El saqueo continúa Desde la concepción del documental Memorias del Saqueo en el año 2004, un extraordinario diagnóstico sobre las consecuencias de las políticas neoliberales en Argentina a partir de la década del noventa hasta la fecha de lanzamiento de la película, Fernando “Pino” Solanas ha analizado en sus obras distintas cuestiones relacionadas con el contubernio entre los políticos de distintas banderas y las corporaciones transnacionales y sus socios locales para destruir el sistema productivo del país, disciplinar a sus organizaciones sociales, corromper a su clase política y saquear los recursos naturales con el menor costo financiero. Esta actividad de denuncia cinematográfica dirigida hacia un público masivo se ha combinado con su acción política, que lo ha llevado a ser diputado y senador nacional con su partido, Proyecto Sur. En Viaje a los Pueblos Fumigados (2018) Pino retoma un periplo realizado a la provincia de Salta para su documental sobre la industria petrolífera argentina y las resistencias a la privatización de este recurso estratégico, Tierra Sublevada: Oro Negro (2011), para indagar en una obra dividida en diez capítulos sobre las políticas y las consecuencias de los agrotóxicos para el medio ambiente y la salud de toda la población. Solanas entrevista aquí a distintos expertos como Jorge Rulli, Adolfo Boy y Pedro Peritta, entre otros con el objetivo de dilucidar para sí mismo y para el público las nocivas consecuencias de las utilización de semillas transgénicas y de agrotóxicos, la contaminación de todas las hortalizas a partir de la fumigación con pesticidas prohibidos, la evolución de las políticas de patentes del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), el aprovechamiento de las corporaciones de la confusión y la falta de información fidedigna y de investigaciones sobre los transgénicos y el glifosato en los organismos estatales y el reemplazo de la lógica social de la calidad por la del mercado, que promueve la cantidad y no la calidad como modelo de explotación intensiva. El documental señala a su vez como estás políticas de monocultivo, el desmonte, la destrucción del suelo productivo y el endeudamiento han llevado a la quiebra a los pequeños chacareros, concentrando cada vez más la riqueza y la tierra en pocas manos, generando así más desocupación, pobreza y hambre. Además de hacer hincapié en la perdida de la biodiversidad y de soberanía Pino Solanas también analiza a través de las entrevistas la triangulación de las mercaderías que las corporaciones realizan para evadir impuestos a través de las sociedades Offshore, denunciando la connivencia con los políticos que han gobernado el país desde la década del noventa, pero marcando que en los últimos dos años la fumigación con agrotóxicos se ha multiplicado, señal de una clara política del actual Gobierno al respecto. Por supuesto, Solanas no se queda en la denuncia y también entrevista y visita a los integrantes de Naturaleza Viva, Remo Vénica e Irmina Kleiner, un proyecto de agricultura orgánica y agroecológica que es un ejemplo en el mundo. La lucha de la pareja por la supervivencia fue retratada de forma maravillosa por Juan Baldana en Los del Suelo (2015), film que narra su huida de las autoridades militares y su vida en la clandestinidad durante toda la última Dictadura Militar. El realizador también releva en Viaje a los Pueblos Fumigados otros proyectos con conciencia rural agroecológica que producen alimentos orgánicos y proponen otro modelo de desarrollo sin soluciones químicas contaminantes. Solanas regresa así nuevamente al documental de barricada para advertir sobre una cuestión que cada vez hace más ruido y necesita difusión, para frenar a las corporaciones multinacionales y sus cómplices locales en su intento de envenenamiento de la población, para poder construir una soberanía alimentaria como proponen organizaciones internacionales como Vía Campesina.
A Fernando Pino Solanas le detectaron residuos de pesticidas en sangre… La afirmación suena a apertura de una noticia informativa o amarillista según quien califique, pero aquí presenta el nuevo documental del veterano cineasta y senador nacional. Viaje a los pueblos fumigados se titula esta aproximación a las consecuencias letales que la deforestación, la sojización y la explotación agropecuaria a escala industrial provocan en territorio argentino. Solanas encarna el rol de investigador comprometido en esta road movie que filmó en Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Salta, Chaco, Misiones. Comprometido por partida doble: primero porque suscribe a la verdad que (le) cuentan descendientes de pobladores originarios del Impenetrable, médicos de provincia, maestras rurales, integrantes de las Madres de Ituzaingó, el coordinador de los Campamentos Sanitarios de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, ex referentes de la Federación Agraria Argentina y del INTA, productores orgánicos, la hermana Martha Pelloni entre otros entrevistados; segundo porque se descubre afectado clínicamente por la contaminación progresiva –a veces silenciosa, a veces silenciada– que denuncia. El truco del análisis de sangre evoca el recuerdo de los controles médicos que Morgan Spurlock se hizo mientras filmó Super size me, documental sobre la incidencia perniciosa de las comidas rápidas en la salud. La coincidencia cinematográfica se diluye cuando constatamos que, a contramano de su colega estadounidense, el autor de Las hora de los hornos evita pisar suelo hostil, es decir, en su caso, interpelar a algún vocero del empresariado sojero, de la industria agrícolo-ganadera y/o de los laboratorios especializados en agrotóxicos y semillas transgénicas. Para satisfacción de sus seguidores y fastidio de sus detractores, Solanas parece haber repetido el formato narrativo que les aplicó a documentales anteriores, por ejemplo La guerra del fracking que estrenó cinco años atrás: propone un recorrido por el interior del país; se erige en guía omnipresente; estructura el relato en capítulos; convoca a fuentes cuyos testimonios y datos técnicos concuerdan; reivindica la resistencia popular. Como en aquella película, en ésta también intervinieron el director de fotografía Nicolas Sulcic y el musicalizador Mauro Lazzaro. Por la temática abordada, Viaje a los pueblos fumigados dialoga con las recientes Agroecología en Cuba de Juan Pablo Lepore y La mirada del colibrí de Pablo Leónidas Nísenson. Aunque las separan grandes diferencias narrativas y técnicas, estas tres películas nacionales señalan la imperiosa necesidad de erradicar el agronegocio transgénico y tóxico (también algunos emprendimientos inmobiliarios) no sólo de nuestro país. Sus autores coinciden además en reclamar una urgente y rigurosa intervención estatal. Desde una perspectiva ambientalista, el nuevo documental de Solanas constituye una propuesta valiosa por su capacidad concientizadora. Concentrarse en las características discutibles del abordaje cinematográfico y/o en algunas contradicciones políticas del autor equivale a acordarle más atención a Pino que a un bosque a merced de la desforestación, la sojización, la fumigación y demás prácticas criminales del capitalismo depredador.
