Sensible viaje al interior
A media voz, sin estridencias, con un lenguaje contenido, tenuemente melancólico, al mismo tiempo reservado y virilmente tierno, Gonzalo Tobal sale al encuentro de dos muchachos de treinta, primos inseparables en la infancia, hoy distantes, cuando las circunstancias -la muerte del abuelo- vuelven a aproximarlos en un viaje a su ciudad natal, General Villegas. Es aparentemente sólo un paréntesis en sus vidas, un alto en la rutina que lo encuentra a uno, Esteban, más formal, establecido en un buen empleo y a punto de casarse (aunque no parezca demasiado convencido) y al otro, Pipa, bohemio, impulsivo y espontáneo, que ha buscado canalizar a través de la música su moderada rebeldía. Pero serán días determinantes para los dos; días en que el reencuentro con la familia y con los lugares y los recuerdos de infancia fomentarán la introspección, el autoconocimiento, la reflexión sobre el camino recorrido y sobre las elecciones que han hecho y las que deberán adoptar. La frecuentación y las contadas pero significativas experiencias que vivirán allí conducirán a la evolución del vínculo que ha perdurado bajo los roces que empiezan a manifestarse durante el viaje de ida en el auto de Esteban y que incluso se hacen explícitos en un brote de violencia.
A Tobal no le hacen falta demasiadas líneas de diálogo para exponer las diferencias que hoy separan a los dos muchachos ni tampoco para describir después los interrogantes que se agitarán en el interior de cada uno. Le basta con una puesta en escena inteligentemente concebida y fruto de una esmerada elaboración: en la notable secuencia del viaje, por ejemplo, los gestos, los tonos, las miradas y las actitudes de uno y otro dicen más que las escasas palabras acerca de los caminos divergentes que los han ido distanciando y generando entre ellos algún recelo. En la segunda parte de la película, durante la estadía en Villegas, la turbación interior, la lenta, paulatina toma de conciencia de los propios deseos y los propios errores, la asunción de las propias responsabilidades se traducen en términos dramáticos: la escena en la casa del abuelo, ahora deshabitada, pero colmada de objetos que hablan del pasado, tiene, por ejemplo, una elocuencia que el talentoso realizador se abstiene de subrayar. Esa mesura, esa apuesta por un lenguaje tan contenido, podría hacer peligrar la emoción, pero Tobal lo maneja con una sutileza que lo revela como un experto en matices. Y en ese sentido, son fundamentales su sensibilidad y firmeza para la dirección de actores. Se aprecia en la homogeneidad de todo el elenco, pero sobre todo en los dos protagonistas, Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe, cuyo compromiso interior vuelve transparentes a sus respectivos personajes.
Otros aportes que merecen ser destacados son la banda sonora (tanto por la música original de Nacho Rodríguez Baiguera como por la elección de las grabaciones incluidas, entre ellas una de Marlene Dietrich), la bellísima fotografía de Lucas Gaynor y el ejemplar montaje de Delfina Castagnino.