Luis Ortega es un director anticonvencional, que muchos llaman de culto. Y en su tercera película sigue explorando esa línea basada en una búsqueda narrativa y visual permanente que, en este caso, no alcanzó el mejor resultado. La historia se basa en una pareja que sufre un drama incomparable, la muerte de dos de sus hijos. A partir de allí lo que era una vida burguesa apacible troca en un infierno. Julieta Ortega cumple con darle el tono justo a un personaje desquiciado y en ese marco su hermano, desde la dirección, explota la faceta erótica de su cuerpo generoso. Joaquín Furriel pasa desapercibido y más aún Alejandro Urdapilleta, que está muy poco tiempo en cámara por exigencias del guión. Es la típica película que termina imprevistamente y que deja insatisfacción en el espectador. Mucha más que la de la pareja protagonista.