Los oropeles de la sátira.
Quizás cueste recordarlo pero hasta no hace mucho tiempo cada vez que florecía un bello escandalete en el ámbito cinematográfico era por alguna película -más o menos valiosa a nivel cualitativo- que había afectado la sensibilidad de algún grupo/ sector de poder con un cierto margen de influencia. En la actualidad dichos exponentes más que tumulto social lo que generan es ruido mediático, un subproducto que se cotiza alto en materia de publicidad y que en colectividades muy conservadoras como la norteamericana puede derivar en proscripción o censura lisa y llana. Si obviamos estos ataques anacrónicos a la libertad de expresión, lo más patético del asunto se reduce a la idiotez de todas las partes involucradas en esta cadena pueril de sonseras sin sentido a la que estamos acostumbrados hoy por hoy.
El caso de Una Loca Entrevista (The Interview, 2014), una parodia sumamente mediocre alrededor de la figura de Kim Jong-un, el dictador regente en Corea del Norte, pone de relieve las fauces intervencionistas de los organismos gubernamentales de Estados Unidos (que utilizan cualquier pavada como excusa para profundizar la propaganda contra el enemigo del momento y ampliar su esfera de competencia), la cobardía de la dirigencia hollywoodense (que suelta de inmediato las manos de los cineastas ante el resoplido de las siglas CIA), y la obsecuencia de la crítica y el público estándar de los productos industriales (incapaces de leer absolutamente nada más allá de esta nueva colección de chistes robados a Mel Brooks y el trío compuesto por Jim Abrahams y los hermanos Jerry y David Zucker).
¿Pero de qué va la película en concreto? Hablamos de un film insignificante y por demás olvidable que combina la premisa satírica básica de cualquier capítulo de South Park con un tono irreverente en sintonía con las obras de la dupla Larry Charles/ Sacha Baron Cohen, léase las maravillosamente enajenadas Borat (2006), Bruno (2009) y El Dictador (The Dictator, 2012). Por supuesto que ésta última es la principal víctima de los directores Evan Goldberg y Seth Rogen y del guionista Dan Sterling, un señor que ha trabajado en El Rey de la Colina (King of the Hill), de Mike Judge, y en la tira animada de Trey Parker y Matt Stone. Poco y nada ha sobrevivido de aquel influjo sardónico en el tratamiento degradado de los realizadores, orientado a la levedad política, la bobería y los estereotipos más burdos.
Como sucedía en los bodrios de la extinta “nueva comedia americana” de la última década, aquí la mayoría de los artilugios cómicos están destinados al orden sexual/ escatológico (resulta curiosa esta mutua identificación de dos gremios distintos, pareciera que a los muchachos -al igual que a las moscas- les encantan las deposiciones) y a los improperios por los improperios en sí (otro rasgo infantil, en esencia vinculado al placer que sienten los niños frente a determinadas palabras que consideran prohibidas y que dejan de utilizar al crecer, cuando descubren su consabida universalización entre la comunidad de hablantes). La “revelación” de la naturaleza despótica de Kim a ojos de James Franco y el propio Rogen, los engreídos televisivos de turno en pos del reportaje del título, es torpe y banal.
Más allá de la oportunidad desperdiciada de desparramar verdaderos dardos en torno a los delirios armamentistas de ambos países y sopesar el rol de los medios de comunicación en la formación de la opinión pública, en realidad la película justifica su existencia sólo en lo que respecta a la visibilización de mecanismos nada sutiles de boicot por parte del estudio (retrasos y cancelaciones del estreno comercial) y un denominado “terrorismo” informático que filtra oropeles y cae en la redundancia denunciando lo evidente (es decir, la soberbia y/ o sensación de impunidad de algunos palurdos de Hollywood). Uno no puede dejar de sonreír ante un panorama en el que cada actor de este mejunje se ridiculiza a sí mismo y saca a relucir toda la vulgaridad, corrupción e inoperancia de los estados contemporáneos…