Nieve y silencio
El trabajo que lleva adelante Taylor Sheridan en Viento Salvaje (Wind River, 2017) es digno de un artesano cinematográfico que sabe exactamente lo que quiere, en este caso construir un relato escalonado que ponga el foco en el carácter relegado de determinadas comunidades y regiones de Estados Unidos que yacen en el más profundo olvido. Al igual que Sicario (2015) y Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016), en relación a las cuales la presente podría considerarse un “cierre de trilogía”, este nuevo opus del guionista y director norteamericano lo termina de situar como uno de los mejores profesionales del rubro y un experto en el desarrollo de personajes a la vieja usanza, no en el sentido de las momias retrógradas del western clásico sino más bien en sintonía con el nihilismo seco del film noir y aquellos spaghettis desérticos de las décadas del 60 y 70, todo a su vez sazonado con una fuerte dosis del indie violento y verborrágico de los hermanos Joel y Ethan Coen.
La historia es muy sencilla: Cory Lambert (Jeremy Renner), un representante del Servicio de Pesca y Vida Silvestre, encuentra el cadáver de una chica de 18 años en la reserva indígena que le da el título a la película, lo que desencadena la llegada de un miembro del FBI, la inexperta Jane Banner (Elizabeth Olsen), para determinar si estamos ante un asesinato o no. Pronto las dudas desaparecen cuando la autopsia concluye que la víctima fue golpeada y violada y que luego escapó descalza en medio de un clima invernal inclemente. Como el forense de turno no desea dictaminar que el deceso fue producto de un homicidio por el vínculo indirecto entre los hechos, Banner decide continuar investigando sola -sin reportar a sus superiores- porque sólo en caso de un crimen capital el FBI tiene jurisdicción sobre las reservaciones. Asistida por el propio Lambert y el jefe de policía local, Ben (Graham Greene), la agente encabezará una pesquisa para esclarecer el asunto.
Mientras que en Sicario dominaba la dialéctica impiadosa del narcotráfico y las brutales agencias gubernamentales que pretenden combatirlo y en Sin Nada que Perder el proceso de despojo y saqueo sistemático de la población rural vía hipotecas bancarias, ahora en Viento Salvaje el elemento preponderante es una coyuntura nevada y silenciosa que por un lado -a nivel narrativo macro- es sinónimo de desidia por parte del estado central y por el otro -en lo que respecta a los personajes individuales- puede ser homologada a visiones contrastantes del trasfondo natural (si para algunos de ellos es un modo de vida y de relacionarse con el resto, para otros es apenas una excusa para cometer actos atroces basados en el capricho y la envidia más destructora). Sin adelantar demasiado, podemos afirmar que la propuesta funciona como un retrato de la deshumanización, los abusos y la tendencia a la impunidad detrás de cualquier colectivo dedicado al control/ represión social.
Ahora bien, y más allá de los diálogos siempre ajustados a las necesidades dramáticas de Sheridan, es de destacar la labor realizada por Renner y Olsen, dos actores excelentes que recientemente fueron cooptados por el mainstream y enclaustrados en el cine basura de superhéroes. Desde que se hiciese conocido con Dahmer (2002) y alcanzase la masividad gracias a Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008), Renner tuvo pocas oportunidades de brillar en serio -como aquí- en función de su meticulosidad interpretativa, pensemos para el caso en Escándalo Americano (American Hustle, 2013), Kill the Messenger (2014) y La Llegada (Arrival, 2016). En lo que atañe a Olsen, la cosa está todavía más difícil porque desde la etérea Martha Marcy May Marlene (2011) la chica no conseguía nada realmente potable a nivel actoral, una injusticia que hoy por fin se subsana. Tan humilde y sensata como explosiva en su glorioso desenlace, la obra sabe escudriñar al dolor producto de las tragedias, la crueldad, el delirio egoísta y una marginación amparada por las instituciones…