Soy gitano El despojo del prejuicio es el elemento dominante en la mirada de Tomás Lipgot para compartir con el espectador Vergüenza y respeto -2015-, documental ya exhibido en la sección Panorama del BAFICI 17, que apela al recurso de la distancia cinematográfica para enriquecerse con las experiencias y peripecias de una familia gitana en el conurbano bonaerense: Los Campos. Distintas generaciones transmiten en los testimonios a cámara las diferencias y aproximaciones tanto con la preservación de la cultura gitana y el recelo frente a todo aquello no gitano. Son diferentes puertas adentro que afuera. Conscientes de pertenecer a una comunidad cerrada, intentan exponer sus argumentos para defender el aislamiento y justificar así sus costumbres con ejemplos sencillos que no marcan contradicción alguna y que invitan a reflexionar sobre esa brecha entre su cultura y las demás, quizás el elemento más diferenciador sea la elección de que los niños no vayan a la escuela una vez que aprendan la lectoescritura. La familia es sagrada para ellos; llegar virgen al casamiento es un tema de honor para las mujeres y por supuesto llevar en alto aquellos valores que hacen a la tradición gitana, y que muchas veces atentan contra los cambios que se generan de manera global. El director de Moacir -2011-, organiza el relato con una voz de la experiencia que introduce la historia de los gitanos a lo largo del tiempo, equilibra el didactismo con otros testimonios de los más jóvenes, que apuntan a lo cotidiano, hacia la adaptación sin la traición de los principios como por ejemplo el uso de Facebook, limitado a los familiares o celular bajo la misma prohibición. Sin embargo, esto no parece ser un problema para ninguno de los jóvenes gitanos, aunque desde el día a día a veces se nota el encierro del grupo, algo que se desdramatiza o se aminora cuando estalla el cantejondo o las fiestas de flamenco, momentos de frescura que el documental sabe captar de manera adecuada, así como los apuntes humorísticos. El realizador de Fortalezas -2010- consigue la interacción necesaria con la comunidad para que las dos palabras del título cobren un sentido diferente, el de la Vergüenza ya no se ancla con el prejuicio y la palabra Respeto se consolida por partida doble, desde un punto de vista múltiple y no unidireccional, que para el público resultará más que atractivo.
Ser gitano En tiempos de diversidad cultural en los que se habla con facilidad de aceptar las minorías, aparece gratamente este documental de Tomás Lipgot (Moacir) sobre la comunidad gitana. El relato se centra en el interior de la familia Campos, su idiosincrasia, modo de vida y tradiciones culturales. Miembros de una legión antigua proveniente de España (corresponden al grupo Calo), esta familia que habita en el conurbano bonaerense sigue al pie de la letra los códigos familiares, enérgicamente sostenida por la generación más antigua (el abuelo), y replicada por el padre hacia los más pequeños. La vergüenza y el respeto del título aluden a la manera de entender el mundo que tienen los gitanos. Se habla de vergüenza y respeto del hombre hacia la mujer, del gitano por el resto de la sociedad, y de su intención de diferenciarse de “los otros”, a quienes llaman “payos”. Para construir una identidad fuerte es necesario encontrar otro de quien diversificarse. Para los gitanos los payos son todas aquellas personas que no pertenecen a su “raza” como ellos mismos se definen. Tomás Lipgot logra introducirse en el seno de la familia Campos y trasmite la espontaneidad y naturalidad de sus vínculos y tradiciones. Sin nunca juzgar a nadie describe un abanico de rutinas y costumbres ligadas a “las reglas de la ley gitana”. Vergüenza y Respeto (2015) genera identificación –aunque no justificación- y también despierta curiosidad acerca de esta familia gitana. Pero esta mera descripción tiene un punto de vista detrás, quizás implícito en los videos VHS cuya imagen analógica de mala calidad remonta a un tiempo pasado. En él, los gitanos sostienen sus discursos y reafirman sus tradiciones a fuerza de canto y baile con guitarra. Los rituales como romper camisas en las bodas, beber anís o incluso la sabiduría inmersa en el flamenco, se revelan a través de imágenes de archivo o en el discurso del abuelo, evidenciando la lejanía de ciertas tradiciones con la actualidad. Quienes aún quedan relegadas a costumbres ancestrales son las mujeres, dedicadas en exclusividad a la privacidad del hogar. La mujer se casa virgen y no puede concurrir a fiestas (al menos que sea una celebración familiar). Sin embargo el hombre más veterano de la casa argumenta: “Nosotros amamos a nuestras mujeres. Amor es una palabra larga, hoy en día se confunde con pasión o atracción”, y continúa su convincente relato “La base de la ley gitana es la mujer. De ella surge todo lo que viene después”. Pero el realizador entrevista a las mujeres, las deja expresarse a cámara -y ellas reiteran el mismo discurso-, así como también los niños y una joven pareja recién casada que representa el futuro del clan, exponiendo de este modo un panorama más complejo y menos unilateral. Este interesante trabajo entra a una comunidad que no se destaca por su apertura al resto de la sociedad. Ni siquiera en los films de Emir Kusturika (que instaló el imaginario cinematográfico de dicha comunidad) se accede a un retrato tan cercano y concreto del pueblo gitano, aceptando su vergüenza y respeto.