Con Pino Solanas como uno de sus grandes emblemas; el cine documental argentino tiene una gran tradición de ser principalmente un canal para la denuncia en la lucha política y social. En su último trabajo, “Viaje a los Pueblos Fumigados”, Pino nos cuenta cuáles fueron las consecuencias que trajeron el proceso de sojización y el uso de agrotóxicos en éste. En la década de 1990, con el menemismo, el sector rural argentino entró en un proceso de sojización, convirtiendo así con el tiempo a la soja como la principal exportación de nuestras tierras. Esto implicó grandes cambios en la industria agrícola nacional y, siendo un país agroexportador esto, a su vez, produjo grandes cambios sociales en las zonas rurales. Con el correr de los gobiernos, el proceso de sojización de las tierras argentinas continuó y así la economía rural abrió sus puertas a las distintas empresas de semillas y fertilizantes que maximizan la producción de soja, tales como Monsanto. Al ser tan grandes las ganancias que trajo esta apertura, inversa fue la incrementación del control sobre las mismas. Desde los distintos poderes de nuestra sociedad, como el político y el económico, con su influencia en el poder mediático, se invizibilizó y negó la cuestión sobre cómo los productos químicos que vendían estas mega empresas afectaban a la salud de las personas que viven cerca de las estancias y sobre los consumidores del producto final. Es decir, se tapó la evaluación sobre la toxicidad y los efectos para el cuerpo que traen consigo los agrotóxicos. Así fue que años después de la implementación de este modelo, comunidades enteras del interior del país sufrieron grandes perjuicios, desde el incremento de las tasas de enfermos de cáncer hasta la contaminación letal en los ríos y en el aire, dentro de una larga lista. También produjo que en los productos primarios que compramos todos en los distintos almacenes o supermercados haya un alto nivel de toxicidad que luego entra a nuestro sistema. Este tema, al trascender gobiernos y décadas, no está muy presente en la agenda política, aunque gracias a la lucha e insistencia de sectores ecologistas y de izquierda, cada vez resuena más. Como por ejemplo la protesta que sucedió en el pueblo cordobés “Malvinas Argentinas” en contra de Monsanto que logró que la multinacional se retire de la localidad. Por suerte, para estos temas el cine documental argentino no pierde su capacidad y poder de denuncia, cumpliendo su función de servicio para la comunidad, y en “Viaje a los Pueblos Fumigados” vemos una realidad que es ajena a la que se vive en las ciudades, pero que nos influye directamente. Es necesario tener estómago para tolerar todas las imágenes y datos, pero si uno lo consigue, al terminar de ver el metraje, la concepción del país con la que uno entra a la sala es distinta a la que cuando se retira. Al tocar un tema tan sensible y, debido a la complicidad de los sectores que ostentan el poder con quienes se ven beneficiados con los agrotóxicos, la película sólo está programada para proyectarse una vez por día en el Cine Gaumont, por lo que es esencial ir a verla; aunque Pino en conferencia de prensa declaró: “Es un documental cuyo destino son las redes y YouTube”.
Envenenados de ambición. Ovacionada en Berlín y no es nada extraño, Viaje a los pueblos fumigados es la nueva película de Fernando Pino Solanas. Y a catorce años del estreno de Memoria del saqueo confirma que nada ha mejorado en Argentina; que los problemas de la matriz productiva siguen siendo los mismos y las consecuencias de un modelo agroexportador, que hizo de la soja su único cultivo rentable, condena a cualquiera que hoy por hoy se alimente con vegetales, cereales y hasta carne vacuna. Más allá de los negociados entre los políticos y las multinacionales, el cono de silencio sobre los trastornos de salud, el avance progresivo de la desnutrición en un país que desbordaba materia prima y era capaz de alimentar a millones, son los reveses de ese saqueo comenzado durante la década del ’90 y perfeccionado en las décadas siguientes, con la República Argentina como escenario de la desigualdad, la exclusión y la falta de control sobre toda la actividad económica. Tal como viene haciendo con sus anteriores documentales, todos ellos concentrados en algún tópico polémico como la minería a cielo abierto, el negocio del petróleo entre otros, Pino Solanas asume su condición de documentalista y narrador de su experiencia. Ese tono ameno, con apuntes personales que refuerzan su pensamiento, ideología y compromiso con las causas sociales, se nutre de historias periféricas de gente anónima, aunque importante a la hora de resaltar sus aportes tanto profesionales como de lucha silenciosa contra la injusticia a la que son expuestos a diario. En esta oportunidad, el eje se concentra en los agrotóxicos y sus nefastas consecuencias en los pueblos fumigados. Poblaciones enteras sometidas al veneno que entra por vías aéreas, por el agua o sencillamente por la piel cuando se expone a la invasión de avionetas fumigadoras, que no reparan en la presencia humana en las zonas que recorren. A ese compendio trágico que incluye la muerte de niños por envenenamiento con sustancias prohibidas se suma una importante galería de profesionales, expertos en la materia, doctores, siempre silenciados por el poder de turno. Investigaciones que se intentan tapar generan en Pino Solanas un sinfin de preguntas con la misma respuesta de siempre: Nadie piensa en otra cosa que la rentabilidad económica. Inclusive aquellos chacareros que abandonaron sus viejas prácticas de cultivo y envenenan la tierra para sobrevivir en el mercado. Párrafo aparte merecen las transformaciones del INTA al haber entrado en el juego perverso de las patentes de semillas y en la competencia para emplear la poca tecnología y recursos humanos en la creación transgénica, al servicio de los intereses de las grandes multinacionales que solamente financian aquello que los beneficia en términos comerciales. Monsanto es un nombre que se escucha en cada testimonio para ponerle cara a la cuestión económica y el plan sistemático de destrucción de los recursos naturales en nuestro suelo, violando todo tipo de ley y comprando silencios de políticos sin importar el partido que los nuclee. La ausencia de voces defensoras de lo indefendible abre las puertas a las pequeñas proezas de chacras mixtas o proyectos agroecológicos de enorme impacto social y rentabilidad asegurada. Así, es justo dejar en esta nota nombres como los de Jorge Rulli, Adolfo Boy y Pedro Peritta, o los de Remo Vénica e Irmina Kleiner, con su proyecto Naturaleza Viva.
Fernando Pino Solanas ya nos tiene acostumbrados en sus películas documentales, a ver un filme de denuncia. Suelen ser motivados por situaciones de injusticia, la mayoría de las veces social. Viaje a los pueblos fumigados, su trabajo más reciente, arremete en contra de la fumigación en general -sobre escuelas rurales, e inclusive marcando, subrayando el veneno que ingieren quienes la diseminan en los mosquitos (avionetas). Y, de paso, la cosecha también indiscriminada de soja, los terratenientes, los bancos y las multinacionales, el gobierno -el presente, y el anterior-. Quienes hablan con Solanas -que de nuevo se quedó con el rol del relator, con ese tono entre didáctico y semipomposo o suntuoso- es gente que la pasa mal. Realmente mal. Padres de niños que fallecieron o que quedaron enfermos. Personas de escasos recursos económicos, pero que saben pelearla. Y también, gente que analiza y saca conclusiones de hechos, que como son mostrados por la cámara del director de La dignidad de los nadies, parecen tan agobiantes que extraña que nadie haga nada por remediarlo. Así es el cine de Solanas, desde La hora de los hornos. Solanas filma, machaca una idea, como que la traga, la deglute y la vuelve a exponer. La reiteración es más que parte de un esquema preelaborado. Ya es un sistema que el realizador de Tangos, el exilio de Gardel y La nubemaneja con sapiencia y, casi casi con los ojos cerrados. Esta vez, como en otras oportunidades, no todas, falta escuchar la otra campana. Tanto sea para ofrecer esa oportunidad, como para reforzar el mensaje. Sea como sea, Viaje a los pueblos fumigados deja en primer plano el enorme peligro que conlleva hoy en día ingerir la comida que llevamos a nuestras mesas. Los ejemplos son más que abundantes en este filme en el que el cineasta, de 82 años, se muestra tan pujante como siempre.
