Como realizadora, Julie Delpy sabe trasladar a sus films el mismo encanto y la misma inteligencia con que sedujo a Ethan Hawke en la ficción de la serie que los dos comparten con Richard Linklater ( Antes del atardecer, Antes del anochecer y la esperada Antes de la medianoche ) y a los espectadores de medio mundo. Ya se lo comprobó en Dos días en París , donde les sacaba el jugo a diferencias y afinidades entre norteamericanos y franceses, y lo corrobora ahora con este ligero, cálido y agridulce retrato de familia que tiene bastante de autobiográfico y mezcla nostalgia con homenaje cariñoso al mundo doméstico en que transcurrieron aquellas vacaciones de verano durante las cuales empezó a abandonar la niñez para ingresar en la adolescencia. Una especie de pintoresca crónica familiar de una época que desde estos tiempos de crisis se ve con añoranza, o acaso un modesto Amarcord íntimo a través del cual se filtran algunas observaciones sobre los pequeños gozos y sombras de las relaciones humanas.
El cuadro se conforma en torno de Albertine. Hoy adulta, casada y madre (una fugaz aparición de Karin Viard), repite con su propia familia el mismo viaje en tren de París a Saint-Malo que en el verano de 1979 la llevó con sus padres, Jean y Anna (Eric Elmosnino y la propia Delpy), actores callejeros de ideas liberales, y con su abuela materna (Emmanuelle Riva), a la casa de campo donde se iba a celebrar el cumpleaños de la otra abuela (Bernadette Lafont). La evocación se impone.
En aquel rincón de Bretaña la espera una multitud de tíos, cuñados y primos, entre los que hay abundante variedad de puntos de vista y opiniones políticas -de los que quedaron marcados por la guerra de Argelia o por las discrepancias sobre Vietnam a los que adhirieron a mayo del 68 y a la revolución sexual-. De modo que los días de convivencia, con sus asados, sus comidas copiosas y sus brindis, harán aflorar diferencias y discusiones o algún viejo recelo. También habrá chismes, tardes de juego y diversión, jornadas de playa, incluso una nudista, y para los primos más crecidos -entre ellos Albertine, de 11 años- la visita a un boliche bailable y una primera decepción amorosa.
Nada es demasiado novedoso, pero, salvo alguna nota disonante, como la vinculada con la experiencia militar de un tío, todo lo que se cuenta es placentero, en especial la segunda parte del relato, donde los que asumen el protagonismo son los chicos. El clima nostálgico ayuda, apuntalado por la fotografía y la selección musical, además de una cuidadísima recreación de la época en los ambientes, el vestuario, el lenguaje y la gestualidad de los personajes. Los actores -entre los que conviene destacar a glorias como Riva, Lafont o Noémie Lvovsky, a Vincent Lacoste (un hallazgo como el primo de 17 que posa de adulto) y a la propia Delpy- son responsables de buena parte del indudable encanto del film.