Ser gitano en el conurbano Curiosa e intima se apoya en una interpeladora virtud, ir de lo particular a lo general, de una familia al mundo gitano. El video casero de una boda realizado por una productora de José C. Paz le da un inicio kitsch a una historia curiosa. No es un casamiento más, sino uno en la tribu gitana, y es poco lo que la gran masa de espectadores sabemos sobre los gitanos, protagonistas de Vergüenza y respeto, el documental de Tomás Lipgot, quien de entrada tiene un punto a favor. El tema de su película es pura curiosidad. Del video casero saltamos al documental, a la intimidad de los Campos, una familia gitana del conurbano bonaerense. Andaluces de origen, con varias generaciones aquí, cuentan que ni bien pisaron esta tierra dejaron de ser nómades. Pero la elección del casamiento no es casual. El director va a centrarse en los mandatos de una cultura que se va aggiornando al siglo XXI, marcando diferencias con el mundo exterior. "Eran más sanos los gitanos de antes", dirá el mayor de los Campos, y ya le retrucarán. El trato a las mujeres, que deben llegar vírgenes al casamiento, que incluso deben pasar una prueba para conformar a la familia del novio, que son "invitadas" a dejar la escuela, la relación con la tecnología, con los payos (los no gitanos), su costumbre de bañarse vestidos en el mar, son algunas de las marcas identitarias que va contando esta familia, perteneciente al grupo Caló, uno de los cuatro que migraron a nuestro país. Disquisiciones sobre sus orígenes, su música, su manera de ser, el intenso amor familiar, las notables diferencias entre el hombre y la mujer, son algunos de los temas que el documental aborda con naturalidad, entre música, comidas, guitarras y palmas flamencas. Como en toda historia íntima, una de las claves está en las revelaciones que entreguen los entrevistados, en la confianza, y en lo que luego haga el director con esa confianza, que puede jugarle a favor o en contra. Lipgot observa y escucha, pero no muestra más de lo que esta familia quiere mostrar. Su cámara intima, desarma prejuicios y descubre personajes queribles con una desenvoltura muy familiar, casi transparente.
Una auténtica caja de Pandora Una de las claves de un buen documental puede ser el hallazgo de una historia singular, de personajes fuera de lo común, de situaciones que echan luz sobre un universo desconocido que, por alguna razón, puede resultar atrapante. Todo eso tiene Vergüenza y respeto, película que revela, a través de la historia y la vida cotidiana de los Campos -una numerosa y muy particular familia gitana del conurbano bonaerense, la lógica de comportamiento, los valores y las tradiciones de una comunidad originada en la India que, con el paso del tiempo, se fue dispersando por el mundo, víctima de persecuciones y una salvaje discriminación que hasta el nazismo no vaciló en poner en marcha en su momento. Las reglas de la estricta ley gitana son áridas para los que no pertenecen a la comunidad (los payos, según la denominación que usan los gitanos): los niños van a la escuela sólo por un tiempo, hasta que aprenden nociones básicas de lectura y escritura; las mujeres deben llegar vírgenes al casamiento y prácticamente no salen de su casa; los hombres, en cambio, gozan de un buen número de libertades y casi siempre tienen la palabra. Sin intervenir de manera concluyente, Lipgot se acerca a ese mundo cerrado y visiblemente anacrónico con cautela e inteligencia. Es evidente que el director, que en 2012 estrenó Moacir, un documental dedicado a un artista brasileño surgido de una favela, supo ganarse la confianza de los Campos, condición fundamental para abrir una auténtica caja de Pandora. En apariencia, Lipgot trabaja en el marco de lo que se conoce como "documental de observación", pero lo cierto es que la selección de situaciones que configuró en la sala de montaje fue lo que operó a favor del armado de un complejo y estimulante mapa en el que la efervescencia de los testimonios, la vitalidad de la música, los patrones de conducta de los más pequeños y la severidad aplicada al respeto de los rituales dicen mucho sobre un tema del que sabemos muy poco. La película no tiene la pretensión de llegar a conclusiones definitivas, más bien se plantea como vehículo de una investigación apasionante cuyo potencial de desarrollo es evidente.
Muchas veces uno se ha imaginado algunos fantasmas o cuestiones en torno a la idiosincrasia gitana que claramente distan de aquello que en realidad compone a este grupo. Muchas veces también el prejuicio y los clichés relacionados a ellos han configurado un imaginario popular basado en especulaciones y habladurías. Sin hacer una historia o antología de la vida gitana, el experimentado realizado Tomás Lipgot en “Vergüenza y Respeto” (Argentina, 2015) construye un panorama particular sobre una familia (Campos) y a partir de ahí plantea algunas cuestiones propias del gitanismo. Evitando caer en eufemismos, o en sesgos que pudieran coartar la libertad de acción y de plasmar sus ideas, el director estuvo reunido durante largas jornadas para poder reflejar aquello que dentro del seno familiar y puertas adentro sucedía. Varias generaciones componen a los Campos, y en estas distintas edades habrá también una mirada completamente opuesta sobre aquello que, por ejemplo, los más viejos consideran parte ineludible de su pertenencia al mundo gitano. “Vergüenza y Respeto” busca algunas respuestas, no todas, claro está, acerca de esta tradición milenaria y que tuvo epicentro en India para luego comenzar a circular hacia otras latitudes y que, en esta oportunidad, a través de algunas imágenes de archivo en blanco y negro, la problemática se contextualiza, haciendo hincapié en la persecución que padeció el pueblo gitano, quizás el motivo determinante para que en la actualidad sean tan reservados con su vida dentro de sus casas. Es que si bien la extroversión es una de las partes esenciales de su personalidad, siendo la música el principal vector para extrapolar todas sus particularidades, también hay un recelo por custodiarse y custodiar las costumbres de una cultura que quiere mantenerse viva a pesar de confrontar una realidad que ya supera cualquier intento por mantenerse al margen, por ejemplo, de la tecnología o los avances y el progreso. ¿Qué es ser gitano? Quizás el más pequeño de los Campos puede dar algunos bosquejos de respuestas que permiten cierta presunción sobre tópicos que son inherentes a ellos. Porque si bien el más grande de los Campos, todo el tiempo da lecciones para la cámara, y también hacia sus hijos, hay algo que se escapa y que proviene de la propia testarudez de sus orígenes y que busca más que nada seguir aferrado a algunas cuestiones que ya han quedado en desuso. Algunas costumbres son enumeradas, otras son plasmadas y acompañadas por la cámara. Pero principalmente lo que “Vergüenza y Respeto” ofrece, son aquellos momentos de acompañamiento en los que algunos miembros de la familia se liberan, y ante la presentación de la espontaneidad de un diálogo o de una confidencia es en donde el filme puede construir una verdad aparente que refuerza su propuesta. Aquel que intente conseguir todas las respuestas sobre el mundo gitano y sus costumbres debe seguir buscando en otro lado las respuestas. Pero aquel que intente un primer acercamiento hacia algunos puntos de la identidad propia de este pueblo, y no desee más que conectarse, como lo ha hecho el director, con el grupo familiar que retrata, “Vergüenza y Respeto” le ofrecerá algunos destellos que le permitirán empatizar con las diferencias que entre ellos mismos se mantienen y que apuntan a ver qué pasa en la actualidad con un grupo particular mientras todo avanza y se acelera.