Pino Solanas continúa recorriendo el país para registrar los abusos en la explotación de los recursos naturales y sus efectos nocivos tanto en el medio ambiente como en la salud de la población. En este caso se centra en los efectos de la deforestación, en el cultivo a gran escala de la soja transgénica y en el uso sistemático de los agrotóxicos. El documental comienza con imágenes de los desmontes y la precaria situación de los wichis, pueblos originarios cuyas tierras están cada vez más cercadas en el norte argentino. Luego, el director de Memoria del saqueo y La próxima estación recorrerá siete provincias para denunciar los grandes grupos económicos y exponer la crisis de los pequeños productores que se ven obligados a alquilar sus campos, aumentando así la concentración de la tierra. El también senador cuestiona el uso del glifosato que se fumiga sin controles desde los aviones y, para demostrar sus efectos, se realiza un análisis de sangre en primer plano que confirma que él también tiene plaguicidas en su organismo. Cámara en mano, con su habitual narración en off de espíritu didáctico, el infatigable Solanas ofrece en este, su nuevo documental, unos cuarenta testimonios de especialistas en estas problemáticas que no solo aportan denuncias, sino que además exaltan proyectos de agroecología integral a pequeña escala. El mensaje es claro: otro modelo alimentario es posible.
Pino Solanas en su mejor forma con un contundente documental que demuestra verdades conocidas, preocupantes y de las que nadie con poder se ocupa. El director recorre siete provincias de nuestro país para constatar las consecuencias de la explosión de la soja y sus consecuencias. Por un lado, un modelo de cultivo masivo, casi único, que requiere de poca mano de obra, con semillas transgénicas patentadas ( que fueron investigadas por entidades estatales) y sus consecuencias de tierra arrasada, emigración de las poblaciones rurales, acorralamiento de las etnias nativas. Por el otro la práctica generalizada del uso de agrotóxicos, que contamina no solo a los que están en contacto forzado o accidental con los venenos, produciendo enfermedades incurables y deformidades en recién nacidos, sino que contaminan prácticamente a toda la población argentina. Y frente a tanta desolación, quienes luchan, investigan, proponen una luz de esperanza. Un trabajo inapelable.
El proyecto cinematográfico que Fernando “Pino” Solanas viene llevando adelante desde mediados de la década pasada es uno de los más sostenidos, coherentes e importantes en toda la historia del cine argentino. Importante social, histórica y políticamente, pero también en el sentido de sostener tenazmente la idea (explícitamente formulada o no, poco importa) de que el cine puede interpelar la realidad, con la ambición de intervenir en ella y modificarla. ¿Modificar la realidad a través del cine? Tal vez Solanas sea, a los 82 años, el único cineasta que sigue creyendo en esa fe modernista. Es que el hombre, políticamente nacido a la sombra de un peronismo que encarnaba en ese momento (mediados de los 60) la idea misma de revolución, no fue ganado por el escepticismo que sobrevendría a partir de la sucesión dictadura militar-menemismo-Alianza, que pareció demostrar que la Argentina de la justicia social, la libertad política y la soberanía económica -en la que millones de personas creyeron durante medio siglo- había muerto para siempre. Solanas cree que ese proyecto sigue siendo posible, siempre y cuando se pueda vencer la batalla contra la devastación neoliberal en curso. Esa es la idea que el ciclo cinematográfico inaugurado en 2004 por Memorias del saqueo y continuado por La dignidad de los nadies (2005), La Argentina latente (2007), La última estación (2008), las dos partes de Tierra sublevada (2009/2011) y La guerra del fracking (2013) expresa en hechos concretos. Si este ciclo consistiera en documentales en los que el autor pontifica de modo omnisciente desde el off sobre los males que impiden a la Argentina desarrollarse y las soluciones que propone, sería lo mismo que cualquier discurso del propio Solanas en campaña por algún cargo político, desde el de diputado de la Nación (banca que ocupó en dos ciclos, de 1993 a 1997 y de 2009 a 2013) hasta el de senador (de 2013 hasta hoy), así como el de Presidente de la Nación, para el que se postuló en 2007 y desistió de hacerlo en 2017. Si bien de aquello que desarrolla en sus documentales se desprende una visión del país -y hasta el intento de construcción de un proyecto político, si se quiere: Viaje a los pueblos fumigados termina con Solanas proponiendo en off “Es hora de unirnos”- debe resaltarse que la importancia de este ciclo reside en su carácter de reportajes sobre el país real, que Pino consuma viajando por la Argentina siglo XXI, cámara y micrófono en mano, como lo haría un periodista de investigación y no un político. Esto es: para registrar, inquirir, averiguar qué le pasa al país real, en boca de sus representantes. Qué le pasa al pueblo, si quiere pronunciarse esa palabra negada, cuestionada, destronada, en la que el realizador de La hora de los hornos sigue creyendo. Solanas es, sí, un populista, y es el pueblo argentino aquel al que entrevista en su serie de documentales. Pero no el pueblo mítico, imaginario, el que distintos partidos dicen representar, sino el pueblo real, el de los trabajadores que lo constituyen en su acción cotidiana. Solanas no juega el juego de las dos campanas: le da voz solamente a una de ellas. En todos estos documentales no presta testimonio ni un solo funcionario, economista, abogado o CEO de la Argentina neoliberal. Los que hablan son los dueños de pymes obligadas a bajar la cortina, ingenieros de organismos extinguidos, representantes de empresas nacionales, trabajadores explotados, despedidos, aborígenes perseguidos. No es uno de los méritos menores de esta serie documental el de darle rostro y cuerpo concreto al pueblo argentino aquí y ahora, demostrando en los hechos lo que la historiografía neoliberal intentó negar a lo largo de los últimos 36 años: que el pueblo argentino sigue existiendo, entre otras cosas porque sus explotadores siguen en pie. Después de relevar qué había sucedido con el país real desde la posdictadura hasta el estallido (en varios sentidos) de diciembre de 2001 (en Memorias del saqueo y La dignidad de los nadies), qué quedaba de la estructura productiva y el proyecto de desarrollo independiente del peronismo inicial (La Argentina latente), la destrucción de la red ferroviaria por parte del menemismo, sus motivos y consecuencias (La próxima estación) y la entrega de la minería a las grandes corporaciones extranjeras por parte de todos los gobiernos 1983/2011 (¡Incluidos los kirchneristas!), así como las consecuencias del modelo extractivo neoliberal sobre la población (las dos partes de Tierra sublevada y La guerra del fracking), Solanas prosigue la serie con absoluta coherencia, investigando ahora qué es lo que las grandes corporaciones y sus socios les hacen a los productos de la tierra, así como a los que los consumen y producen, y a la población en general. Viaje a los pueblos fumigados se mete con uno de los temas más actuales, concretos y urgentes del mundo contemporáneo, y de la Argentina en particular: la utilización masiva de agroquímicos por parte de la mayoría de explotadores de la tierra, desde la gigantesca Monsanto hasta los sojeros locales. Quien quiera saber qué piensa Monsanto o la familia Grobocopatel deberá buscar otras fuentes, y no le costará hacerlo en tanto se trata de los grupos que cortan el bacalao en el tema. Viaje a los pueblos fumigados da voz a quienes sufren, de un modo u otro, la acción de esos grupos. Los wichis expulsados