La nueva película del director uruguayo Gustavo Hernández, que ya había probado su amor por el género en películas como La casa muda y No dormirás, regresa con una película de zombies. ¿Qué se puede hacer con un subgénero tan explorado? ¿Intentar encontrarle una nueva vuelta o apostar al homenaje más clásico? Hernández parece haber optado por una opción intermedia.
En forma de plano secuencia, Hernández nos introduce a un barrio con personajes cotidianos y un índice de algo que no funciona bien. El travelling llega hasta la protagonista, una joven que se olvidó que hoy le tocaba cuidar a su hija, que bebe a cualquier hora del día, y que trabaja como seguridad (pero sin poseer arma de fuego) en un club deportivo que de noche permanece vacío. Entonces Iris (Paula Silva) se lleva casi obligada a su hija Tata (Pilar García) al trabajo y la entretiene como una trataría de entretener a una nena en un lugar que a simple vista no tiene nada de divertido. Sin embargo el caos no tarda en cobrar forma y pronto el encierro se vuelve protagonista cuando unos seres infectados por un virus cuya procedencia nunca se explicará intentan atacar con furia desmedida a cualquier ser vivo que se les cruce. Pero estos zombies ni lerdos ni perezosos no buscan alimentarse detrás de su violencia sangrienta sino que lo de ellos es la furia como una especie de catarsis, una ira que cuando es saciada les permite, como descubrirá pronto su protagonista y un extraño (Daniel Hendler) que se sumará en el intento de supervivencia, unos exactos 32 segundos de calma y tranquilidad.
En esta película escrita por el director junto a Juma Fodde Roma, la historia de los zombies salvajes de Virus: 32 no es mucho más que eso, con el agregado de una infectada embarazada a la que el personaje de Hendler, su marido, quiere obligar a parir porque es su hijo el que lleva dentro. No se explica de dónde salió y ni siquiera los personajes se lo cuestionan: en este momento sólo importa saber si hay salvación, si es posible llegar a un lugar donde puedan estar a salvo de las violentas criaturas.
En cambio sus personajes sí cargan con una historia personal que la trama va desarrollando de a poco: se entiende por qué Iris actúa como actúa ante la vida y ante su hija, con ese aire de aparente irresponsabilidad y despreocupación, la tragedia que lleva a cuestas. También está la niña cargando su propia cruz. Es cierto de todos modos que ese componente dramático a veces desentona con el ritmo frenético de la película de género y hay momentos mejor aprovechados que otros. Además a veces coquetea con algunos lugares comunes y por lo tanto predecibles.
Hernández demuestra su oficio con una película que tiene buenos momentos de terror, con escenas sangrientas y una tensión que no da respiro, todo en una enorme locación y con sólo un puñado de personajes.
Porque a la larga es cuestión de segundos, porque la vida puede cambiar de un momento para otro, porque a veces no hay tiempo para detenerse si se quiere seguir adelante y porque, si algo nos enseñó la reciente pandemia, es que hay catástrofes que no se pueden prevenir pero eso no implica que no estemos preparados para sortearla o al menos dejarlo todo en el intento, con el aprendizaje de que quizás ya nada sea como antes.
Virus: 32 es una propuesta fresca y rica para amantes de géneros. Una película que consigue transmitir muchas emociones distintas, con el agregado del componente local aunque la historia luzca universal.