Si de información cultural para los muchos que no la conocen en detalle se trata, la película de Lipgot aporta una mirada muy íntima y cercana al mundo de los gitanos en el Gran Buenos Aires, centrándose en un férreo núcleo familiar que trata de mantener sus tradiciones pese a los cambios –en especial los tecnológicos y las redes sociales tipo Facebook– que van alterándolo todo, especialmente su vida de comunidad semicerrada. Lipgot observa a los distintos personajes, los escucha y narra sus peripecias pero no juzga ni condena, lo cual es valiosísimo en cuanto a saber ubicarse a la distancia justa de ellos, si bien eso no impide notar que algunas de las tradiciones de las familias en cuestión son un tanto represivas y misóginas, algo que el filme no dice pero queda claro en más de una escena y entrevista. Es un retrato sincero y abierto que se ofrece al espectador con sus contradicciones en carne viva. (Crítica publicada durante BAFICI 2015)
Soy gitano El director de Moacir y El árbol de la muralla vuelve a retratar personajes marginados en un film algo más disperso que los anteriores, pero igual de apasionante. Estrenada en una de las secciones paralelas de la última edición del Bafici, Vergüenza y respeto muestra los usos y costumbres de los Campos, al tiempo que indaga en los pormenores de la legendaria comunidad. Su modo de vida puede parecer extraño para los cánones sociales mayoritarios (las chicas no pueden salir solas a la calle y suelen casarse vírgenes y durante la pubertad con otro gitano; todos suelen dejar el colegio en 3° o 4° grado, entre otras cosas), pero Lipgot tiene el mérito de jamás juzgarlos. Tal como ocurría con sus films anteriores, el director se muestra atento y paciente para dejar que sus personajes se desenvuelvan y hablen con libertad, sin tapujos. Esto da como resultado un trabajo algo más disperso y menos concéntrico que los anteriores, pero con la misma nobleza y vocación de iluminar zonas poco tematizadas en el cine argentino.
Reveladora incursión en las costumbres gitanas Tomás Lipgot ha hecho buenos retratos individuales. Un director retirado en un asilo de ancianos, un cantautor "egresado" del Borda, un sobreviviente que volvió al campo de concentración para mostrárselo a su nieta, y bromeaba: "Me cobraron la entrada. La primera vez no me cobraron". Ahora Lipgot hace una pintura de grupo: una familia gitana de raza calé, que vive en las afueras del Conurbano. Se dispersa un poco, pero mantiene lo mejor de sus documentales: la sincera amistad con sus entrevistados, y eso se rubrica en la última toma después de los créditos. No a cualquiera los gitanos integran en una foto de familia. Tampoco a cualquiera le franquean sus casas, no una vez, sino desde los preparativos de un casamiento hasta que los abuelos acunan a su primera nieta. Ellas hablan de las costumbres que cambian y las que se mantienen, como eso de mostrar la camisa ensangrentada en la noche de bodas, de las únicas salidas que se permiten y la poca escolaridad que practican para no mezclarse con los payos, es decir, los que no son gitanos. Habla hasta la chica de 14 ya casada. Ellos hablan del orgullo de trabajar sin patrones y proteger a su gente, las payas que un joven puede tener "porque es varón", la seriedad con que debe asumirse una relación amorosa, "palabra larga, fuerte y difícil". Seguramente se les dirá machistas. Vergüenza y respeto, dice uno de los niños, que está aprendiendo la lengua. Siguen apasionados y con la camiseta puesta un partido de la Selección nacional. Recuerdan, como quien quedó libre de deudas, un sobrino que murió en Malvinas. Y cantan. Cantan y bailan, a cada rato, con el espíritu andaluz de sus ancestros. Según explica uno de los mayores, en la Argentina están los kalderash, los lovaris, cuyas mujeres visten ropas tradicionales, y los calé. Cada grupo tribal tiene su modo de ser, y sus variantes idiomáticas. El Inadi coproduce la película. El Steven Spielberg Film & Video Archive la auspicia, junto a la Asociación de Identidad Cultural Romaní de la Argentina.
Pasión gitana Vergüenza y respeto expresa la estima del hombre por la mujer en los no escritos mandamientos de la cultura gitana. Ese y otros giros costumbristas que el payo (el no gitano, para los gitanos) no tiene en claro son explorados por el neuquino Tomás Lipgot en su cuarto film. Un curioso de las minorías, como demostró ya en su debut Fortalezas, acerca de gente que vive en instituciones de reclusión, Lipgot muestra el devenir de una familia gitana de José C. Paz. La experiencia del neuquino se demuestra en la fuerza de los testimonios. En José Campos, el abuelo, se centra la voz de autoridad, el mandato de proteger a la mujer, lo cual también implica impedir que se reúna con payas, que vaya a bailar, que tenga el menor atisbo de libertad. Su hijo Juan Manuel (digamos, el pater familias gitano) hace sentir el rigor de la tradición en el modo en que crió a sus hijos; Joel, el más chico, es prueba viva de que pueden seguirse los preceptos sin desmedro de la picaresca criolla y las redes sociales. En el fondo, la música flamenca (ejecutada por Dieguito Campos, un mini Paco de Lucía), recuerda a cada instante la patria andaluza que, según José, se originó una vez al norte de la India.