de sus tierras que serán desertificadas, los chacareros pampeanos corridos por el modelo sojero, los habitantes de esas zonas, que sufren inundaciones que antes no había, consecuencia de la tala indiscriminada de árboles. Los niños malformados o con leucemias ocasionadas por el riego de agrotóxicos desde el aire, sobre sus casas y escuelas. Las madres de esos niños, que no saben a quién reclamarle. Los médicos que los atienden, que constatan la progresión geométrica con que aumentan los casos de cáncer en las zonas fumigadas. Quienes comen verduras fumigadas (todos nosotros) y comprueban en un análisis de laboratorio la existencia de tóxicos en sangre que antes no tenían. El propio Solanas se pesca una dermatitis, después de cinco años de andar por esas zonas. Sí: Viaje a los pueblos fumigados es la clase de película que uno no querría ver. Que no se goza sino que se sufre. Que de a ratos se hace dura, que por momentos puede generar un reflejo de “basta de esto”. Resulta inevitable si lo que se quiere es documentar, investigar, informar sobre aquello tan grave (la enfermedad, la muerte, la malformación infantil) como ignorado: los medios no suelen dar cuenta de tales cuestiones, porque los poderes a los que afectarían si lo hicieran son tan poderosos que es preferible no molestarlos. Para compensar un poco tanta pálida, y como lo había hecho ya en La dignidad de los nadies y La Argentina latente, Solanas dedica la última parte de Viaje a los pueblos fumigados a los proyectos en curso, los triunfos, aquello que permite tener esperanzas en el tema agrícola. La resistencia de un grupo de madres cordobesas que se reunieron para impedir que siguiera la proliferación de cánceres, saliendo a poner el cuerpo y a frenar las avionetas fumigadoras. La extraordinaria resistencia popular que en la misma provincia impidió que Monsanto construyera la que iba a ser la fábrica más grande de agroquímicos del mundo, y que tuvo que desmantelarse. Cosa que no sucedió en ningún otro país. Solanas entrevista, sobre todo, a quienes llevan adelante emprendimientos agroecológicos. Sucede aquí lo mismo que sucede, en sus documentales, con la palabra pueblo: la ecología deja de ser un abstracto ideal teórico para devenir una práctica concreta y exitosa, que un número de agricultores lleva adelante desde hace décadas, con técnicas no primarias (como los poderes ligados al campo tradicional quieren hacer creer) sino complejas y sofisticadas. Cual teorema, en su primera parte Viaje a los pueblos fumigados enumera los enemigos y sus motivos. En la segunda, da cuenta de las alternativas no contaminantes que existen frente a aquellos y sus métodos. La conclusión del teorema queda a cargo del espectador: como se dijo más arriba, Solanas no pontifica sino que muestra, expone, prueba. Pero no dice qué hay que pensar.
El mal del campo En el nuevo milenio, Fernando "Pino" Solanas toma a través de su cine una postura definida. Estructura sus documentales de denuncia en capítulos, en línea con la emblemática La hora de los hornos (1966-68), y asume la narración, poética y personal, mediante su propia voz y figura en pantalla. El director de La dignidad de los nadies (2005) se ubica del lado de los damnificados a quienes construye como víctimas, sin dudar en mostrarlos quebrarse frente a cámara, para describir injusticias sociales (el desmantelamiento de la red de ferrocarriles, la explotación desmedida del petróleo). En esta película, que participó del festival de Berlín, el eje son los pueblos reducidos, abandonados y obligados al desarraigo por la extensa cosecha de soja. Pueblos originarios del norte -entre ellos los wichis- y comunidades enteras de la provincia de Buenos Aires son vulnerados por el desmonte que arrasa con los recursos naturales del hábitat. Al despojo de flora y fauna se le suma el herbicida -glifosato- arrojado a las plantaciones que contamina suelo y agua, con consecuencias fatales para la población. Pero también este mal no aqueja sólo a las poblaciones rurales, porque todos los alimentos rociados con este veneno llegan a nuestras mesas a diario. Sin controles gubernamentales a la Agroindustria, seguiremos consumiendo productos envenenados nos dice Viaje a los pueblos fumigados (2018), que nos muestra la variedad de enfermedades que son consecuencia de esta realidad. Solanas también hace eco en las causas que llevaron a una Argentina rica en recursos a perder competitividad, a la debacle agropecuaria, señalando con nombre y apellido a los responsables, Monsanto y compañía, sin olvidarse de la complicidad política. El veterano cineasta toma los recursos del cine para exponer su propio discurso sin ocultar su ideología, con la contundencia narrativa y fuerza audiovisual que lo caracteriza.
Todos -políticos, periodistas, consumidores, gobernantes, opositores- sabemos y callamos, porque la soja financia al Estado. ¿Hasta cuándo seremos cómplices de la muerte? Se lo pregunta el cineasta Pino Solanas en el final de esta, su nueva película documental. Y lo hace con su voz, la que narra en off el periplo que lo lleva a recorrer la Argentina recogiendo testimonios sobre el ya no tan nuevo modelo agrícola del ex granero del mundo. Quizá porque el político y el hombre de cine no se le disocian, Solanas está también en cámara, con sus entrevistados o como eventual protagonista, poniendo el cuerpo para sacarse sangre, análisis que dará con la presencia de pesticidas en su organismo. O tragando jugo de pasto de trigo en un mercado orgánico. Su tono, y el de la película, es amable, didáctico, abarcador, mientras llega con su cámara a registrar relatos terribles y mostrar realidades imposibles, aunque lo haga con cuidado de no caer en la explotación o el amarillismo. Argentinos tan miserables y abandonados que no tienen ni comida ni documento, neonatologías de bebés malformados, colectivos que se organizan solos para llevar registros y cuidar la salud de la gente, escuelas cuyas maestras relatan que las fumigaciones enferman a los niños. Antes del homenaje que recibirá en el festival de Cannes, y en colaboración con sus hijos, Solanas deja por un rato al político para presentar este film. O mejor dicho, sigue haciendo política.
Ya lo anticipa el título, muy bien puesto. Fernando "Pino" Solanas hace acá una recorrida por siete provincias, desde el nordeste salteño hacia abajo, registrando los efectos del desmonte y del glisofato, la pérdida de la biodiversidad, y en consecuencia (una de las consecuencias) la pérdida de los pájaros. Y el negocio de las semillas, el éxodo de la clase media rural, las deformaciones y hasta muertes por envenenamiento, y otros males contemporáneos. En el viaje, Solanas va visitando a ingenieros del Inta, jefes wichis, dirigentes agrarios, maestras rurales, bioquímicos, personalidades como Jorge Rulli, que inició la lucha contra los transgénicos; Silvana Buján, periodista especializada en temas ambientales; la hermana Martha Pelloni, al frente de un viejo reclamo judicial que siempre se posterga; los doctores M. Avila Vázquez, pediatra, Damián Verzeñassi, que expuso como testigo ante el Tribunal Internacional Monsanto, y H. Fares Taie, que con un análisis de sangre nos alerta contra las ensaladas, tan inocentes que parecen. La exposición contra los agrotóxicos es amplia y clara. Pero hay algo más. Esto no se queda en la mera denuncia. El último tercio de la obra ya no viaja por pueblos fumigados, sino por chacras ecológicas, plantaciones alternativas que ofrecen productos de alta calidad sin contaminación alguna, y gente sana y contenta, que practica el desarrollo sustentable. Como en su notable "Argentina latente", Pino Solanas propone también una esperanza, y unos cuantos ejemplos de buenos argentinos.
