Stephen Frears es un director al que, más allá de haberse probado en algunos géneros distintos, las historias basadas en hechos reales, especialmente dramas históricos sobre personas de la realeza, le sientan muy bien. Y más aún cuando además tiene a su disposición actores de la talla de, como en este caso, Judi Dench.
La reina Victoria es la mujer que ha reinado por mayor tiempo en la historia de la realeza británica. Una mujer grande, cansada, con algunos problemas de salud, que tiene el país a sus pies.
Pero no sólo su país, sino que ha conquistado, aunque sólo haya sido a la distancia, desde el mando, lugares como India. Abdul no ve a esta reina como la emperatriz que se apoderó de su país, sino que la admira y confía plenamente en sus capacidades, más allá de no desconocer ciertos excesos por los que ha pasado su hogar.
Y cuando tiene la oportunidad de viajar hacia Inglaterra para ser quien le entregue un regalo de su país, ve la oportunidad de su vida en ella. Lo que Abdul no esperaba ni imaginaba seguramente era que al llegar captaría de tal manera la atención de la reina que ésta lo convertiría no sólo en su asistente sino en su amigo.
El retrato que hace Frears, y que lleva a cabo una Judi Dench tan fantástica como acostumbra, es el de una mujer que se la pasa rodeada de personas pero está sola, aislada. Algo así como la María Antonieta de Sofia Coppola, de hecho una de las primeras escenas es muy parecida, pero en este caso con una mujer que ha llevado este tipo de vida demasiado tiempo. Y en los ojos de Abdul ve algo más fuerte y genuino que simple servicio o interés por ascender. En él vislumbra un afecto auténtico que se lo termina contagiando.
Pero a ella sola, porque el resto de los ojos ve cada vez peor esta extraña relación. Extraña porque se torna íntima, en el sentido de pasar momentos solos y aislados, mantener conversaciones privadas y permitirse incluso un trato más físico, aunque siempre inocente, que el que se acostumbra con la reina.
Frears se mueve entre la comedia y el drama para contar la historia de esta singular amistad.
Porque cuando Abdul llega sólo iba a pasar allí unos días y se termina quedando tanto tiempo que incluso luego ella le ofrece que se traiga a su mujer y sus hijos.
Y su propio hijo, interpretado por Eddie Izzard, no se preocupa sólo por sentirse desplazado sino que espera pronto quedarse con el trono y deshacerse de Abdul. "Victoria y Abdul" es una película cuyo mayor encanto radica en el tono fresco y amable con el que está contada. Por momentos se la siente muy ligera, es cierto, pero esa modestia le permite desarrollar personajes por sobre los aspectos más vistosos de una película de época y conseguir la dosis justa de emotividad.