Soy de la raza gitana su príncipe y heredero Tomás Lipgot es un cineasta interesado en las márgenes. Allí estaban los personajes encerrados en distintas instituciones de reclusión de Fortalezas (2010). Entre ellos Moacir, internado en el Hospital Borda y cuya riqueza ameritó una derivación titulada, claro está, Moacir (2011). En ambos films la condición de otredad era involuntaria, generada por factores externos y ajenos al control de los protagonistas. Pero el neuquino también supo posarse sobre aquellos que eligieron escindirse del mundo por sí mismos, en pleno uso de sus facultades, como si allí, bien lejos de todo y de todos, encontrarán la plenitud. Tal es el caso del cineasta Ricardo Becher, a quien en Recta final (2010) se lo ve durante sus últimos días de vida en un geriátrico porteño. Vergüenza y respeto redobla lo anterior sumándole al exilio voluntario y puertas adentro de una familia gitana una cuota de orgullo e inexorabilidad. Ser otro en plena ciudad, por decisión propia y mandato.Vergüenza y respeto, retrato de una orgullosa familia gitana.“El gitano suele dividir el universo en dos hemisferios asimétricos. Uno pequeño, en el que sólo cabe él con sus circunstancias. Y otro enorme que sólo puede contener a los payos, es decir, al total de las personas y cosas no gitanas.” La placa de apertura alerta que los Campos viven como lo hacen por imposición del linaje. Así, las nenas no pueden salir solas a la calle, ni mucho menos a bares y o boliches, y llegan vírgenes al casamiento. Casamiento que generalmente se da durante la pubertad y con otro gitano, previa aprobación del padre. Tanto ellas como ellos difícilmente vayan al colegio más allá de tercer o cuarto grado, y los “payos” son como perros callejeros: pueden vérselos, compartir algún momento y tener un mínimo contacto, pero no mucho más. Si es más, saltará el padre: “O cortás con esto o te parto la cabeza”, dice él que le diría a su hijo si éste le tomara demasiado cariño a una señorita no gitana. Esas costumbres pueden arrugar la nariz de más de uno, pero no la de Lipgot.Tal como ocurría en El árbol de la muralla, en la que Jack Fuchs reflexionaba larga y profundamente sobre su pasado como sobreviviente del Holocausto y cómo éste se manifiesta en el presente –¿la otredad como carga?–, en Vergüenza y respeto la cámara importa tanto como el micrófono. Lipgot tiene la virtud de escuchar con atención y desprejuicio, y construye un cine de palabras, como si entendiera que la cosmovisión y los pensamientos son los rectores principales del desarrollo narrativo: no importa qué piense el cineasta ante una determinada situación –el “abuelo” criticando cierta liberalización del padre en la educación de sus hijos, la nena en vísperas del nacimiento de su primer hijo–, sino qué piensan y hacen los protagonistas ante ella. Y es justamente esa virtud su principal problema. En gran parte de los trabajos previos de Lipgot, la voz cantante era individual, permitiéndole profundizar en los distintos recovecos de la personalidad del portador. Aquí, en cambio, el amplio abanico de personajes impide dar contorno a cada uno de ellos, convirtiendo por momentos a Vergüenza y respeto en algo parecido al piloto de una serie documental. Serie que, en caso de hacerse, habría que seguir.
It’s amazing how little people know about the gypsy community, and yet there’s much prejudice. A great deal of the effort put in making this film went into gaining their trust, which is quite damaged due to centuries of persecution and slander. But once they understood my work was going to respectful, the doors to the house of the Campos family kindly opened up to me. So my film tries to be an intimate glimpse into an unknown reality,” says documentary maker Tomás Lipgot (Fortalezas, Ricardo Becher recta final, Moacir, El árbol de la muralla) about his new opus Vergüenza y respeto, a close look at the gypsy community in Argentina. As the Campos family speaks about its cultural traditions, laws, rules and principles, little by little a picture of them widens and comes into focus. Through the prism of that family, Lipgot projects a social panorama that is as attractive as it is colourful. Just like in Lipgot’s previous documentaries, the interviewees speak candidly to the camera, with a lot of spontaneity and also self-assurance. Lipgot has always succeeded in instilling a feeling of immediacy between his subjects and viewers, and Vergüenza y respeto is no exception. Nothing ever feels staged, nobody ever seems to be posing for the camera. Vergüenza y respeto is also very informative as it not only addresses general questions regarding how the gypsy community is organized and functions, but also more particular ones that have to do with private matters. And while Lipgot doesn’t question or judge the nature of the community in any of its traits, some of their contradictions and resulting conflicts arise by themselves. And so you get a more nuanced portrayal. On the minus side, the narrative itself runs into trouble more often than not. It needs a stronger focus and some kind of dramatic structure to tell the tale. It’s not what it is told, but how it is told. As is, you have a long series of testimonies and daily life scenes that fail to gain momentum, many times eclipsing one another, and tending to feel disjointed. It’s too much material and it needs to be sorted out — more editing would be a plus — in a more articulate manner. If not, tediousness due to accumulation takes over the film from time to time. Production notes Vergüenza y respeto (Argentina, 2015). Written and directed by Tomás Lipgot. Cinematography: Nicolás Richat. Editing: Leandro Tolchinsky. Running time: 81 minutes.