Viaje a los pueblos fumigados, de Fernando Solanas Por Marcela Barbaro “En un país todo agricultor, como es el que habitamos, el cultivo de las tierras bien o mal dirigido decide la riqueza o indigencia no sólo de los labradores, sino también en general de todas las clases”. Manuel Belgrano. Desde el 2002 la filmografía de Pino Solanas, actual Senador Nacional por la Ciudad de Buenos Aires, se centró en denunciar la crisis argentina del siglo XXI compuesta por ocho largometrajes: Memoria del saqueo (2004), La dignidad de los nadies (2005), Argentina Latente (2007), La próxima estación (2008), Oro impuro (2009), Oro Negro: Tierra sublevada (2011), La Guerra del fracking (2013) y Viaje a los pueblos fumigados(2018). Su último trabajo, exhibido en el Festival Internacional de Berlin, sección Berlinale Special y en el reciente Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) 2018, pone en agenda un tema sensible y preocupante: la contaminación ambiental por las fumigaciones con agrotóxicos sobre los alimentos que ingerimos. La gravedad de las secuelas en la tierra y los problemas de salud que trae aparejados, muestran la falta de control y regulación sobre el tema. A partir de un viaje al Norte del país, el director recorre siete provincias donde toma diversos testimonios sobre la expansión del modelo agropecuario en base a transgénicos (sustancias químicas y agrotóxicos), que favorecen, ya no al campo ni a los pequeños o mediano productores, sino a empresas multinacionales, como Monsanto, las cuales aumentan su rentabilidad y capacidad de exportación de granos, carnes y alimentos. La ganancia se hace a costo del monocultivo, desechos tóxicos al agua, desempleo, deforestación e inundaciones. La permanente fumigación del suelo para mantener en alza la producción, no tiene en cuenta a la población, lo cual provoca severas malformaciones, graves problemas de salud y muerte por contaminación. “La más inocente ensalada, dice Solanas, ha sido rociada con 10 a 15 pesticidas y no hay control. La publicidad “vende” los alimentos por lo que aparentan y no por lo que son. Se compra por lo que se ve y se consume sin saber lo que se come. Aunque se coma en casa, el peligro de contaminarse existe porque nadie sabe qué está comiendo ni cómo o con qué se hizo”. Divido en diez capítulos temáticos, Pino Solanas construye un relato clásico desde lo formal, con imágenes de las plantaciones (soja, cereales, hortalizas), pueblos rurales y taperas despobladas, que acompaña con su voz en off. Las entrevistas a distintos especialistas sobre el tema se intercalan como marco conceptual, y se da lugar a testimonios de los damnificados, entre ellos, la comunidad indígena de los wichis, que denuncian la desprotección y el despojo de su tierra, sin ningún tipo de compensación ni respeto a sus raíces. Viaje a los pueblos fumigados apela a la concientización de un espectador que no puede ni debe ser ajeno al tema, al contrario, el documental lo va involucrando no sólo en la problemática sino también lo instruye en las diversas alternativas que fueron surgiendo como solución, entre ellas, la eco-agricultura para producir alimentos orgánicos y saludables. Sin dejar de lado el discurso político, ni la forma apelativa que lo caracteriza, Solanas se vuelve un interlocutor- denunciante de un Estado financiado por la soja, que carece de soberanía alimentaria. Hacia el final, invita a unirnos para enfrentar, de una vez por todas, el ninguneo y la irresponsabilidad de quienes deberían cuidarnos. VIAJE A LOS PUEBLOS FUMIGADOS Viaje a los pueblos fumigados. Argentina, 2018. Dirección: Fernando Solanas. Guion y relatos: Fernando Solanas. Dirección de fotografía y cámara: N. Sulcic, F. Solanas. Montaje: J.M. Del Peón, J.C. Macías, A. Ponce, N. Sulcic, F. Solanas. Edición de color: Juan Solanas. Música original: Mauro Lázzaro. Dirección de sonido: Tomás Bauer. Duración: 98 minutos.
Fernando E. Solanas una vez más nos alerta, con este road movie que se filmó en Buenos Aires, Salta, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Chaco, Misiones. Es una interesante investigación donde los problemas surgen de la tierra, en los cultivos, en los alimentos y por ende en la salud. Un documental para tener en cuenta, con un buen análisis de esta grave situación que perjudica a la gente, a través de entrevistas a expertos, bebes que nacen con problemas, malformados envenenados con agroquímicos, testimonios de las personas que sufren, sus consecuencias y familias indígenas que viven como vagabundos y no pueden usar lo que fuera su tierra. Una vez más hace un llamado de atención. Alguien debería poner manos en el asunto.
Cine debate. A Pino Solanas jamás le interesó la sutileza. Nunca fue un director con matices delicados ni complejidades ideológicas. Siempre fue panfletario y directo, jamás permitió que entraran las contradicciones en su cine. Con obras más logradas que otras, con verdaderos clásicos dentro del cine político, valorados en un contexto donde la responsabilidad ideológica era chic. Su experiencia como director de cine publicitario lo ayudo a mandar mensajes directos, toscos, concretos. Su pasión tal vez fue su mejor virtud. Sus películas, coincidamos o no con su ideología, siempre fueron apasionados. La hora de los hornos estaba colmada de ganas, de potencia, y tal vez por eso hoy le perdonan todos que no sea otra cosa más que un llamamiento a la lucha armada. Defensor de la democracia pero también de las dictaduras latinoamericanas de Cuba y Venezuela, Solanas tiene más contradicciones de las que su cine es capaz de aceptar. Los derechos humanos solo existen para él cuando las víctimas son del capitalismo o los países del primer mundo. Las violaciones de derechos humanos en los países mencionados y otros de ese estilo nunca formaron parte de su cine. Por eso sus documentales, tengan o no razón en lo que denuncian, no terminarán nunca de ser creíbles. Viaje a los pueblos fumigados es un documental panfletario, que no deja ningún tipo de espacio para otras voces o para enfrentar a los responsables de las calamidades que la película denuncia. Todo va en una única dirección, todo el tiempo, sin matices, sin preguntas, sin posibilidades de entender el mundo completo. Con toda la experiencia que Solanas tienen como director, ya queda claro que no es la democracia lo que a él le interesa, hablando de cine, en este caso, por supuesto. Como para refutar a Solanas hay que investigar el tema, no podemos más que aceptar lo que él dice. Pero la credibilidad no es solo el discurso, sino también la forma. Y la forma de Solanas como documentalista se ha quedado en el tiempo, estancada en la época en la cual los documentales no tenían que ser complejos, sofisticados ni dejar espacio a la reflexión. Solanas no busca que el espectador piense, solo quiere que acepte. Al final, parece que reparte por igual críticas los políticos de todas las ideologías, pero termina haciendo más hincapié en María Eugenia Vidal que en cualquier otro político. En un montaje sin sustento, termina su película lanzado a una acusación que es clara pero al mismo tiempo no lo es. No dice concretamente algo, solo usa el montaje para lanzar su desprecio por la clase política y todos aquellos que fueron elegidos por el pueblo. Habla también de una Argentina sin gente que pase hambre, pero públicamente ha aplaudido a Castro y Chávez, sin importarle cuanta gente pasó (y pasa) hambre en las dictaduras que ellos construyeron. Todo el talento de Pino Solanas, demostrado en varias buenas películas, ya no tiene la misma efectividad ni credibilidad de otra época. Es hora de dejar de festejar estas cosas y pedirle al cine que sea más serio y complejo.
