Paradojas del duplicado
Los países nórdicos son sin duda los que están produciendo las pocas películas realmente interesantes de Europa de las últimas décadas, prueba irrefutable de ello fue Por Orden de Desaparición (Kraftidioten, 2014), un opus maravilloso dirigido por Hans Petter Moland y escrito por Kim Fupz Aakeson que combinaba el film noir y la comedia negra vía un tono general que recordaba al cine de los hermanos Joel y Ethan Coen: el siempre eficaz Stellan Skarsgård componía a Nils Dickman, un inmigrante sueco en un pueblo de Noruega que se desempeñaba como servidor público sacando la nieve de las carreteras con su barredora, un contexto pacífico que se venía abajo cuando unos sicarios de un gangster/ narco local, El Conde (Pål Sverre Hagen), secuestraban y mataban a su hijo, un empleado aeroportuario del montón, por considerarlo corresponsable en la desaparición de una bolsa de cocaína que en realidad robó un compañero del susodicho. La típica odisea de venganza de un Nils reconvertido en verdugo, cargándose uno a uno a los secuaces del homicida, de a poco dejaba paso al enfrentamiento entre los noruegos y su competencia directa, la mafia serbia encabezada por Papá (Bruno Ganz), el cual no se tomaba bien que El Conde le asesine a su hijo pensando erróneamente que fueron los serbios los artífices de las muertes en sus filas.
Como no podía ser de otra forma tratándose de un Hollywood de pocas ideas y falto de confianza propia, la gran industria le encargó al propio Moland la remake en inglés de su película original y el resultado es un trabajo interesante que -comprensiblemente- respeta a rajatabla el devenir narrativo y formal de aquella propuesta noruega, duplicando hasta la graciosa sistematización de antaño de cadáveres acumulados a través de una pantalla en negro, el seudónimo de cada finado, su nombre real y un símbolo religioso que representa la fe profesada de turno. En esta oportunidad Liam Neeson reemplaza a Skarsgård y vale aclarar que el señor encaja perfecto en el personaje porque le permite poner de manifiesto su destreza a la hora de componer héroes de acción y al mismo tiempo sacar partido del resto de su generoso rango actoral, hoy sutilmente volcado a un humor que se va asomando por entre los pequeños pliegues de la tragedia, esa ingeniosa y sutil comedia más de índole contextual que apuntalada en diálogos concretos (allí reside, precisamente, la distancia para con un mainstream estadounidense al que le cuesta horrores construir un mínimo ápice de naturalidad, y mucho más si hablamos de obras como la presente en la que de por sí la meta retórica pasa por cierto toque irónico que no descuida jamás el trasfondo mundano general).
Si bien para el espectador que no haya visto la obra noruega el film puede parecer similar a Tres Anuncios por un Crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017), en especial por la mixtura entre mordacidad y desarrollo truculento en una comarca bucólica, la verdad obedece al esquema inverso, con el opus de Martin McDonagh inspirándose en el planteo de base de Por Orden de Desaparición. Ahora el trío protagónico se completa con Tom Bateman reemplazando a Hagen y Tom Jackson haciendo lo propio con Ganz, en un juego de sustitución según criterios anglosajones a través del cual sale perdiendo la traslación norteamericana aunque -se podría agregar- con una dignidad muy poco habitual en nuestros días, e incluso más tratándose de una historia que decide calcar toma por toma la estructura de la original en lo que definitivamente fue un trabajo por encargo y bien suculento para el realizador Moland: ahora el padre se llama Nels Coxman y su cruzada de revancha vuelve a comenzar cuando asesina a tres subalternos con apodos pomposos para luego detenerse y consultar a su hermano Brock alias Wingman (William Forsythe), un ex matón de la mafia con más experiencia en el asunto que él, quien le recomienda contratar a un sicario que lo termina traicionando al venderle la información al homicida de su vástago.
Las diferencias son mínimas ya que apenas si pasan por una sutil suavización general de la impronta sardónica, alguna que otra caricaturización camuflada en cuanto a los personajes, detalles varios en materia de diálogos, unos serbios que en esta ocasión se transforman en aborígenes, una mayor presencia de los inútiles oficiales de policía y sobre todo un golpe en el rostro hoy inexistente a la esposa del mafioso local (no vaya a ser que quede reflejada la violencia contra la mujer en pantalla, tracción a una corrección política patética acorde con el público bobalicón mainstream que prefiere eufemismos y “soluciones ideales” antes que realidad sucia y urgente). La película nos coloca en la paradoja de por un lado tener que alabarla si la comparamos con casi todo el panorama hollywoodense actual, gracias a un guión muy bien trabajado que pone en vergüenza -por ejemplo- a todo lo realizado por Quentin Tarantino luego de Kill Bill: Vol. 2 (2004), y por otro lado tener que reconocer que cae por debajo de la original y en función de un buen trecho, fundamentalmente debido a que los cambios introducidos -a pesar de ser pequeños- saltan muy a la vista porque hacen explícito el conservadurismo crónico de la cultura yanqui y la reducida apertura a lenguajes foráneos, optando siempre por bajar los decibeles agitados que puedan llegar a molestar…