Gitanos, los demás: foráneos De los gitanos aprendimos a juzgarlos antes de conocerlos. ¿Qué sabemos acaso? Después de ver este documental, hay que celebrar la iniciativa del director, Tomás Lipgot, por desasnar(nos) e intentar contar una historia sin juzgar en el desarrollo. El producto final es de antemano interesante, cómo de una familia (los Campos) se intenta construir el arquetipo de una comunidad que -haya sido donde se quiera su origen- está en las antípodas del conurbano bonaerense. Ellos viven ahí. La invitación a polemizar queda presentada también. Cuando una historia está marcada por constantes persecuciones, la desconfianza queda adyacente y la de este clan hace gala de la premisa. Lipgot delimita la sociedad entre gitanos y payos (fuera del conglomerado anterior). Va de lo pequeño a la grande; en los primeros planos un joven se entretiene con el Preguntados -juego donde prima la cultura general-, un niño se abre una cuenta en Facebook -le sugieren sólo vincularse con gitanos-, una chica de 14 contrae matrimonio -con un primo lejano- y una de 15 comienza a pintarse. Las mujeres no van solas a casi ningún lado y poco se cuestiona, sí el uso de la vestimenta. Polleras más o menos cortas según el índice de recato. El debate antropológico a veces de desfasa con el metafísico: ¿está devaluado el amor por los cristianos occidentales? El ritmo de Vergüenza y respeto (81 minutos) es vertiginoso; ser gitano es crecer más rápido pero sin dejar pequeños vestigios de inocencia: un póster de Violetta sobre una pared. Las familias son juez y parte. Uno de los Campos reflexiona: “la familia, los no gitanos, la destruyeron en son de la economía. Dejaron a los hijos a la libertad”. ¿La educación? En la propia casa, el trabajo también, la vida misma. Como si temieran al silencio, o al set de filmación que se montó en su propia casa, siempre es una buena ocasión para cantar. No faltan los que se animan a capella y cuando se tienen a mano las guitarras puntean el flamenco como si fuese su credo. Los gitanos son dóciles y estrellas en esta apuesta de la productora Duermevela, la picardía de todos ellos conforma un crossover de las obras picarescas de Moliére con la viveza criolla. No pueden escapar a la cotidianeidad, se muestran cómodos con ropa de diseño, cerveza de multinacionales y durmiendo en camas cuchetas. Como en cualquier familia, también están los que son más carismáticos y al final uno termina con menos prejuicios, los mira con más empatía. El nivel emotivo llega a su clímax con la mayoría de la familia Campos en la playa: se meten al mar, con ropa, de otra forma no lo pueden hacer. La cámara es uno más, al principio desde la orilla y después sumergida en la costa entre payos y gitanos.
Vergüenza y Respeto es un documental que retrata a los Campos, una familia bonaerense de linaje gitano. La cinta nos retratará desde un punto de vista observacional el día a día de una familia que trata de mantener sus costumbres y creencias viviendo entre medio de los payos. Gitana robaste mi alma Vergüenza y Respeto es de esos proyectos en los cuales el director instala una cámara y filma los sucesos que acaecen uno tras otro, en este caso a familia Campos, desde un punto de vista totalmente íntimo, buscando esa sensación de ubicuidad para no perder detalle alguno. El documental comienza con una publicidad totalmente invasiva, de mal gusto y calidad (el cual vuelve a repetirse sobrevolando el final de la cinta) para luego dar paso a una filmación casera donde unos jóvenes se comprometen en matrimonio, obviamente, según sus creencias y tradiciones gitanas. Mientras la cinta se desarrolla y va avanzando, lo mismo hará la pareja de comprometidos: veremos su casamiento, el anuncio de su hija, y el nacimiento de su primogénita. Por momentos es imposible seguir los diálogos de las conversaciones, debido principalmente a la forma de hablar de los protagonistas, ese acento español argentinizado obliga al espectador a afinar el oído más de la cuenta. Todo esto se acentúa aún más debido a que algunos diálogos se sienten totalmente antinaturales, ya que la presencia de la cámara incomoda a los protagonistas y eso se siente. El título del documental hace referencia hacia el orgullo de ser un gitano de vergüenza y respeto, sobre todo hacia la mujer. Los gitanos son de una estirpe puramente matriarcal. En este caso, la familia Campos pertenecen a la tribu de los Caló, y si bien se comprende que busquen mantener vivas sus sempiternas tradiciones, las mismas son bastantes llamativas. Solamente por enumerar algunas: las hijas deben mantenerse vírgenes hasta el matrimonio, no pueden ir solas a ningún lado, ni salir a bailar, no tienen amigas, no pueden ni siquiera terminar la escuela, y así un largo etcétera. En contrapunto está el varón gitano quien puede salir a boliches, embriagarse, ir a todas las fiestas familiares, verse con mujeres y cientos de prerrogativas más con las que las mujeres no cuentan. Mantener a las mujeres “aisladas”, castas y puras en el seno familiar es lo que ellos llaman honrar a la familia. La música del documental está compuesta únicamente de los cantos flamencos que entonan la familia, y la misma acompaña de forma perfecta, un gran acierto por parte del director. Lo mismo ocurre con el narrador, es uno de los propios protagonistas quien está a cargo de contar y explicar en qué consisten sus ancestrales tradiciones. Conclusión Vergüenza y Respeto muestra con total intimidad el día a día de una familia gitana. La idea está bien planteada, se desarrolla de buena forma y el documental se torna más y más interesante conforme pasan los minutos. Sin buscar juzgar, el film retrata el porqué de las tradiciones gitanas y la importancia que conllevan para ellos. Música flamenco, narrador gitano y una familia de lo más interesante forman un coctel que merece ser visionado. Recomendado, con especial ahínco para aquellos que solamente asocian a los gitanos con las carpas, las polleras largas y las trenzas.
