Como viene ocurriendo en sus últimas películas, Una vida oculta de Terrence Malick tiene una duración algo excesiva, de casi tres horas. Transcurre básicamente en Austria y Alemania y está inspirada en hechos y personajes reales. Las primeras imágenes ya permiten reconocer la época en que la trama transcurre, pues muestran a Hitler recorriendo Berlín y Nüremberg así como su casa en el conocido Berghof, en las cercanías del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Acto seguido, la cámara nos transporta a St. Ragebund, un paisaje bucólico y campesino en Austria, introduciendo a los personajes centrales de la historia. La familia de Franz Jaegerstatter (August Diehl) está integrada por su esposa Fani (Valerie Pachner) y sus tres hijas. Sorprende un poco que el director de El árbol de la vida haya optado por que los diálogos de la película sean predominantemente en inglés, ya que todo su reparto es de habla alemana, lengua que hubiese sido preferible utilizar. Incluso hacia el final se lo ve a Bruno Ganz (una de sus últimas actuaciones antes de fallecer) hablando en inglés, pese a ser originario de la Suiza de habla germánica. Franz no está dispuesto a ir a la guerra ya que no coincide con el nazismo, cree que es una guerra injusta y su posición es más próxima a la de un objetor de conciencia que a la de un resistente. En su propio pueblo lo consideran un traidor y lo desprecian al igual que a su familia. El cine ha llevado a la pantalla en varias oportunidades la vida de personas que se opusieron a un régimen autoritario, y en el caso del nazismo vale recordar la película sobre Sophie Scholl y su Rosa Blanca como uno de sus máximos exponentes. La acción del film transcurre en 1942, cuando Hitler parecía el triunfador de la Segunda Guerra Mundial, y en su parte final en 1943, cuando ya empezaba su retirada luego de su fallida invasión a Rusia y la derrota en Stalingrado. En ese momento reencontramos a Jaegerstatter trasladándose desde (posiblemente) Terezin a Berlín. Veremos los momentos más tensos cuando sea torturado y se le ofrezca la libertad a cambio de la firma de una declaración a favor del fascismo alemán. Nuevamente hay un fuerte contraste con el juicio a Sophie Scholl, ya que ella fue condenada a muerte por el temible juez Freisler. En Una vida oculta quien preside el jurado es más condescendiente, encarnado por el ya nombrado actor suizo. El film transmite una fuerte impronta religiosa y hasta parece algo excesiva la libertad con que se mueve la iglesia católica, por ejemplo manifestándose (procesión). Es sabido que el nazismo combatió a los creyentes cristianos, aunque obviamente sin la ferocidad con la que se ensañó con otras colectividades e ideologías como la judía, gitana y comunista. Llama la atención la ausencia de alusión alguna a éstas, cuando el espectador sabe que en 1943 los campos de exterminio ya eran bastante comentados a escondidas, incluso entre la propia población alemana. Sin alcanzar el nivel de obras tempranas como Días de gloria y La delgada línea roja, el noveno largometraje de Malick no defrauda, aunque no ha sido lo mejor de la Selección Oficial de Cannes, donde brillan Almodóvar y Tarantino.
A Hidden Life es el nuevo experimento en cuestión. El tono celestial está aquí relacionado con la encarnación absoluta de lo maligno en la Tierra. El nacionalsocialismo no tiene historia ni antecedentes, ni tampoco una genealogía; es un residuo de un demiurgo, una plataforma simbólica en la que anidó la representación del Mal en toda su dimensión: Adolf Hitler, a quien se lo ve en un par de materiales de archivos trabajados con particular cuidado, acaso subrayando su banalidad e insignificancia, es un misterioso costado documental que está añadido A Hidden Life, como si fuera una forma de conjura retrospectiva. El sortilegio es el siguiente: a través de este poema teológico visual, se puede redimir la mácula espiritual que esparcieron las décadas del 30 y del 40 en el siglo pasado.
