La última película del francés Luc Besson es un alucinante espectáculo visual al que le falta algo de contenido.
Basada en los cómics “Valérian et Laureline” (de donde el director ya había tomado referencias para El Quinto Elemento), Valerian y la ciudad de los mil planetas gira en torno a dos jóvenes agentes (interpretados por Dane DeHaan y la modelo, ahora devenida en actriz, Cara Delevingne) encargados del orden y la seguridad entre los planetas.
Después de una gran secuencia introductoria: un universo idílico donde los seres provenientes de diferentes lugares convergen y se conocen con un saludo entre formal y amable musicalizado por la infalible “Space Oditty” de David Bowie; nos muestran a un bello y colorido planeta siendo atacado y casi exterminado y a esa especie que lo habitaba, forzada a trasladarse. A partir de ese momento, ambos agentes se ven metidos en una trama oscura de secretos que tendrán que develar para poder proteger a las diferentes especies.
La relación entre ambos personajes protagonistas ya aparece definida. Se atraen, coquetean, hay una evidente tensión sexual flotando en el aire, pero ella no está dispuesta a entregarse así como así, por lo que él intenta ganarse su atención con su personalidad canchera y de ganador.
Es Cara Delevingne quien se destaca en esta pareja, con un papel que le permite pasar por diferentes emociones y desplegar así mejor sus múltiples facetas. Su Laureline es un personaje fuerte y rudo pero, al mismo tiempo, tierno y dulce. DeHaan queda algo deslucido como protagonista, pero la química entre ambos ayuda mucho a hacer más grandes las pequeñas escenas que los tienen a ellos dos simplemente interactuando, ya no peleando ni corriendo a través de diferentes escenarios psicodélicos. Más allá del título del film, es ella la verdadera protagonista.
Valerian y la ciudad de los mil planetas es la película francesa más cara. Por eso es cierto que en cuanto a lo técnico, sobre todo lo visual, el film no decepciona. La construcción de estos planetas y criaturas en lo que atañe a la dirección de arte es muy buena, incluso el diseño de vestuario resulta llamativo y funcional al mismo tiempo.
El problema es que no cuenta con un guion que les permita lucirse más allá de lo superficial. Si bien algo complejo y enrevesado podría haberle jugado en contra a un film que desde lo visual es apabullante y brinda mucha información todo el tiempo, lo cierto es que los personajes en general carecen de mucha dimensión y algunos diálogos terminan sonando pobres o trillados. El punto más flojo del film radica allí: en el libreto.
Clive Owen es el villano de turno y aunque su personaje no llega a destacarse ni a parecerse un poquito a, por ejemplo, el (o los) Gary Oldman de las películas que hicieron a Besson conocido, cumple con su histrionismo. Lo mismo pasa con Ethan Hawke en un rol menor y vale además destacar la participación (de menos de dos minutos de pantalla) de Rutger Hauer.