La huida y búsqueda de una mujer en una interpretación brillante de Isabelle Huppert dirigida por Benoit Jaquot
Decía un crítico español que Isabelle Huppert es la actriz que tal vez haya encarnado mejor la frustración de la mujer moderna y su intento de liberación. Y Villa Amalia es el lugar de la epifanía sin final de una mujer que detrás del quiebre sin retorno que significa descubrir el adulterio por parte de su esposo, decide huir. Pero a no caer en confusiones, el engaño es solo un disparador, la pieza anecdótica y dolorosa que permite la consecución de la historia.
Así, Ann, su protagonista en una Huppert magnifica, renuncia a todo: estatus, bienes y su amor por el piano, que es su modo de vincularse al arte. El film dirigido por Benoit Jacquot, no se queda fijado en una narrativa elocuente y plagada de palabras, sino que hace de la omisión, de lo elidido y lo no dicho una poética en sí misma, cargando en las espaldas de Ann, toda suerte de cambios anímicos, físicos y de todas las índoles supuestas en una situación de huida en la que el pasado parece, sólo parece, desvanecerse para siempre.
El engaño que conforma un muro de duelos y se suma al abandono de su padre (que retornará hacia el final de un modo inesperado y metafórico), a la muerte de su hermano y a otras decepciones, la llevarán a traspasar límites que si bien están representados en fronteras, simbolizan todos aquellos lindes que se mortifican y franquean para alcanzar un ser posible y libre. Su debilidad emocional contrasta de modo permanente con su atrevimiento para seguir adelante buscando aquello que la constituye como mujer.
Villa Amalia es el solaz que puede abandonarse y retomarse y es también un film donde los fragmentos de una vida se narran desde la corporeidad de una actriz que le otorga organicidad a su criatura de un modo magistral.