitado a la tecnología por parte de los niños, quienes no están en condiciones subjetivas de poder procesar o manejar los efectos de exposición en las redes sociales (ya se trate del grooming, los haters o la fama).
Por su parte, Andrea está deprimida y ha recaído en el consumo de alcohol a partir de viralizarse el video de una fallida audición de teatro. A esto se suma la persistente mirada intrusiva del ojo que todo lo mira y todo lo controla, representante del acoso machista de su ex novio y del voyeurista perturbado.
La chica invisible del título de la película, que en la trama toma cuerpo a partir del manga japonés que está leyendo Juana (y se ve como un corto animado en clave fantástica), es aquello que identifica tanto a Juana como a Andrea. Para ambas se trata de lidiar con la omnipresencia de una mirada sin fisuras que las deja escrachadas y que no es infrecuente en este contexto, junto a la aparición de fantasías de muerte o de desaparición. Juana intenta perderse para medir qué lugar ocupa en el deseo del padre, en tanto que la situación de Andrea refleja el problema de frenar la violencia que rebota en los miles de ojos ciegos y anónimos de Internet.
Vivimos en el imperio de las imágenes: cámaras de seguridad, videos de YouTube, selfies, marketing digital, acoso, escraches virtuales, porno-venganza. La vida pasa por múltiples imágenes que irrumpen y revientan nuestras pantallas, sumado a que el tiempo de pandemia nos encuentra hiperconectados. Internet en sí misma no es ni buena ni mala; se trata más bien de pensar los usos que se hacen de ella. En este marco, el mérito de Una chica invisible es hacer un buen uso de la comedia. De esta manera, consigue sortear los golpes de efecto y las bajadas de línea moral, entrando desde el humor para que podamos pensar los efectos subjetivos en la época de la disolución de los límites entre lo público y lo privado.