Memorias del saqueo sojero-agrotóxico El director de La hora de los hornos pone su mirada sobre el modelo agroexportador que envenena la tierra y los alimentos. Pasan los años y Fernando “Pino” Solanas sigue siendo uno de los pocos directores interesados en radiografiar los problemas estructurales de la Argentina casi en vivo y en directo, manteniendo la creencia de que el cine aún tiene la potencia de modificar el estado de las cosas. Didácticos y expositivos pero nunca pueriles, transparentes y honestos en su punto de vista, sus documentales son despertadores que persiguen el objetivo de visibilizar las consecuencias sociales de situaciones que, ya sea por aval directo o lisa y llana omisión, tienen al Estado como máximo responsable, llamando de paso a la acción de la ciudadanía para combatirlas. Así ocurría con el neoliberalismo en Memorias del saqueo (2003), el 2001 en La dignidad de los nadies, el desguace crónico del sistema ferroviario en La próxima estación y la explotación minera y petrolífera en las dos Tierra sublevada y La guerra del fracking. Y así ocurre con la contaminación de alimentos cultivados en grandes pools de siembra en Viaje a los pueblos fumigados. El mismo Solanas reconoce el hilo que cose su obra de los últimos quince años. Al comienzo del film, su clásica voz en off explica que en uno de esos rodajes conoció a una mujer que hurgaba en los bosques salteños desforestados para llevarse troncos que luego revendía. Aquel desmonte era propulsado por la expansión del modelo agroexportador que sostiene la Argentina desde hace unos cuantos siglos, y que en lo que va del milenio le sumó la automatización y una peligrosa tendencia al uso de semillas modificadas genéticamente para resistir herbicidas. “Mirá, Pino: toda esta soja se sembró en menos de una hora desde un celular”, dice un ex miembro de la Federación Agraria de Santa Fe, mientras señala un mar de hojas verdes que se prolonga hasta más allá del horizonte y que Solanas capta con uno de sus habituales planos generales. Aquellas tierras solían tener varios dueños que aunaban fuerzas para cultivar durazno; hoy forman parte del núcleo duro del negocio del campo. Un negocio que, como se sabe, genera más daños que dividendos, más concentración y desocupados que derrame y empleo, pocos ganadores y muchos perdedores. De esa punta del carretel tira Solanas para emprender un viaje que lo llevará de Salta hasta Mar del Plata y de allí a Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Salta, Misiones, Chaco y el norte de la Provincia de Buenos Aires, siempre con la cámara y el micrófono apuntando a esa polifonía de voces que él llama “el pueblo”. Ese pueblo son los desplazados por las topadoras y palas mecánicas, la mano de obra barata que manipula herbicidas tóxicos sin protección, las docentes de escuelas alrededor de campos envenenados por aviones que fumigan durante los recreos, los grupos académicos que quieren investigar y no los dejan e incluso cualquier hijo de vecino que pasa por una verdulería. Solanas entrevista a diversos especialistas que coinciden en el diagnóstico y alumbran posibles soluciones centradas, como siempre en el director de Las horas de los hornos, en el colectivismo en general y en la aplicación de sistemas de cultivo a menor escala en particular. Qué tan viable es ese modelo en un mundo que piensa el alimento como producto en lugar de como derecho es un problema que el film soslaya, envolviendo las posibilidades de revertir la situación con un papel celofán color utopía.
Pino Solanas tiene una extensa carrera como cineasta, y un gran compromiso en defensa de los débiles y los oprimidos. Ha dedicado un considerable tiempo a acompañar sus reclamos y enmarca su cine, dentro de parámetros de investigación serios, con testimonios y presencia en los territorios en donde suceden los hechos. "Viaje a los pueblos fumigados" continúa en esa línea de poner voz a los que no la tienen, alertando sobre el uso indiscriminado de agroquímicos en nuestras tierras, (con el objeto de garantizar más resistencia de los cultivos frente a las plagas y obtener mayor rentabilidad) sin tener en cuenta mínimas medidas de cuidado con la población. Ya sea la del lugar donde se fumiga, o la ausencia de controles para la producción de alimentos donde se encuentra la soja, el centro de este documental. Sabemos que este cultivo, ha sido desde la década pasada, el sostén principal de la economía argentina (sino recuerden la "125"). La cuestión es que al compás de esa avidez por sostenerse en el negocio exportador a cualquier precio, se han desarrollado estrategias de fumigado extremo, con productos altamente nocivos para el ambiente humano. Y todo eso, probablemente, con complicidad (por no controlar como corresponde, sin ir más lejos) de los organismos oficiales. Se sabe que los empresarios buscan rentabilidad y no se detienen frente a nada. Pero lo grave, dentro de lo que se presente en este documental, es que desde el Estado, no hay mecanismos que penalicen y marquen una línea clara sobre el cuidado de la población. Agua y tierras contaminadas, productos que se integran a las mesas argentinas sin los controles necesarios, pueblos originarios heridos de muerte por este accionar, dolor y ausencia de quien debe velar por nuestros intereses. Solanas hace lo que sabe bien, explica con registro didáctico y se anima a participar de experiencias en el campo, con entusiasmo y compromiso. Alerta con claridad sobre los riesgos de esto que presenta y logra transmitir una severa preocupación sobre el estado de la situación de nuestros hermanos aborígenes, en los territorios wichis y otros, donde no se respeta el derecho a la salud en ninguna circunstancia. "Viaje a los pueblos fumigados" se enmarca dentro de los documentales que todos deberíamos ver, para exigirle al Estado acciones concretas, de defensa y cuidado de nuestras tierras y cultivos.
