Los pecados del padre.
Y Jaume Collet-Serra lo hizo de nuevo. Desde el comienzo de su carrera, exactamente una década atrás, el director ha recorrido un camino prodigioso en el terreno de ese clasicismo que el Hollywood industrial contemporáneo decidió dejar de lado en pos de soluciones facilistas a nivel formal que eluden cualquier tópico candente de nuestros días, haciendo de la cobardía, los estereotipos y el individualismo más ramplón sus principales banderas de batalla. Con la excepción de Gol 2 (Goal II: Living the Dream, 2007), un film anodino y por encargo, sus primeros pasos lo impusieron como un artesano inigualable y muy astuto, léase las excelentes La Casa de Cera (House of Wax, 2005) y La Huérfana (Orphan, 2009).
Sin embargo nada nos podía preparar para lo que seguiría a continuación, un bagaje que hoy por hoy funciona como una trilogía maravillosa de thrillers de acción que reescriben las distintas entonaciones que habilita el género: Desconocido (Unknown, 2011) ahondó en la vertiente psicológica, Non-Stop: Sin Escalas (Non-Stop, 2014) hizo lo propio con la paranoia de los secuestros aéreos, y la presente Una Noche para Sobrevivir (Run All Night, 2015) se encarga de la coyuntura suburbana y sus inclinaciones mafiosas. A esta altura podemos confirmar que la figura aglutinante de Liam Neeson no sólo establece un patrón en común sino que se erige en tanto semblante retro, acorde con las obsesiones del cineasta.
La premisa nuevamente es muy simple y en esencia constituye la mayor prueba del talento del señor en lo que respecta a la construcción de un andamiaje narrativo alrededor del viejo y querido “conflicto entre camaradas”: aquí la amistad que se fractura es la de Shawn Maguire (Ed Harris) y Jimmy Conlon (Neeson), el primero un cabecilla criminal y el segundo su sicario predilecto de antaño. Por supuesto que ambos salen de una suerte de retiro cuando Conlon -para defender a su hijo- asesina al vástago de Maguire, circunstancia que desencadena esa nochecita agitada a la que hace referencia el título, en la que la familia real debe saldar cuentas pendientes mientras que los vínculos laborales terminan de estallar.
El catalán administra con mano maestra el guión de Brad Ingelsby, quien viene de lucirse en La Ley del más Fuerte (Out of the Furnace, 2013), y combina con sutileza las secuencias de acción, el linaje de los policiales hardcore, una dirección vigorosa de actores, muchas tomas objetivas irreales de una New York extasiada y un desarrollo de personajes sustentado en los fantasmas que despiertan la violencia, un pasado irresuelto y los “pecados del padre” en general. Esta épica fatalista de los bajos fondos trae a colación toda la energía y la perspicacia de las mejores películas del rubro de la década del 70, aunque ahora aggiornadas al pulso old school y la coherencia ideológica que reclama el entorno actual…