Fundido a negro. En letras de imprenta aparece una curiosa frase firmada por alguien cuyo nombre es no menos curioso: Tío Pepe, quien, así firma, y dice: "El gitano suele dividir el mundo en dos hemisferios asimétricos. Uno pequeño, en el que sólo cabe él y sus circunstancias. Y otro enorme, inmenso, que sólo puede contener a los Payos, es decir el total de las personas y cosas no gitanas". No podía ser más empática la primera imagen de “Vergüenza y respeto”. Tomás Lipgot comienza con un video hecho por una de esas empresas de imaginación limitada que se dedica, evidentemente, a filmar casamientos, bautismos, etc. Dentro de ese video se produce un encuentro (una dramatización de lo ya ocurrido en la vida real) entre familias gitanas. El jefe de clan o familia se acerca para pedir (en nombre de su hijo) la mano de su primogénita en una escena tan simpática como real. Una gran entrada que luego nos pondrá geográficamente en San Miguel, lugar en donde viven los gitanos. Lejos de lo que uno imagina (carpas, corrales y situación precaria vista en producciones de ficción), el mundo y las tradiciones gitanas se amalgaman entre el resto de casas y barrios. Los Calo, los Kalderash, los Lovaria, son tribus (así se autodenominan), las que se diferencian según los orígenes que tengan. “Vergüenza y respeto” hace del registro de conversaciones el arma principal para poder entender la fuerza, el tesón, y la convicción con la cual el hablar, las costumbres, y la idiosincrasia es trasladada de una generación a la siguiente. Las voces de los más viejos cuentan viejas historias. Gitanos nómades, que todavía quedan en Rusia y otros países del Este de Europa, se contraponen con los de España y la Argentina, que ya están asentados. Cuidar a los hijos, amar a la mujer, la virginidad de las hijas, "amor es una palabra larga y fuerte...La base de la humanidad es la familia... ...el hombre por querer ser más que la mujer y la mujer por querer ser más que el hombre han destruido el concepto de hogar..." son algunas de las frases fuertemente arraigadas en la cultura gitana actual, y el gen en donde nace el título de éste muy interesante documental con características de eslabón perdido perteneciente a la gigantesca cadena de etnias que inmigraron a nuestro país.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
El jueves llega el documental sobre la comunidad gitana, Vergüenza y respeto dirigido por Tomás Lipgot. Vergüenza y respeto retrata, a través de cinco generaciones, la vida cotidiana y las costumbres ancestrales de una familia gitana del conurbano bonaerense. Los Campos abren las puertas de su hogar y con ellas también las de una tradición milenaria, obligada hoy a acoplarse al mundo contemporáneo. Una cosa está clara: ser gitano no es fácil, o como dice uno de los protagonistas, “es más fácil decirlo, que serlo” . Atravesado por cantos, guitarras, palmas y cajones flamencos, la película es un elegante documental de observación. Como retrata bien su sinopsis, Vergüenza y Respeto es un documental que deja llevar al espectador, sin imponer una mirada ajena a la comunidad gitana; sino solo presentando las diversas actividades que realiza la familia, desde los más jóvenes hasta los adultos. Esta separación de la cámara y sus protagonistas, da una mayor naturalidad a la imagen, y es una visión más cruda del día a día de la comunidad, que engloba la música, la familia, las comidas, posición del hombre y la mujer en el hogar y su relación con los payos (aquellos que no son gitanos).
La historia antigua de los gitanos sigue siendo un tema controvertido, tanto que no se sabe a ciencia cierta cual fue su procedencia. No obstante, la realidad da cuenta, de que este es un pueblo con fuertes tradiciones y de que las sigue manteniendo a lo largo del tiempo. También sabemos que este pueblo fue perseguido en casi toda Europa, y que su persecución alcanzo su punto máximo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando unos 250.000 gitanos hallaron la muerte en los campos de concentración nazis. Como sabemos… que en muchas partes del mundo la discriminación sobre el pueblo gitano aún existe. Y Argentina no escapa a este prejuicio, aunque albergue a cientos de ellos. Vergüenza y Respeto son dos palabras que se encuentran imbrincadas dentro de esa cultura, la cual nos puede parecer muy estricta, sobre todo para las mujeres. La cámara penetra en el mundo privado de la familia Campos, y ellos le abren sus puertas para hablar de las memorias y vivencias… contadas por sus propios protagonistas, con más alegrías que penas, con más unidad que dispersión, y con una idea de familia que parece pertenecer a otro tiempo, donde la cultura es casi exclusivamente transmitida oralmente, y donde el conocimiento debe ser repetido en voz alta a fin de que no desaparezca. Esto genera una mentalidad altamente tradicionalista y conservadora, ya que de algún modo viven en un presente que se mantiene a sí mismo. Y por otra parte, y en una gran medida están también la música y el baile, que son dos cuestiones fundamentales de la cultura gitana relacionadas con la comunidad y lo sagrado, es decir… con las preocupaciones fundamentales de la existencia. Porque este también es un modo de narrar. Y porque no sólo la lengua tiene una inmensa relevancia, sino que el baile lo tiene en la misma medida. No es sólo un acto recreativo, sino que posee una función social más compleja que tiene que ver con un hecho de cohesión social, por medio de la cual el pueblo gitano reproduce y actualiza su cosmovisión. Su memoria colectiva, referente indispensable para entender y vivir su presente y proyectar su futuro. Como todos los films de Tomás Lipgot, este documental, no escapa a esa estética intimista, defensora de los derechos igualitarios…contra la discriminación y el racismo, una mirada sensible, un oído sensible, características que hacen de este trabajo una buena propuesta.