VIAJE A LOS PUEBLOS FUMIGADOS: Agrotóxicos, las apariencias engañan. El presente documental del Senador y Cineasta Fernando “Pino” Solanas ratifica su denuncia a la ausencia del Estado frente al sistema capitalista nacional, vigente, que pondera el espíritu “cantidad ante calidad” desde la década del 90. “Viaje a los Pueblos Fumigados (2018)” revela por un lado, cómo las corporaciones transnacionales y sus socios locales se enriquecen con el menor costo financiero, privatizando recursos naturales nacionales, tales como por ejemplo: el petróleo y la soja, mediante su exportación. Por otro, el proceso que hay detrás de su comercialización: la explotación a los dueños de las tierras y la falta de control de calidad de aquellos bienes que forman parte de los alimentos de la canasta básica de consumo (soja, frutas y verduras), contienen agrotóxicos y perjudican la salud de miles de argentinos. ¡Aquí no se salva nadie! El análisis de Pino retoma el foco de sus proyectos antecesores, el documental “Memoria del Saqueo” (2004)” y “Tierra Sublevada: Oro Negro (2011)”, sobre las consecuencias nefastas de las políticas neoliberales que avanzan y aniquilan la raza humana. Al unísono, enfatiza cómo mediáticamente se invisibiliza que las fumigaciones con pesticidas prohibidos contaminan el medioambiente a través de fuentes testimoniales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que dan cuenta del aberrante proceso de sojización y utilización de semillas transgénicas cuando el avión “El Mosquito” rocía los campos de cultivo con pesticidas que intoxican a sus habitantes. “Es sabido que en los pueblos fumigados, escuelas y viviendas, existen consumidores per se, que inhalan el veneno y contraen enfermedades cancerígenas. Sus cuerpos se nutren de tóxicos e incrementan mal formaciones en embriones. Pero el Estado hace décadas que mira para otro lado con tal de no frenar el consumo masivo del mercado”, aseguran. De esta afirmación nace la pregunta retórica ¿Será posible ponerle punto final al desmonte, cambiar el modelo y virar a una cultura orgánica sustentable de monocultivo del suelo? Solanas entrevista a dos integrantes de la organización “Naturaleza Viva” que responden afirmativamente, conllevan y fomentan una forma de vida agroecológica. Ellos son Irmina Kleiner y Remo Vénica -protagonistas del documental de Juan Baldana “Los del Suelo (2015)”-, su ejemplar política de vida e intercambio entre campesinos demuestra que el modelo funciona económicamente, promoviendo el trabajo entre chacareros. Una vez más Pino, a sus 82 años, deja claro su compromiso político: Nació para documentar la lucha social. Desde su primer co-producción junto a Octavio Getino, “La hora de los hornos (1968)”, demostró cámara en mano, que el cine es una herramienta para visibilizar la realidad, crear conciencia, (re)armar la agenda de políticas públicas y (re)construír la historia argentina a contramano de los medios de comunicación. Hoy “Viaje a los pueblos fumigados” -que tuvo su primera proyección en el marco del 68º Festival de Berlin y fue ovacionada por el público- retoma su misión: informa al espectador durante 97 minutos los daños que producen los agrotóxicos, invita a tomar conciencia a la hora de elegir los alimentos y promueve alternativas de consumo saludables que van de la mano con reforzar las fuentes de trabajo agrarias. “Yo hago películas porque es la única manera que la población se entere de la realidad y los proyectos que propongo no queden guardados en un cajón”, explicó Solanas en el junket de prensa que brindó en la Fundación de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC) al presentar “Viaje a los pueblos fumigados” y aseguró que filmó los testimonios durante su receso vacacional del Senado de la Nación cuando viajó al interior del país. A nivel técnico, un drone permite registrar el plano general de las siete provincias afectadas en conjunto con el material de archivo, como por ejemplo: la protesta del pueblo cordobés “Malvinas Argentinas” versus la multinacional Monsanto cuando logran quese retire de la localidad. El leitmotiv es esperanzador: “Entonces ¡Lo lograron!”, festeja y felicita Pino a los manifestantes. Solanas estará presente en la 71ª edición del Festival de Cannes ahondando su trayectoria como productor, guionista, director, docente y político que lo convirtió en un emblema indiscutido del cine documental.
El nuevo documental de Solanas toma como eje el problema de los agrotóxicos tanto en los alimentos que comemos a diario como en las vidas de las personas que sufren en carne propia las fumigaciones que se realizan sobre sus cabezas. Este nuevo documental de Fernando “Pino” Solanas mantiene la línea temática y estética de sus últimos filmes, organizados como recorridos por el país en torno a algún tema preocupante de la actualidad. Da la impresión que todos los filmes fueron, en cierto modo, realizados a la vez y luego divididos en capítulos en función de las distintas líneas temáticas. Y esta es una de las más impactantes de todas ellas ya que ataca directamente el tema de los agrotóxicos y la cantidad de químicos que consumimos en nuestros alimentos. Solanas investiga las consecuencias físicas que han tenido los habitantes de los pueblos que han recibido altas dosis de fumigación en sus plantaciones (en especial las de soja). Gente con malformaciones, muertes, cánceres, enfermedades. Solanas entrevista a especialistas y a la gente que vive en esas zonas para dejar en claro los riesgos que se corren cuando los alimentos son tratados con este tipo de productos que son tóxicos para el organismo, aún en bajas proporciones, como le sucede al propio director cuando se analiza su propia sangre y se encuentra con sorpresas. A la vez, el director de LA HORA DE LOS HORNOS –de la que se cumplen 50 años– muestra también opciones y alternativas posibles y más orgánicas que se están poniendo ya hace tiempo en funcionamiento en muchos lugares del país, un modo de alimentar a los animales y trabajar la tierra de un modo más sano y natural. A juzgar por las terribles consecuencias físicas que vemos en personas expuestas a este tipo de agua y productos contaminados es probable que mucha gente salga de ver este filme replanteándose sus modos de alimentación. Si ese es el principal objetivo, está cumplido.
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Se estrena Viaje a los pueblos fumigados, último trabajo de Fernando “Pino” Solanas que continúa denunciando los abusos y expropiaciones de empresas multinacionales en territorio argentino. El resultado es una obra fiel a la estética y estilo del director de La hora de los hornos que permite reflexionar acerca de lo que se respira, se come y se toma en la actualidad. Se debe separar al director de la persona. Pero lo cierto es que siempre la trayectoria política de Pino Solanas estuvo relacionada con su actividad cinematográfica y vida personal. Desde La hora de los hornos hasta El legado estratégico de Juan Perón, su anterior obra, Solanas siempre dejó su marca y su estilo, tanto visual como narrativo, y sobre todo nunca fue ajeno a mostrar su ideología y reflexión final. La realidad es que Solanas sigue filmando sus películas como en los años ’60, siguiendo los mismos patrones que aprendió del cine de Fernando Birri y de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba. Y si la crítica es tan contundente como en aquellos años y el resultado audiovisual tan cuidado -se le puede criticar muchas cosas, pero Solanas arma encuadres cinematográficos cada vez que recorre el país- no está mal apelar a un estilo de hace cinco décadas para concientizar a la población. Después de denunciar la forma en la que las mineras y petroleras vaciaron el país, de cómo los diversos gobiernos destruyeron los ferrocarriles, de exhibir los adelantos tecnológicos argentinos y la lucha de la clase trabajadora, Solanas vuelve a recorrer diversas provincias para meterse con la industria sojera, los agrotóxicos, la fumigación y la industria alimenticia argentina. El viaje arranca, y termina, en el norte del país. Comunidades Wichis son arrasadas por empresas que deforestan sus tierras dejándolas en una miseria alarmante. El motivo: la plantación de soja. Sin embargo, el director no se detiene solamente en las consecuencias que el cultivo transgénico trae al suelo, sino que profundiza en el impacto social. Familias enteras, escuelas y pueblos se enferman indiscriminadamente por culpa de la fumigación y los gobiernos prefieren mirar a otro lado. El director recorre, observa, escucha y reflexiona en voz alta. Solanas no sale en busca de los culpables, sino que le da un micrófono a las víctimas, a testigos y especialistas. Desde ecoagricultores hasta médicos de diversos territorios del país (Mar del Plata, Córdoba, La Plata) que analizan las consecuencias que traen los agrotóxicos y en qué benefician al estado y las empresas multinacionales como Monsanto que contaminan el agua, los vegetales y el aire. Si bien el director apela a retoques de color, una banda sonora soporífera y manipulación del montaje para agravar aún más cada relato que, de por sí, es impactante, no se puede ignorar que estamos ante un abuso de poder aterrador y que toda la población está en peligro. Episódica como toda su obra, con participación omnisciente en el relato, y frente a cámara, Solanas continúa a los 82 años fiel a su estilo. No se esconde detrás de la crónica periodística y ofrece su propia opinión, así como propone diversas soluciones a los problemas, aún cuando es sabido que es una batalla casi perdida. No hay que esperar una obra de confrontación, pero al final no tiene problemas en denunciar a diversos personajes políticos (incluso ex compañeros de fórmula) que dejan que esto continúe sucediendo.
