Policía malo, policía bueno
Andreas (Nikolaj Coster-Waldau) y Simón (Ulrich Thomsen) son dos policías con vidas muy diferentes. Andreas está felizmente casado y tiene un bebé, es un hombre de familia, muy responsable. Simón se ha separado de su esposa y pasa las noches en bares, borracho. Durante un procedimiento de rutina, entran a la casa de una pareja de heroinómanos, y en un armario encuentran un bebé, sucio y descuidado.
Luego de un hecho trágico que tiene como eje al pequeño que encontraron en el departamento, los perfiles de ambos compañeros se desdibujan, el bueno y correcto Andreas pudo haber hecho algo ilegal, y el descarrilado Simon se verá obligado a actuar como juez, y plantearse que es lo correcto dentro y fuera de su profesión.
Susanne Bier se aleja con este filme de sus últimas producciones hollywoodenses, para volver a temas familiares, íntimos -como lo hizo en "Un Mundo Mejor" o en "Hermanos" - donde rasca un poco la superficie de esos países nórdicos que en el imaginario mundial parecen tan ideales, para mostrar la basura debajo de la alfombra, la moral ambigua, los crímenes cotidianos y una interesante mirada sobre las ansiedades y los temores que puede despertar la maternidad.
La película es oscura, densa, dramática, y sostiene un clima de desasosiego y tensión hasta que el protagonista se encuentra al final del callejón sin salida en el que se ha metido. Tanta tragedia contrasta con la prolijidad con la que está narrada la historia, que termina resultando demasiado limpia, contenida, con personajes que parece que nunca terminan de demostrar realmente todo lo que les está pasando por dentro, como si nunca llegaran a explotar, y si bien ambos actores realizan buenos trabajos, sus personajes resultan por momentos bastante estereotipados.