Torrentes de amor.
Existen dos factores que caracterizan a rasgos generales al cine de la península escandinava de las últimas décadas, por lo menos en lo que respecta a su versión destinada a la exportación, esa que suele circular en festivales alrededor del globo. Sin duda lo que salta a la vista en un primer momento es esa suerte de fetichismo para con las truculencias y los planteos retorcidos de índole social, como si se pretendiese contradecir desde la dimensión creativa el perfil de opulencia y bienestar que el imaginario internacional le asigna a este conjunto de países. En sintonía con lo anterior, tenemos un constante desnivel en lo que hace a las obras, las cuales varían entre la cúspide del rubro en cuestión y los mamarrachos.
Otra subdivisión representativa de Dinamarca, Suecia, Noruega y compañía, quizás un poco más difusa, es la que abarca la amplitud actitudinal de la producción, con propuestas contemplativas de aire etéreo y otras más avasallantes que gustan de poner el dedo en la llaga de los secretitos sucios de la región. Una Segunda Oportunidad (En Chance Til, 2014) es un regreso -desparejo pero exitoso- de Susanne Bier al terreno temático que la hizo famosa, la tríada compuesta por familia, identidad y catástrofe personal. Lejos del nivel de En un Mundo Mejor (Hævnen, 2010), Después del Casamiento (Efter Brylluppet, 2006) y Hermanos (Brødre, 2004), aquí retoma el encadenamiento poco sutil de tragedias sin filtro y catarsis lacerantes.
Por supuesto que la vuelta de Anders Thomas Jensen, el guionista histórico de la danesa, de seguro tuvo mucho que ver en la decisión de reincidir en el melodrama más exacerbado: la trama combina el devenir de dos clanes opuestos, por un lado uno encabezado por un policía felizmente casado y con un hijo, y otro de una pareja de drogadictos que descuidan a su bebé. Como era de esperar, en primera instancia somos testigos del comienzo de la debacle (a los burgueses se les muere el niño y el agente de la ley opta por irrumpir en la casa de la “familia espejo” para intercambiar mocosos), y luego descubrimos las paradojas del caso (el proceso de enajenación va de la mano de problemas irresueltos de todo tipo).
Nuevamente la responsabilidad individual y la reconversión de los lazos comunales son los ejes excluyentes del film, más allá de los típicos interrogantes de la cineasta en torno a las distintas respuestas que podemos esbozar ante las jugadas más dolorosas del destino. Bier supera lo hecho en la reciente Serena (2014) y sus otros opus de cadencia hollywoodense, Todo lo que Necesitas es Amor (Den Skaldede Frisør, 2012) y Lo que Perdimos en el Camino (Things We Lost in the Fire, 2007), dejando a criterio del espectador el juzgar si lo expuesto es efectivamente un torbellino emocional o más bien una obra un tanto forzada aunque fascinante, que escudriña la multiplicidad del amor y las fronteras de la tolerancia…