Documental político, de denuncia, de Fernando “Pino” Solanas respecto del cual más de uno dirá: ¡Uno más!. Y, sí, el documental forma parte de una serie de films que su director presentando desde el año 2004 con el estreno de “Memoria del saqueo”, al ha venido que siguieron “La dignidad de los nadies “(2005), “Argentina latente” (2007), “La próxima estación” (2008), y la díada (díada: se refiere a una pareja, cuyos integrantes mantienen un vínculo muy estrecho, concepto que deriva del latín dyas, a su vez procedente del griego dyás) “Tierra sublevada” integrada por “Oro impuro” (2009) y “Oro negro” (2010) El trabajo de Solanas es político, no de pertenencia a un grupo político, sino porque descubre y denuncia una realidad incómoda para ciertos grupos (Monsanto, Cargill, etc.), que trasciende los gobiernos de turno, por tomar partido por aquellos no tienen voz. El director es testigo, entrevistador y relator de su obra, que tiene su punto de inicio en una visita que realiza en Salta, a una comunidad Wichi, donde se están desmontando montes y bosques nativos para obtener tierras “productivas”, a fin de dedicarlas a la producción de soja, con sus fumigaciones sin importa las consecuencias sociales y ambientales, (monocultivo y éxodo rural). El viaje continua por gran parte de la pampa Argentina, entrevistando pequeños productores, minifundistas, académicos, maestros de escuelas rurales, jornaleros. A medida que escuchamos los testimonios y vemos pruebas que ofrece, por supuesto en contra de ese modelo, el espectador siente indignación e impotencia frente a los poderes de las grandes compañías, e incluso temor frente a los alimentos alcanzados por la contaminación, con imágenes impactantes, con registros realizados con cámara en mano, que hace que el espectador se sienta parte de la obra ante la cual nadie debería permanecer indiferente. Solanas es conocedor del adecuado tratamiento cinematográfico para encara la línea documentalista, tanto respecto de los factores técnicos a manejar en el género, (fotografía, compaginación, progresión narrativa, encuadre, cadencia expositiva), como al posicionamiento ideológico que lo anima al abordar un tema con sus respectivas problemáticas sociales. Como siempre suelo expresar, gran parte de los documentales deberían ser considerados por los centros educativos del país, en sus distintos noveles, para conocimientos de hechos y visiónes respecto de las temáticas planteadas, a los que estimo deberían sumarse los políticos y gobernantes, también en sus distintos niveles, del presente para analizar, considerar y corregir los yerros del pasado. Los que vivimos en la Argentina no deberíamos darle la espalda, más allá de lo coincidencias, disidencias, o polémicas que pudieran generar.
Viaje a los pueblos fumigados (2018) comienza con una imagen acaso suficiente: una topadora avanza a través de un extenso y frondoso terreno y se lleva puesto todo lo que tiene a su alrededor. La máquina prepara la tierra, deshace espesuras, hace desaparecer su densidad originaria. Su presteza apabulla. Y así desmonta miles de hectáreas ocupadas por la producción intensiva de soja, la planta más influyente del país. En otro momento del film, otra imagen amplifica su sentido. Una avioneta sobrevuela un territorio y arroja de una sola pasada cantidades enormes de pesticida. La velocidad define el conjunto del proceso. Sembrar, fumigar, cosechar en el menor tiempo posible. La multiplicación formidable de la renta empresaria es el resultado y el fundamento. Una tercera imagen hacia el final del documental de Solanas termina de consumar la serie significante. En un acto político, una funcionaria del Estado anuncia con una sonrisa infantil y entre aplausos la adquisición de nueva maquinaria agrícola. La modernidad que asegura el progreso. Pero casi como un fantasma o como un moscardón inquieto, sobrevuela encima de ella otra avioneta, pero esta vez presumiblemente orientada a la publicidad –ese otro veneno-. La imagen conquista, sin proponérselo, la forma de una evidencia. La presencia de esa avioneta actúa por correspondencia y confirma la marca de una complicidad que es sobre todo política. Mostrar las consecuencias sociales del cultivo intensivo de soja transgénica con agrotóxicos es el propósito principal del documental de Pino Solanas. Como anuncia su título, se presenta desde el inicio como un viaje hacia aquellas regiones del país literalmente arrasadas por la ejecución del modelo agro-industrial inaugurado en la década del noventa y en beneficio de multinacionales, bancos y terratenientes. Solanas se va a acercar a los involucrados, a las víctimas expuestas a los desmontes y a los bombardeos indiscriminados de la fumigación, va a preguntar a quienes se tuvieron que ir, a quienes se quedaron y resisten como pueden y en soledad. La tristeza es la reacción unánime. La impotencia es manifiesta e indisimulable. Dividido en diez capítulos, y puntuado por la voz en off de Solanas, el documental expone el problema desde diferentes perspectivas. La descripción pormenorizada del modelo transgénico y sus secuelas: la usurpación del territorio de comunidades indígenas, la destrucción del suelo, las inundaciones, las migraciones rurales y la pérdida de trabajo, las enfermedades. El testimonio de una docente en una escuela rodeada de campos fumigados es prueba suficiente e irrefutable de la infamia. La película va a señalar la responsabilidad interesada de la ciencia y del Estado y el encubrimiento de los medios masivos de comunicación. A su vez, mostrará la existencia de pequeños pero obstinados espacios de resistencia, grupos que promueven formas alternativas de producción agropecuaria, el derecho de los pueblos a decidir sobre sus alimentos. El relato en off de Pino Solanas se volverá por momentos demasiado pedagógico y declarativo, en su afán de explicar justo aquello que observamos y escuchamos durante el transcurso de la película. Como si los testimonios y las imágenes no alcanzaran o fueran suficientes para afirmar su contundencia. De todas formas, Viaje a los pueblos fumigados cumple con eficacia el objeto de sus pretensiones: la denuncia simple y directa de un modelo de destrucción que sostiene el actual estado de las cosas. Eficacia que descansa fundamentalmente en una forma de realización documental si bien un tanto perimida, consolidada durante años. Efectivo entonces, ajustado trabajo de Solanas, aunque sin demasiados riesgos.