Capitalismo con Resident Evil
Termina la segunda década del siglo XXI y el mundo ha dejado de pertenecer a los seres humanos. Una vieja especie, los vampiros, vive y controla este mundo próximo, tecnológico, lúgubre, nocturno, pero que no ha dejado de ser un planeta manipulado por un sistema que favorece a unos pocos. Por otro lado, los “pobres” seres humanos que quedan forman una pequeña resistencia que a su vez completan otros “vampiros odia vampiros” y con esto se desata la compleja historia del film.
Sin embargo, qué fea desilusión cuando uno paga una entrada, se sienta en la butaca, comienza a ver algo que parece una buena realización y termina diciendo: “la cagaste”. Todo eso pasa en Vampiros del día, la obra de los hermanos Spierig. Ambos crearon vampiros mezclando viejas descripciones con algunas nuevas para recrear esta sociedad que atraviesa el 2019 luego de la invasión de murciélagos, al estilo “palomas de la ciudad”, que infectaron a los seres humanos y que crearon una epidemia de vampiros en la tierra. Pero, por otro lado, el relato es encarado a partir del personaje de Ethan Hawke, hematólogo que busca un sustituto de la sangre humana, que además odia el hecho de ser vampiro.
Esta película, con una fotografía que acompaña a gusto al motivo vampírico, una luz blanca, tenue, unos primeros planos suaves, descriptivos que narran por sí solos, que hablan sin que haya ningún diálogo en los primeros quince minutos del film, se le agrega el plus de hablar sobre el capitalismo. El concepto de progreso llega al límite en poco tiempo para esta nueva sociedad que explota recursos no renovables, que vive bajo el egoísmo y el individualismo, bajo normas más que maquiavélicas. El ejemplo de las granjas de sangre (humanos conectados a tubos que extirpan su sangre) o el hecho de beber sin control y a toda hora con cada infusión o comida la sangre que escasea por falta de humanos, son los puntos más notorios dentro de este mundo capitalista, sin dejar de resaltar el hecho de que la pobreza se transforma en monstruosidad absoluta y es acá cuando entra en escena el recuerdo estético de Resident Evil (película que se basa en un video juego donde una pequeña resistencia humana lucha incansablemente contra una manada de zombis, resumiendo) y todo se va al diablo.
Aunque en la película se encuentren los vampiros buenos y los malos, como todo mundo maniqueísta, y esto le de un toque clásico, no se puede dejar de prestar atención a estos pobres monstruos vampíricos pidiendo limosna o invadiendo las casa para saciar su sed (punto que podría haber dado su fruto pero que queda en la nada). Por la falta de sangre, los vampiros no se mueren sino que migran hacia un estadio primitivo hasta parecerse a las mutaciones de Resident evil sin justificativo alguno. Eso es lo peor de todo, en los últimos veinte minutos pareciera que cambiaron de film. El descuartizamiento de personas y el derramamiento de sangre bullen de la pantalla sin ninguna explicación, poniendo incómodo al espectador hasta que en un momento se pregunte si es necesario.
Por lo tanto, ¿está bien terminar una película que viene con todas las luces, con actores de nombre, con una historia de vampiros distinta a las que se vio en 2009, que posee una crítica dura hacia el sistema capitalista, hacia el egoísmo, hacia el individualismo, entre otras cosas, con veinte minutos de puro desgarro de carne y bullicio de sangre por doquier sin ninguna explicación? La única idea brindada podría ser: reconozcamos los errores, pero después de habernos matado todos, ¿y de qué sirve? ¿de qué sirve un final chato luego de tanta acción y persecución, de tanta emoción que se termina perdiendo?