Neguemos las deudas inventadas
Cualquier espectador que haya visto las tres películas previas de Steve McQueen, las geniales Hunger (2008), Shame (2011) y 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), podrá atestiguar que el director británico no tiene nada que ver con el cine inofensivo y/ o pueril de nuestros días, más bien todo lo contrario: el señor es artífice de un inconformismo todo terreno orientado a la polémica y a golpear la sensibilidad embotada/ adormecida del público y la prensa actuales, casi siempre condicionados como autómatas conservadores y dóciles a aceptar productos estúpidos escapistas que lo único que hacen es santificar la mediocridad acrítica de las sociedades contemporáneas. En función de lo anterior su nuevo proyecto despertaba a priori una gran curiosidad porque constituía su primera incursión cien por ciento en el cine de género, concretamente en el campo de los thrillers urbanos, y encima acompañado por Gillian Flynn, autora de las novelas de base de Perdida (Gone Girl, 2014) y Sharp Objects (2018) y aquí coescribiendo el guión con el propio McQueen.
El resultado final no podría haber sido más satisfactorio ya que el dúo pasa a desmenuzar los engranajes del policial hardcore para barajar y dar de nuevo dentro de una iconografía hiper realista que pone el acento en el desamparo, el envalentonamiento y una sensación de peligro muy bien trabajada que sobrevuela continuamente el devenir de los personajes, ahora un grupo de tres mujeres cuyos esposos murieron durante el transcurso de un robo y específicamente en una balacera nocturna con la policía, mega explosión de su camioneta incluida. Veronica (Viola Davis), Alice (Elizabeth Debicki) y Linda (Michelle Rodríguez), casadas con Harry Rawlings (Liam Neeson), Florek (Jon Bernthal) y Carlos (Manuel García-Rulfo), terminan obligadas a realizar el último golpe que tenía planeado Rawlings como un mecanismo para pagarle al “damnificado” del asalto, Jamal Manning (Brian Tyree Henry), un afroamericano de origen bien mafioso que está postulándose como concejal para regir un distrito de Chicago que suele estar en manos de blanquitos de la dinastía Mulligan.
Amenazada por Manning y su matón personal, su hermano Jatemme (Daniel Kaluuya), Veronica se transforma en la líder de la banda y recurre a los bocetos de la operación de su marido para devolverle los dos millones sustraídos al negro en apenas dos semanas, dinero que el hombre pretendía destinar para su campaña y que terminó incinerado con la camioneta de turno y sus ocupantes. La historia a su vez se mezcla con el derrotero de los Mulligan, una familia tan corrupta como su flamante rival político y hoy por hoy controlada -mucho nepotismo mediante- por el jerarca anciano Tom (Robert Duvall) y su hijo Jack (Colin Farrell), quien viene de recibir millones de dólares en sobornos en un cargo público, dice tratar de diferenciarse de los “recursos” violentos de su progenitor y anhela conservar para su estirpe el puesto de concejal. Los secretos pronto salen a la luz a medida que las mujeres dejan atrás unos tímidos primeros pasos y avanzan hacia la concreción de una embestida que hermana en el crimen a todos los involucrados, estén éstos vivos o muertos.
McQueen se saltea por completo la romantización bobalicona de personajes clásica del enclave hollywoodense, esquivando asimismo toda interpretación literal y reduccionista del feminismo, y abraza cierta impronta a lo Michael Mann pero filtrada por su nihilismo y sin esas salidas habituales “amigables” de las propuestas del estadounidense para con el espectador retrógrado promedio, lo que implica que el inglés las sustituye con una violencia seca que duele en serio y un andamiaje de tensión sexual que aquí se materializa sobre todo de la mano de los flashbacks de Veronica con su esposo y de la necesidad de Alice de convertirse en prostituta para poder sobrevivir, un bonito consejo que le da su propia madre Agnieska (Jacki Weaver). El cineasta obtiene un desempeño en verdad parejo y excelente de todo el elenco, con una Davis que consigue aprovechar cada segundo suyo en pantalla de manera magistral y desparramando sabiduría actoral en escenas muy cuidadas tanto desde lo anímico como desde lo visual, cortesía de la extraordinaria fotografía de Sean Bobbitt.
Ahora bien, la película va más allá del “divertimiento” pasatista estándar símil heist movie gracias a que funciona además como un análisis impiadoso, inteligente y certero de la mugre de la política tradicional y las estratagemas horrendas que utiliza para financiarse y perpetuarse frente a un electorado apático y lobotomizado que vive eligiendo desde la ignorancia más decrépita a sus verdugos una y otra vez porque en lugar de informarse y votar por proyectos se dejan llevar por eslóganes/ mentiras berretas que en el caso de los fascistas del neocapitalismo jamás se condicen con la plataforma real de gobierno de los oligarcas/ demagogos/ mitómanos en cuestión. Viudas (Widows, 2018) ni siquiera cae en la corrección política de lavar las culpas del candidato negro por su simple color de piel debido a que opta por también denunciar sus cadáveres en el armario vía el maravilloso trabajo de Kaluuya -visto hace poco en ¡Huye! (Get Out, 2017)- como un monstruo tan implacable como el mismo Jamal. McQueen logra así una obra atrapante e hipnótica que se consagra a negar las deudas inventadas por las cúpulas espurias que nos dirigen en el ámbito público o privado -o aspiran a hacerlo- con el objetivo de que reconozcamos cuanto antes el poder de la desobediencia autoconsciente basada en esa autonomía que resiste…