Un juramento imposible “The growing good of the world is partly dependent on unhistoric acts; and that things are not so ill with you and me as they might have been, is half owing to the number who lived faithfully a hidden life, and rest in unvisited tombs…” Middlemarch (1871–1872), de George Eliot (Mary Anne Evans) Tras algunos tropiezos en su brillante carrera y un interludio de veinte años entre Días de Gloria (Days of Heaven, 1978) y La Delgada Línea Roja (The Thin Red Line, 1998) para crear tiempo después una de sus obras más destacadas, El Árbol de la Vida (The Tree of Life, 2011), Terrence Malick regresa con otra de sus exquisitas piezas cinematográficas, Una Vida Oculta (A Hidden Life, 2019), un film inspirado en una historia real sobre un campesino austríaco que se niega a jurar lealtad al dictador Adolf Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que es encarcelado y enjuiciado bajo el cargo de traición a la patria. El film está basado en la biografía Franz Jägerstätter: Letters and Writings from Prison (2009), de Erna Putz, una teóloga austríaca dedicada a promover la objeción moral de Franz Jägerstätter y su condición de mártir en una época en la que la Iglesia Católica callaba por temor a la cólera nacionalsocialista. Para componer el relato Malick se iluminó bajo las palabras de la escritora inglesa de la era victoriana Mary Anne Evans, conocida como George Eliot, en su novela Middlemarch (1871-1872), de donde extrae el título del film. En el evocativo y poético párrafo la autora elogia la vida y la muerte anónima. August Diehl interpreta a Franz Jägerstätter, un campesino católico de Austria que se rehúsa a jurarle lealtad a Hitler y declara a quien quiera escucharlo sus objeciones a la guerra, lo que le acarrea problemas varios en su vida cotidiana. Por estas ideas es encarcelado al ser convocado por el ejército alemán para el servicio militar y posteriormente ejecutado tras un juicio sumario por una corte castrense. En 2007 Jägerstätter fue beatificado como mártir por la Iglesia Católica por su indeclinable postura y su convicción. El film de Malick se centra en la amorosa relación de Franz con su esposa y en su convicción religiosa, ambas cuestiones subsumidas en la representación del amor y lo sagrado en la vida del hombre común, dos ejes cruciales del cine del director de Badlands (1973). Al igual que en sus últimas películas, Malick abusa de planos cautivadores y desconcertantes durante casi tres horas en un film que celebra la existencia campesina, el trabajo manual, el contacto con la tierra y la relación comunal, formas que el realizador asocia a lo sagrado, a una comunión con la divinidad. Pero este panegírico rural y piadoso también da cuenta del encono irracional que se apodera de algunos vecinos de la pareja protagónica cuando Franz expone sus objeciones a la guerra en curso. Los escraches y el odio patriótico ante los traidores se suman a la infaltable violencia de los guardias contra los prisioneros, situación que habla de la esencia perversa del ser humano, pero también del perdón, la solidaridad y el amor como únicos sustratos en verdad vitales de la existencia. La templanza del protagonista se contrapone a los diversos intentos de convencerlo de cambiar su postura y a la violencia estatal que se manifiesta durante todo el calvario al que es sometido el objetor de conciencia, mientras que en su pequeña aldea pasan de la condena de la postura de Franz a la comprensión y la compasión, planteos que se adaptan a su vez al devenir de la guerra, de éxito inicial a fracaso rotundo. Una fugaz aparición del fallecido Bruno Ganz y actuaciones maravillosas de un gran elenco encabezado por Diehl y Valelie Pachner, del que también se destacan Johannes Krisch y Johan Leysen, son los pilares de esta obra de gestos y ademanes circunspectos y contemplación de lo apacible ante el rugir del conflicto, con la ética y la moral como pivotes de la existencia. Para Una Vida Oculta, el experimentado compositor James Newton Howard vuelve a sorprender al igual que lo había hecho en la música de El Caballero de la Noche (The Dark Night, 2008), de Christopher Nolan, creando un bello leitmotiv de gran emotividad y calidez abatida que refleja la mirada introspectiva del mundo del protagonista. En uno de los momentos más conmovedores el film recurre al maravilloso Movimiento Número 2 de la Sinfonía de las Canciones Afligidas (1976), de Henryk Górecki, una obra de un minimalismo desolador que calza bien con la composición de Howard. El silencio ante la naturaleza ocupa también un lugar importante en esta mirada íntima y reflexiva del mundo que Malick propone. Una Vida Oculta reconstruye el devenir campesino a mediados del Siglo XX durante la guerra de forma ejemplar, siempre apoyándose en una fotografía impecable que relaciona la naturaleza con lo sagrado, pensándola como puerta de entrada hacia otro plano de la percepción