Todos los años nos llega un retrato fílmico de Tomas Lipgot. Ahora es tiempo de gitanos, y es muy bienvenido. Una indicación al inicio comunica una sociología mínima: los gitanos, al menos según uno de los miembros de la familia elegida por Tomás Lipgot para retratarlos, dividen el mundo en dos hemisferios asimétricos: por un lado están los gitanos, sin distinción de procedencia; por el otro, el universo simbólico de los payos, es decir, todos aquellos que no son gitanos. A diferencia de la lógica que domina el espacio público vernáculo, en el que el uso del vocablo “ellos” sintetiza desprecio y desinterés por examinar las razones del otro, Lipgot asume que el único modo de mirar a sus personajes, una familia numerosa de gitanos de apellido Campos que vive en San Miguel, provincia de Buenos Aires, y proceden de España, es intentándolo desde la estricta perspectiva de ellos. El video familiar de un casamiento incluido en el inicio del filme es de por sí una cifra del procedimiento poético: para entender hay que aprender a ver más allá de la mirada de los payos, de tal modo que la profesionalidad del director consiste en sostener una cercanía con las formas elegidas por sus propios retratados. (La escena en la que la familia ve un partido de la selección argentina es clave, sobre todo cuando de pronto en donde ven el partido se los ve a ellos viendo el partido). Durante todo el filme, todo el grupo familiar compuesto por padres, madres, tíos y tías contarán cómo se constituye la identidad gitana, la cual depende de una política doméstica de la identidad que rige amablemente desde los usos de Facebook hasta las reglas del matrimonio. Los niños asisten a la escuela de los payos hasta que aprenden a leer y escribir. Las mujeres llegan virgen al matrimonio. Al mar se entra vestido. Estas normas, como otras, invitarían a pensar que se trata de una vida ascética y circunspecta, aun anacrónica, pero tan sólo basta ver a los jóvenes cantar flamenco y a las mujeres bailar la música de los antepasados para darse cuenta de que entre los gitanos existe otro modo de concebir la sensualidad y la libertad. Las reglas tienen un objetivo preciso: perpetuar una cultura y sus prácticas. El filme sugiere que, en la era digital, eso será cada vez más difícil. Hay algo que falta en Vergüenza y respeto, y que no es justamente la dilucidación de esos dos vocablos del título que en cierta medida denotan con claridad los límites de la moral gitana o el modo por el cual un gitano ejercita su autoconciencia y evalúa su conducta individual en el mundo que participa. Eso que falta y que muchas veces es fuente de prejuicios y sospechas por parte de los payos cuando piensan acerca de esta etnia surgida en la India no es otra cosa que la actividad económica. Los Campos no son ricos, pero es evidente que no tienen apremios materiales, aunque también se percibe que el barrio en el que viven y la vida que llevan poco tienen que ver con la ostentación y el consumo. Pero esa actividad imprescindible para cualquier grupo humano permanece en fuera de campo, y en este caso resulta particularmente interesante o relevante la falta, debido a que en el intercambio comercial no se puede evitar jamás la interacción con los payos y sus propias costumbres y modalidades laborales. Esa zona de intercambio es potencialmente significativa. Poco y nada se llega a divisar al respecto, y en cierto sentido esa ausencia debilita la película, que parece delimitada a retratar las costumbres, en su mayoría asociadas al ocio. Los gitanos no solamente bailan y cantan. La sensibilidad histórica de Lipgot por aquellos que han sido perseguidos es manifiesta. En su película precedente, el director se ocupaba de un sobreviviente de un campo de concentración nazi; ahora, su interés se focaliza en un grupo étnico a menudo estigmatizado. Lipgot no mostrará jamás cómo logró la empatía y confianza de sus personajes, aunque después de los créditos finales hay un plano que demuestra muy bien la cercanía entre el equipo de filmación y los Campos. Lo que es evidente es que, al final, el respeto que el director tiene por sus retratados será contagioso, un imperativo estético que deviene en ético. Ellos serán nosotros; de no ser así, tendremos vergüenza.
Imágenes de vidas gitanas Con un registro de vocación plural, la película retrata la vida de una familia gitana del conurbano bonaerense. Para eso, se adentra en la tradición de una cultura que persiste. El cineasta y la cámara, se hacen invisibles en el registro. Vergüenza y respeto clama varias veces la película de Tomás Lipgot. Quienes enuncian y apropian estos valores, como modo de convivir y trascender el tiempo, son los Campos, una familia gitana que habita la zona de San Miguel, en Buenos Aires. Dos palabras que son eje de una articulación familiar y cultural, en la que la cámara del realizador se adentra. El resultado es íntimo, festivo. El propio Lipgot ha expresado su curiosidad siempre latente por la comunidad gitana, finalmente consecuente con el rodaje de su film anterior: El árbol de la muralla, dedicado a la vida de Jack Fuchs, sobreviviente de Auschwitz. La elección de la temática gitana, como germen contenido en una película dedicada a la memoria del Holocausto -entre cuyas víctimas destacan los gitanos-, permite enhebrar la reflexión realizada por la filósofa Hannah Arendt, quien entendía la ausencia de límites geográficos del pueblo judío como motivo de alarma nazi. Ahora bien, debiera también practicarse un recorrido sobre el estereotipo gitano que el cine argentino ha construido. En ese listado no faltaría el corto animado Upa en apuros (1942), primera incursión en pantalla grande del indio Patoruzú, acá dedicado al rescate de su hermano, raptado por Juaniyo, el gitano "ladrón de niños". En la lista, tampoco estarían ausentes los simplismos de Gitano (1970), con Sandro, y la tira televisiva Soy gitano (2003-04), con Osvaldo Laport. Es decir, el cine tiene mucho que decir al respecto. En este sentido, las pocas imágenes documentales que Vergüenza y respeto exhibe son de un interés mayúsculo, al revivir tiempos pasados para hacerlos comulgar con los protagonistas de Lipgot. De esta manera, el realizador teje una memoria histórica que se debate cinematográficamente al interrogar al ojo que mira: sea tanto el que está detrás de la cámara como el que se sitúa frente a la pantalla. El acento mayor, que es decisión estética y mirada ideológica asumida, lo marca el inicio, con fragmentos de un video amateur y gitano sobre el rito de consumación de la pareja. Con efectos digitales chillones, pero desde un punto de vista que es inmanente a la cultura retratada, la película dentro de la película señala de modo suficiente. Por un lado, porque lleva al planteo referido más arriba: ¿en manos de quiénes descansan las cámaras que han retratado al pueblo gitano? Por el otro, porque