El amor es más fuerte
El premiado director Diego Lerman vuelve a la pantalla grande, después de La mirada invisible y Refugiado, con una historia conmovedora, y a la vez, difícil de digerir.
Malena (Bárbara Lennie) es una mujer joven y de buen pasar económico, pero a la que la vida le ha puesto muchas trabas en su camino de ser madre. Al ejercer su profesión como médica, mantiene contacto con colegas, entre los cuales está el doctor Costas (Daniel Aráoz) que trabaja en un hospital público en la provincia de Misiones, y pone en contacto a Malena con una mujer embarazada que decide dar en adopción a su hijo por nacer. Por supuesto, las cosas no serán sencillas, ya que no solo se necesita voluntad para adoptar, sino que deberá enfrentarse a toda la burocracia que conlleva el proceso, lo que la hará cuestionarse hasta dónde es capaz de llegar para cumplir con su deseo.
Lerman ya ha demostrado en varias oportunidades que no es un director que especula con el espectador ni tampoco lo hace con la historia que quiere contar. La trama, en este caso, es poderosa, llena de momentos donde la emoción y el suspenso encuentran su punto justo para sobresalir y atrapar a quien la esté mirando.
Todo el peso de la historia lo carga Lennie. Su interpretación está a la altura de las circunstancias y sorprende gratamente, pasa por todos los estados emocionales que un ser humano puede vivenciar, llegando a un resultado satisfactorio. El resto del elenco (Aráoz en buena medida) también hace su parte de manera correcta, nadie busca ponerse por encima de su papel, todos siguen una misma línea y no desentonan para nada con lo que les tocó.
El tema del tráfico de personas no es algo que pueda tomarse muy a la ligera. De hecho, otros directores hubieran utilizado la idea a su favor para poder concebir una película moralista, sin caer en golpes bajos ni tomar riesgos, y hasta con cierta carga denunciativa. No es el caso de Una especie de familia, un filme que toma todos los caminos habidos y por haber, que no se achica a la hora de mostrar la realidad de su protagonista en toda su crudeza y desesperación, que no cae en el relato fácil y mantiene una narrativa casi poética, gracias al guion de Diego Lerman.
Es un gran mérito poder contar una historia tan compleja de una manera tan simple. El director comprende los momentos en los que las palabras sobran y una sola mirada/gesto puede lograr conmover al espectador. Como se mencionó al principio, es una película dura, fuerte en su contenido, pero a la vez muy llevadera y emotiva, ideal para dejarse envolver por la impecable fotografía de los paisajes norteños, que contrasta con el oscuro mundo que rodea a los personajes de esta historia.