de las cosas que nos rodean. Jörg Widmer, director de fotografía de Buena Vista Social Club (1999), el documental de Wim Wenders, fue el responsable del rubro, un elemento de gran importancia en el cine de Malick. En toda su filmografía el director de El Nuevo Mundo (A New World, 2005) plantea distintas formas de aproximarse a la realidad alejadas del régimen de acumulación, posesión, explotación y destrucción actual, una mirada consciente y animista sobre el planeta, una empatía perdida bajo la avalancha de la aceleración y la pulsión desenfrenada de consumo. Malick encuentra en esta historia recuperada por la Iglesia Católica un relato a la medida de su mirada del mundo. Una pareja que se ama es separada por un engranaje absurdo que trata al individuo como herramienta para un fin ruin e inmoral, del que absolutamente nadie puede estar de acuerdo, una guerra desatada con fines genocidas y afán de conquista. Imágenes documentales de la época son contrapuestas por el realizador con la ficción para ofrecer un retrato de la locura que se abatió sobre un sector de Europa. Del otro lado la decencia de un hombre solo, un acto solo, una fe sola, como escribiera el poeta español Luis Cernuda sobre la Guerra Civil Española en su poema 1936: “Por eso otra vez hoy la causa te aparece Como en aquellos días: Noble y tan digna de luchar por ella. Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido A través de los años, la derrota, Cuando todo parece traicionarla. Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa. Gracias compañero, gracias Por el ejemplo, gracias porque me dices Que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean: Uno, uno tan solo basta Como testigo irrefutable De toda la nobleza humana…” 1936, de Luis Cernuda
No caben dudas de que la Segunda Guerra Mundial fue uno de los hechos más sombríos de la historia universal, no solo por los daños materiales que dejó tras su paso, sino también por haber desafiado y transformado para siempre el orden del mundo. Sin embargo, como dice la cita de George Eliot que le da cierre a esta película, hay mucho que le debemos a esas personas que vivieron su vida escondida y descansan en tumbas que nadie visita. Y, para el cineasta Terrence Malick («La delgada línea roja», «El árbol de la vida»), Franz Jägerstätter es una de ellas. Basada en hechos reales, «Una vida oculta» sigue a Franz (August Diehl) y Fani (Valerie Pachner) Jägerstätter, quienes viven junto a sus tres hijas en un pequeño pueblo austríaco cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. Los hombres austríacos son enrolados automáticamente para pelear con el bando nazi, pero Franz se rehúsa y termina en una prisión militar en Berlín. Si hay algo para destacar de esta película, es el rebose de belleza cinematográfica que tiñe sus casi tres horas de duración. Cada plano, paisaje y acorde confluye a la perfección para dar con un resultado sublime, visualmente impecable. A nivel estético, no hay nada que se le pueda criticar a Malick, quien sabe cómo filmar al campo y sus montañas para convertirlos en personajes dentro de la historia. No podemos reducir esta cinta a una película bélica, ni tampoco describirla como una historia de amor en desgracia pese a las cartas que se intercambia la pareja y sirven de voz en off en casi todo momento. En realidad, es un poco de ambas, pero también tiene un propósito más profundo. En «Una vida oculta», la guerra y la complejidad social atraviesa absolutamente todo: está en el conflicto moral en el que entra el protagonista cuando es reclutado para combatir y se niega porque no quiere obedecer las órdenes de Hitler, en el dolor de su familia al sufrir su ausencia y el aislamiento al que la condena el resto de la aldea, y también en el nacionalismo exacerbado del pueblo que castiga a quien se rebela frente a las injusticias propias de la conflagración. En este sentido, podemos decir que la cinta consigue retratar cómo la guerra se cuela en cada aspecto de la vida social y personal, y cómo naturaliza y hasta justifica la destrucción y la matanza. Sin embargo, hay un importante punto a considerar: es difícil lograr que una película de tres horas no se sienta larga, y esta no es la excepción. Al tomarse tanto tiempo para colmar de belleza sus planos y caer en lo catalítico, termina siendo lenta y repetitiva. Esto no significa que la cinta sea mala, porque la premisa es interesante y la cuestión moral en la que se enfatiza también, pero el ritmo es difícil de seguir. En síntesis, «Una vida oculta» es una propuesta que es, por sobre todo, visualmente preciosa y con una excelente dirección. Además, sirve como disparador para reflexionar y cuestionarnos hasta qué punto podríamos mantenernos fieles a nuestros ideales, y cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar por defenderlos. Eso sí, hay que tener en cuenta que es una cinta a la que hay que dedicarle tiempo y paciencia.