hace pública una costumbre que es parte de una sociedad variada, plural, que las más de las veces ignora lo que allí se contempla. Esta es apenas la punta de ovillo de una película que retrata aspectos de esta familia descendiente de la tribu Caló, proveniente de España, con el flamenco en venas y cuerdas vocales y bailes. En el recorrido habrá situaciones para la sorpresa, la curiosidad, y el inevitable choque con quien quiera mirar. Porque los Campos entienden que la sociedad son ellos y los payos (los no-gitanos). En este ir y venir establecen su vida y procuran conservar sus costumbres. Se nota que no es tarea fácil. El más intransigente es el abuelo, su hijo lo entiende pero sabe que es mucho lo que ha cambiado, si bien los dos coinciden en que pocas cosas han quedado de la tradición. El pañuelo, queda el pañuelo. Y la vergüenza y el respeto por la mujer. Acá no faltarán pareceres encontrados con el espectador. Porque mientras se dice que los gitanos eran un patriarcado que ya no es, las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio así como ser ignoradas si es que se apartan de las costumbres. En todo caso, no es un dedo que juzgue el interés propuesto por el documental de Lipgot, sino su inmersión en una cosmovisión en ejercicio, donde la cámara se confunde de maneras diferentes. Este confundirse en lo cotidiano-extraño se revela como consecuencia de una intimidad que le ha abierto sus puertas al realizador. Se intuye, por eso, un trabajo previo fundamental, donde Lipgot debe haber ganado simpatías con un núcleo que se revela drástico, con una demarcación clara entre ellos y los payos. Desde la elección de los recursos narrativos, Vergüenza y respeto apela a invisibilizar la presencia del cineasta, hasta tal punto que hay momentos donde es la cámara misma la que parece no estar ante los protagonistas. En este devenir, el film se vale de muy pocas entrevistas, mientras acompaña vivencias, discusiones, festejos, comidas, música. Las voces se suman desde las distintas generaciones; por eso, uno de los mejores momentos está en la transmisión oral de palabras y expresiones que abuelo y padre hacen al más pequeño. Casi como un juego, también como una responsabilidad heredada, con el fin de ser legada. Lo que aparece también, casi como si se tratara de un guión escrito previamente, son los personajes llamativos, bufonescos. Es el caso del tío "loco", el que trabaja como guardia de seguridad en un juzgado, con la sonrisa sin dientes predispuesta, mientras bebe, baila, bromea y deja su pistola a resguardo. O el músico que sobresalió, tuvo momentos de escenario, pero después algo pasó. Son muchas las historias que apenas se dicen, que significan a la manera de paréntesis de lo mucho más que toda persona siempre es. Entre las facetas diferentes, que recorren memoria y tradición, los niños aparecen como el resguardo mayor, con sus lugares sociales previamente aceptados. El hombre es el que puede y debe salir, ir al contacto con los payos y dado el caso, también tener sus experiencias con otras mujeres. Pero no debe pasarse de la raya, tiene que volver. Mientras que la mujer es el centro del hogar, la que se queda, la que sostiene el entramado que sobre ella se despliega. Podrían hacerse muchas objeciones al comportamiento social gitano, pero lo inmediato que el film de Lipgot parece ensayar es una luminosidad devuelta sobre los pareceres personales y sociales de toda persona. En Vergüenza y respeto no se practica el prejuicio, sino su reverso, como una de las maneras más nobles de pensar y practicar la convivencia. También de hacer cine.
SER GITANOS HOY. ¿Cómo hacer para exponer la realidad cotidiana de una comunidad gitana en Argentina eludiendo prejuicios y, al mismo tiempo, esquivando una mirada idílica? Tomás Lipgot (El árbol de la muralla, Moacir) hizo lo mejor que podía hacerse ante ese desafío: ganarse la confianza de una familia y dejar que los propios integrantes cuenten su historia, con toda su vitalidad y sus contradicciones. De esta manera, casi sin salirse de la intimidad del hogar de los Campos en el conurbano bonaerense, Vergüenza y respeto recorre conversaciones y gestos que van revelando diversos aspectos de la vida gitana. Todo cabe en esta amable invitación a conocer otra cultura: mates, asados y humeantes comidas, chicos (varones) jugando con su rifle, buscando amistades en Facebook o tocando prodigiosamente la guitarra, los sentimientos sinceros ante la pérdida de un familiar y el poco valor dado al estudio, la vocación por las fiestas junto a ciertas formas de marginalidad, la amistosa relación con los vecinos y las expresiones del tipo “Al que se mete con alguno de nosotros lo mato.” Seguramente para espectadores habituados a los conceptos políticamente correctos no es fácil aceptar algunas ideas que los gitanos –estos gitanos, al menos– tienen sobre la honra y la libertad, o sobre el rol de la mujer. “La leyenda gitana se basa en la mujer”, dice uno de ellos, y habla incluso de matriarcado, al mismo tiempo que se subraya la importancia de la virginidad de las jóvenes antes del matrimonio y de no dejarlas salir nunca solas a ningún lado, o el ferviente deseo de que el primogénito sea un varón. No menos inquietante suena el requerimiento de “No desvirtuar la raza”, derivado de lo que podría llamarse orgullo de ser gitano. Lo bueno es que esos valores se ponen ligeramente en discusión en el mismo film, cuando dos hombres de distintas generaciones debaten sobre la pertinencia de respetar las tradiciones frente a los cambios de la vida moderna. En tanto, queda la duda de cómo se acomodan sus reglas de vida con la necesidad de tener un empleo y ganar dinero (a ninguno se lo ve trabajando, salvo dentro de la casa). Un acierto de Lipgot como director es que –apelando a grabaciones amateurs de casamientos familiares o registrando conversaciones casuales– logra transmitir el clima propio de una familia gitana, extraña mezcla de temperamento con afecto y rigidez con libertad. Otra buena idea es mostrar a los hombres viendo entusiasmados por TV a la selección argentina de fútbol mientras el mayor de ellos habla del respeto a las leyes de nuestro país; también las imágenes de archivo que aparecen naturalmente, sin solemnidad, mientras se deslizan datos históricos (incluyendo un pasado de persecuciones que trae a la memoria El árbol de la muralla). No debería hacer falta agregar que el documental de Lipgot está impregnado de energética música, que sólo los gitanos parecen saber cómo generar en cualquier momento y ocasión. Por ahí asoman Carmen Amaya y Gipsy Kings, pero en el film son los Campos quienes, de tanto en tanto, disfrutan cantando, moviéndose y batiendo palmas con envidiable regocijo. Si de algo no hay dudas, es que se sale de ver Vergüenza y respeto tarareando y con ganas de discutir sobre costumbres y conductas propias y ajenas.