Enrular el rulo
La nueva película de Ariel Winograd respeta las fórmulas de cualquier película argentina que busca un buen pasar por la taquilla: cientos de giros argumentales y mucho humor bien puntuado en el guión, sumado a muchísimas referencias a obras de culto hollywoodenses. El género está bien planteado, la dupla conformada por Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli funciona muy bien en pantalla y los aportes del resto del reparto le agregan el toque final a una receta de “éxito”, que de todos modos no garantiza una buena película.
Vino para robar tiene sus buenos momentos, como la escena del robo de la máscara o aquellos en que Martin Piroyansky se luce con su alemán berreta. Sin embargo, la película peca de pretensiosa e intenta ir más allá de lo que podía bastar para un producto bien acabado. Hacia el tercer acto, la trama toma un curso muy rebuscado y le da varias vueltas a un asunto que termina entorpeciendo lo que pudo ser una comedia romántica con tintes de acción al estilo de la saga de James Bond (con sus obvias referencias a lo largo de todo el filme) con varios logros, principalmente desde lo actoral.
Resulta curioso que recién ahora se crucen las carreras de Hendler y Bertuccelli, dos intérpretes sumamente talentosos que empezaron en el cine más indie argentino y ahora se encuentran haciendo obras de mayor envergadura. Y lo curioso es que este trabajo es el Nº 18 de ambos, lo cual es más notorio. Durante la película se nota muy bien cómo el paso de sus carreras los hizo artistas todo-terreno, tanto para los gags como para los momentos emotivos. Del mismo modo Piroyansky cierra un trío muy divertido, con muy buenos momentos entre los tres, como el de la piscina del hotel. El elenco lo cierran, aunque no con la misma consistencia, Pablo Rago, que a pesar de esos zoom bruscos tan graciosos que le hace el director para presentarlo no logra un personaje (usando la jerga de la vinicultura) con cuerpo; y Juan Leyrado, que por momentos hasta parece una caricatura de un villano.
El director de Cara de Queso y Mi primera boda aprovecha el despliegue de producción con el que contó para filmar muy bien las escenas en los exteriores de Mendoza, así como también dotar de un muy buen ritmo a la historia, especialmente aquellas en que el trío de ladrones está en plena logística. Pero donde falla es cuando intenta darle un tono de grandilocuencia a una propuesta que ya era enorme y hasta casi inverosímil, y no se anima a aceptar las limitaciones que tiene y estira la historia hasta el hartazgo. De hecho, la resolución de la película es mala y para nada está a la altura de lo que había sido antes de que se dé la primera vuelta de tuerca grande que comienza a desordenar todo.
Vino para robar quizás tenga una buena acogida del público y hasta parece estar bien hecha. Pero no se engañen, está llena de fórmulas de productores y es engañosa. Dentro de toda esa risa bien lograda y del despliegue de muy buenas actuaciones de los protagonistas, hay un intento por ser más grande que las películas que referencia en sus momentos de mayor libertad.