Ser o no cera.
La muerte de Robin Williams es un llamador para que sus seguidores vean esta película. Pero esa tragedia que la publicidad sería capaz de convertir en una estrategia de mercadeo sólo forma parte de la cáscara. En Una noche en el museo: el secreto de la tumba no se ve una nueva historia sino una prolongación del relato inicial. Como si a un resto de jugo en el vaso le agregaran agua y lo volviera a servir.
Esto no se nota a primera vista. Al contrario. Los efectos especiales aparecen a todo vapor en esta tercera parte de la aventura y eso puede distraer por un rato. El guardia interpretado por Ben Stiller sigue moderando a las figuras vivientes de cera del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. El desarrollo técnico es asombroso, pero además de eso sólo hay un “ligero” cambio de escenario para “justificar” la insistencia. De Nueva York, el nudo se desplaza hacia Londres. Allí están las ruinas faraónicas originales y los héroes llegan para presentar ante el jefe una tabla egipcia que está sucumbiendo a una maldición. La amenaza puede terminar con la vida de todos los personajes que se volvieron animados.
Como gancho, el argumento a esta altura de la saga es débil y por eso la trama tiene muy poco suspenso. Los personajes pueden huir un poco más rápido del peligro, pueden destruir objetos algo más pesados, los monstruos pueden ser de unos milímetros más de envergadura en la pantalla, pero todo funciona como un parque de diversiones puesto en cámara lenta, si se piensa en las emociones reales que genera el relato. Sobre todo, para quien lo viene siguiendo desde el origen de la serie, allá en 2006. Incluso, hay personajes que parecen puestos para rellenar, como las miniaturas del cowboy y el romano que interpretan Owen Wilson y Steve Coogan.
Los ocho años que transcurrieron desde la primera película de la franquicia parecen haber sido demasiados para la llama de la pasión detrás de esta historia.
Como contrapartida, son un acierto las escenas en las que los aventureros ingresan a un cuadro de M. C. Escher movedizo para perseguirse. En ese pasaje, el filme vira al blanco y negro, lo cual provoca un contrapunto con lo que le precedía. Hay un purificador experimento de texturas y encuadres de la imagen dentro de uno de los grabados de este genio holandés de las perspectivas.
También hay una ruptura de las convenciones narrativas cuando la réplica revivida de Sir Lancelot, el caballero de armadura del mundo de las hadas y los dragones, corre hacia un teatro donde se representa un musical sobre el Rey Arturo. Allí sufre un golpe de conciencia cuando el actor Hugh Grant (el real) intenta explicarle que es todo una farsa para entretener el público.
Mientras tanto, el personaje de Robin Williams, Teddy Roosevelt, pide que se den prisa, pues está volviendo a convertirse en cera.
Una noche en el museo: el secreto de la tumba
(“Night at the museum: secret of the tomb”, EE.UU., 2014). Dirección: Shawn Levy. Guion: David Guion. Con Ben Stiller, Robin Williams, Owen Wilson. Música: Alan Silvestri. Fotografía: Guillermo Navarro. Montaje: Dean Zimmerman. Duración: 98 minutos. Apta para todo público.