Este ultimo filme del septuagenario realizador Terrence Malick vuelve sus pasos hacia un relato más nítido argumentalmente, con un conflicto moral de evolución progresiva mucho más cercano en su narrativa a sus filmes germinales como Bad lands (1973) que a El árbol de la vida (2011). El argumento, que está basado en hechos reales, nos cuenta la historia de un campesino austríaco llamado Franz que vive una vida apacible junto a su mujer y sus hijas trabajando diariamente en la laboriosa tarea del campo y rodeados de un ensoñado paisaje de montañas. Pero Franz, frente a la llegada la Segunda guerra mundial, se ve obligado a jurar lealtad a Adolf Hitler y sumarse al ejército. Este acontecimiento produce una crisis entre la moral creyente del joven campesino y el deber al que se lo convoca. El filme despliega en su narrativa dos grandes momentos, uno el de la vida armónica y espiritual de Franz y su familia. El segundo movimiento se despliega luego de haberse presentado en Franz el dilema entre la guerra y sus férreos principios, de esta manera el relato nos expone cual será el alto costo que el protagonista y sus seres queridos pagarán por la decisión innegociable de Franz al resistirse a tamaño juramento. Así, seremos íntimos testigos de una lucha titánica donde se pondrá en juego el costo de su libertad de elección. Si nos detenemos en el primer fragmento del filme, se nos presenta una narración plena de ese mundo sensorial que ya conocemos de la narrativa de Malick. Cierto poder de las texturas sonoras y visuales que dominan la expresividad de su narrativa. Desde este registro emocional y sensitivo del universo que Malick crea, podremos observar como el realizador revalida su percepción sobre la relación que existe entre lo espiritual y lo cotidiano. Esa “espiritualidad que se halla en la cotidianeidad”, se presenta como una condición sacralizada de la vida simple, del acto cotidiano de la supervivencia, de la relación entre el hombre y la naturaleza y de una perspectiva humanista de la vida. Podemos relacionar esto con cierta creencia cristina que hace a la vida del protagonista y su familia, no se circunscribe específicamente a lo religioso en términos cristianos, sino que da un paso más allá, como lo suele hace Malick, en cuanto a lo filosófico de esa espiritualidad en lo cotidiano. Aunque en muchos pasajes nos puede parecer idealizante la mirada de Franz y sus pensamientos, el tono algo santificado del personaje termina siendo acorde con la propuesta de todo el filme, y tangencialmente con los hechos de la historia real. Por otra parte, en el segundo movimiento narrativo del relato aparece un tópico que observo se presenta de manera reiterada en los últimos filmes de distintos directores de la misma generación, aún en universos estéticos diametralmente opuestos. Scorsese, Bellocchio, Eastwood y Polanski de una manera u otra han abordado la pregunta sobre la idea de “la traición” en sus últimos relatos cinematográficos. Esta preocupación por la traición como eje narrativo, los convoca a realizar un análisis sobre ¿qué es la traición? Y desde lugares muy distintos rozan la idea de que aquello que se ha connotado solo negativamente en nuestra historia cultural, puede ser ni más ni menos que un acto de libre albedrío en oposición a una estructura planteada por el sistema, y así la idea de la traición se nos puede presentar como una acción radical que va contra la moral de un sistema más siniestro que la traición misma. Franz cuando decide “traicionar” al Führer negándose a un juramento de lealtad y a una guerra oprobiosa se ubica en ese lugar, donde la traición es una acción de rebeldía, de ruptura y de esencial liberación. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Uno no termina de entrar al universo aparentemente panteísta de Malick, un tipo que parece jugar a otra cosa. La historia central es la de un austríaco que decide no pelear para los nazis, pero es también una especie de “respuesta” a El árbol de la vida, un paisaje contemplativo sobre el universo real y el moral, y la eterna pregunta por la divinidad. Por momentos es bellísima, pero en otros es trivial, como si Malick aún no hubiera vuelto de su retiro en –imaginamos– Urano.
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