No caben dudas de que la Segunda Guerra Mundial fue uno de los hechos más sombríos de la historia universal, no solo por los daños materiales que dejó tras su paso, sino también por haber desafiado y transformado para siempre el orden del mundo. Sin embargo, como dice la cita de George Eliot que le da cierre a esta película, hay mucho que le debemos a esas personas que vivieron su vida escondida y descansan en tumbas que nadie visita. Y, para el cineasta Terrence Malick («La delgada línea roja», «El árbol de la vida»), Franz Jägerstätter es una de ellas.
Basada en hechos reales, «Una vida oculta» sigue a Franz (August Diehl) y Fani (Valerie Pachner) Jägerstätter, quienes viven junto a sus tres hijas en un pequeño pueblo austríaco cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. Los hombres austríacos son enrolados automáticamente para pelear con el bando nazi, pero Franz se rehúsa y termina en una prisión militar en Berlín.
Si hay algo para destacar de esta película, es el rebose de belleza cinematográfica que tiñe sus casi tres horas de duración. Cada plano, paisaje y acorde confluye a la perfección para dar con un resultado sublime, visualmente impecable. A nivel estético, no hay nada que se le pueda criticar a Malick, quien sabe cómo filmar al campo y sus montañas para convertirlos en personajes dentro de la historia.
No podemos reducir esta cinta a una película bélica, ni tampoco describirla como una historia de amor en desgracia pese a las cartas que se intercambia la pareja y sirven de voz en off en casi todo momento. En realidad, es un poco de ambas, pero también tiene un propósito más profundo. En «Una vida oculta», la guerra y la complejidad social atraviesa absolutamente todo: está en el conflicto moral en el que entra el protagonista cuando es reclutado para combatir y se niega porque no quiere obedecer las órdenes de Hitler, en el dolor de su familia al sufrir su ausencia y el aislamiento al que la condena el resto de la aldea, y también en el nacionalismo exacerbado del pueblo que castiga a quien se rebela frente a las injusticias propias de la conflagración. En este sentido, podemos decir que la cinta consigue retratar cómo la guerra se cuela en cada aspecto de la vida social y personal, y cómo naturaliza y hasta justifica la destrucción y la matanza.
Sin embargo, hay un importante punto a considerar: es difícil lograr que una película de tres horas no se sienta larga, y esta no es la excepción. Al tomarse tanto tiempo para colmar de belleza sus planos y caer en lo catalítico, termina siendo lenta y repetitiva. Esto no significa que la cinta sea mala, porque la premisa es interesante y la cuestión moral en la que se enfatiza también, pero el ritmo es difícil de seguir.
En síntesis, «Una vida oculta» es una propuesta que es, por sobre todo, visualmente preciosa y con una excelente dirección. Además, sirve como disparador para reflexionar y cuestionarnos hasta qué punto podríamos mantenernos fieles a nuestros ideales, y cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar por defenderlos. Eso sí, hay que tener en cuenta que es una cinta a la que hay que dedicarle tiempo y paciencia.