Con un título que no parece el más tentador para amantes del cine de acción, ahí está otra vez Mel Gibson haciendo lo que mejor sabe hacer: un vertiginoso festival de violencia con venganzas, persecuciones, disparos, matanzas, delincuentes de toda laya y sangre, mucha sangre. Cuando aparece, bajo la máscara de un payaso, conduce un auto a toda velocidad junto a la frontera de México, mientras es perseguido por las policías de los dos países a uno y otro lado del escandaloso muro. Tiene por qué. Como en un film de Tarantino, el robo ya se ha consumado cuando la acción se inicia, los ladrones están en plena huida y hay un compinche herido cuya sangre está ensuciando los verdes billetes (muchos) que traen como botín. Claro que el muro es interminable e infranqueable, de modo que lo único que queda es elegir de qué lado de la frontera es preferible ser atrapado. Ya se verá cómo pasar al otro lado.
Pura adrenalina desde el principio, pues. Y del otro lado, un destino seguro: la cárcel. Pero no cualquier cárcel: ésta se llama El Pueblito, porque a su natural superpoblación suma cantidad de inquilinos, generalmente familiares de los presos, y también porque todo transcurre ahí como en un pueblo amurallado, del que algunos privilegiados pueden salir a veces con permisos no autorizados por juez alguno ni con la promesa de asistir a algún acto cultural, pero con el compromiso de volver bajo pena de ejecución inmediata.
En fin, un miserable infierno carcelario con sus jefes propios, sus jerarquías bien establecidas, sus personajes temibles, su abundante provisión de armas y con toda la sordidez que pueda imaginarse.
No hace falta decir que antes de encerrarlo en el pueblito del caso, algún pícaro agente de la ley le birló los dólares, y ahora el gringo sin nombre (¿homenaje a Clint Eastwood, a quien también le regala una graciosa parodia?), sin identidad y sin huellas digitales tendrá que arreglárselas para escapar, encontrar al corrupto y recuperar los billetes. De paso, también podrá aprovechar para saldar otra cuenta pendiente: sueña cada noche con matar al hombre que le robó la mujer.
Pero a un bandido tan completo, tan experimentado y tan astuto como Mel Gibson le sobra energía, inteligencia y valor para afrontar una misión más, así que no demora en hacerse cargo de la protección de un chico de 10 años con el que traba relación, que alguien tiene en la mira como posible donante de un órgano y en quien descubre un alma bastante gemela. Con la ventaja de que es hijo de una mexicana brava pero linda, sexy y viuda. Todo listo para que se arme el alboroto, al cabo del cual, tras unos cuantos apuntes de humor, muchísima pólvora e infinidad de cadáveres, el héroe salga indemne a disfrutar por fin de las vacaciones, orgulloso del deber cumplido. Y para que los fans que prefieren al viejo Mel como héroe de acción y están dispuestos a festejarle tretas y proezas (por muy increíbles y repetidas que parezcan) se vayan del cine satisfechos de haber pasado un rato entretenido gracias a una película que habrán olvidado apenas lleguen a casa.