Emiliano Fernández (A Sala Llena):
La esquizofrenia es hereditaria.
Si bien todavía falta mucho para poder afirmar que el cine de género latinoamericano está atravesando por un buen momento, por lo menos resulta evidente que las poquísimas películas que han arribado a la cartelera argentina no pasaron vergüenza ni nada parecido, pruebas irrefutables de ello fueron la cubana Juan de los Muertos (2011) y la paraguaya 7 Cajas (2012), dos realizaciones que demostraron que cuando hay interés verdadero se puede llegar a cumplimentar un esquema masivo de calidad. Más allá del poco apoyo que los cineastas especializados reciben por parte de las cúpulas de los distintos países de la región, por lo general las soluciones vienen por el lado de la coproducción o la autogestión.
El fantasma hollywoodense es el otro gran obstáculo para este tipo de propuestas, en una dialéctica que funciona en primera instancia como una competencia directa y desigual, y en un segundo nivel en tanto lo que podríamos definir como una suerte de espejo del que tomar elementos y/ o recoger influencias de variada índole. Ahora bien, siguiendo con los ejemplos anteriores, una cosa es construir films desde comarcas relativamente marginales dentro del mainstream norteamericano de nuestros días, como la comedia de terror o el thriller suburbano (recordemos la obsesión con la pomposidad vacua de los superhéroes), y otra muy diferente es salir a “pelearle” a Hollywood en un subgénero hoy por hoy en auge.
De hecho, esa es precisamente la estrategia por detrás de Visitantes (2014), un convite mexicano que se mete con uno de los caballitos de batalla de los gigantes estadounidenses, esa mixtura entre la tradición de las casas embrujadas y los fantasmas vengadores del J-Horror de la década pasada. Resignificando los estereotipos y las marcas formales de gran parte del ámbito contemporáneo, la ópera prima de Acán Coen no llega a ser una maravilla dentro del rubro aunque se luce en lo que respecta al desarrollo de personajes, ofreciendo una robustez anímica que en todo momento permite conectar con los protagonistas sin descuidar el engranaje de los sustos cronometrados y esa bella propensión hacia el filicidio.
En esta oportunidad las maldiciones en cadena arrastran a una familia compuesta por Ana (Kate del Castillo), su esposo Daniel (Raúl Méndez), el hijo pequeño de ambos Sebastián (André Collin) y Carla (Aurora Papile), la hermana de Daniel. Por supuesto que el señor comienza a ver espectros, sufre un accidente automovilístico y cuando vuelve al hogar ya no es el mismo de antes, lo que se vincula con asesinatos de épocas remotas y un largo historial de esquizofrenia transmitida entre clanes de “características” similares. En verdad aquí sorprenden el buen desempeño del elenco, en especial de Collin, y la efervescencia de la segunda mitad de la trama, cuando los espíritus de turno expanden su rango de acción…
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