Steven Russell (Jim Carrey) lleva una vida promedio, está felizmente casado con Debbie (Leslie Mann) y es miembro de la fuerza policíaca local. Todo esto hasta que sufre un severo accidente automovilístico que lo lleva a una epifanía suprema: reconocer ante el mundo que es gay. Cambiando sus costumbres por un estilo de vida extravagante, Steven opta por realizar engaños y fraudes para llegar a fin de mes… hasta que es enviado a la cárcel y conoce al amor de su vida: Phillip Morris (Ewan McGregor). Su devoción por liberarlo y construir una familia junto a él lo llevará a cometer una serie increíble de farsas.
Basada en un hecho real, esta flojísima producción del francés Luc Besson (quien no estuvo a cargo ni del guión ni de la dirección) tiene a Carrey como una parodia de sí mismo. Repite tics, muecas y exabruptos de sus peores películas. Ni siquiera la dupla que conforma con McGregor (¡qué hace Ewan acá!) es digna de destacar. Con graves problemas de incongruencias temporales en el relato, la pequeñez de sus realizadores se resume en el hecho de considerar la muerte por sida como el único factor dramático posible en una historia homosexual. El elenco se completa con el inexpresivo trabajo del brasileño Rodrigo Santoro y la forzada veta cómica de la mencionada Mann.