Multiculturalidad y genocidio
Valerian y la Ciudad de los mil Planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017) es una película bellísima que eleva un peldaño más la carrera reciente del siempre inquieto Luc Besson, aquí mejorando lo hecho en la ya de por sí interesante Lucy (2014): si bien en esencia hablamos de un muy buen trabajo perteneciente a lo que podríamos definir como el período de decadencia de un autor que ha dejado su etapa dorada en el pasado, léase la compuesta por Azul Profundo (Le Grand Bleu, 1988), Nikita (1990) y El Perfecto Asesino (Léon, 1994), a decir verdad la obra en cuestión se ubica muy por encima de casi cualquier producto industrial estadounidense contemporáneo con ansias de público masivo, específicamente el sector del mercado en el que sale a competir el film, para colmo el más caro en la historia del cine francés gracias a un presupuesto -apuntalado en financistas independientes- de 197 millones de euros, un número descomunal que pone de manifiesto la valentía del realizador a la hora de pelearle a los gigantes todopoderosos del mainstream.
Con la excusa de adaptar el mítico cómic galo Valérian et Laureline, creado por Pierre Christin y Jean-Claude Mézières, Besson retoma ese formato de space opera -enmarcado en una fotografía de colores pasteles furiosos y un diseño bizarro de personajes- que ya había trabajado en El Quinto Elemento (The Fifth Element, 1997), nuevamente con la misma disposición humanista/ de izquierda que a su vez caracterizó a sus otras exploraciones de los últimos años en el ámbito fantástico, nos referimos a la magnífica Angel-A (2005), Les Aventures Extraordinaires d'Adèle Blanc-Sec (2010) y la trilogía infantil iniciada con Arthur y los Minimoys (Arthur et les Minimoys, 2006). Como era de esperar, aquí evita las estupideces de las traslaciones de las historietas bobaliconas norteamericanas, como por ejemplo el esquema de los superhéroes y toda esa patética levedad discursiva, para en cambio meterse de lleno en un relato sexy y dinámico basado en el histeriqueo del dúo protagónico, sus rimbombantes aventuras y la denuncia de la manipulación política/ militar.
La historia cuenta con dos prólogos antes del comienzo de la trama principal propiamente dicha: mientras que en el primero se nos informa que en el siglo XXVIII lo que alguna vez fuera una estación espacial internacional se transformó en Alpha, una ciudad habitada por miles de razas de los confines más inhóspitos de muchas galaxias, todas conviviendo en paz e intercambiando sus culturas, en la segunda introducción descubrimos cómo desapareció el planeta Mül, un enclave paradisíaco en el que vivían unos humanoides en una sociedad tribal sostenida vía la duplicación de unas perlas de energía mediante unos pequeños animales conocidos como “conversores”, una civilización que se vino abajo cuando en el cielo se divisaron naves en llamas que chocaron contra el planeta hasta hacerlo estallar. Los protagonistas excluyentes son el Mayor Valerian (Dane DeHaan) y la Sargento Laureline (Cara Delevingne), dos miembros de la policía de Alpha, a quienes se les asigna la misión de recobrar el último conversor con vida, en posesión de un traficante del mercado negro.
El guión del propio Besson juega eficazmente con elementos diversos como la propuesta de casamiento del mujeriego Valerian para con la severa Laureline, las referencias al folletín de aventuras del siglo XIX y las pulp magazines del XX, los relatos detectivescos estadounidenses, las ensoñaciones surrealistas tan típicas de Francia, los chispazos de ese humor negro, sexual y/ o irónico de siempre, un fuerte dejo de thriller político y hasta la influencia del cine del enorme René Laloux, responsable de El Planeta Salvaje (La Planète Sauvage, 1973), Los Amos del Tiempo (Les Maîtres du Temps, 1982) y Gandahar: Años Luz (Gandahar, 1988), todos clásicos de la animación europea de ciencia ficción para adultos. Más allá de las amables intervenciones de Clive Owen, Herbie Hancock y Ethan Hawke, debemos destacar lo hecho por DeHaan, ya visto en las excelentes Life (2015) y La Cura Siniestra (A Cure for Wellness, 2016), y Delevingne, quien aquí da su salto definitivo del modelaje a la actuación: entre ambos hay una envidiable y caústica química en pantalla.
Lejos de los coming of age berretas, el empoderamiento femenino de cartón pintado y la pavada de “vamos a salvar a la humanidad porque los humanos son derechos y humanos (valga la redundancia)” del 99% de los tanques del mainstream norteamericano, Valerian y la Ciudad de los mil Planetas comienza su derrotero con los personajes bien maduritos, en paños menores y uno encima del otro, y lo que sigue es una supernecesaria denuncia de los atropellos de los adalides del maquiavelismo del Estado y cómo gustan de tapar sus masacres con más y más muertes (en la película los genocidios -a diferencia de lo que ocurre en el cine hollywoodense- sí son una tragedia monumental). Ya la misma presencia de fondo de Alpha aboga además por la multiculturalidad y la riqueza que surge de la reciprocidad simbólica, el respeto social y el abrir la mente a lo alternativo. El desparpajo visual del director funciona también como otra pata de su perspectiva batallante en pos de la imaginación irrestricta y contracultural, hermanada al delirio romántico y con cojones…