En la codicia con corazón confiamos...
Quizás pocos lo recuerden pero existió una etapa en la que Oliver Stone fue un cineasta muy importante dentro del sistema hollywoodense, tan oportunista y chapucero como interesante y vital. Hoy esos “años locos” forman parte del pasado: sin lugar a dudas sus grandes aportes de principios de los ’80 hasta mediados de los ’90 quedaron grabados -para bien o para mal- en la cultura estadounidense del período, no obstante casi todo lo que entregó a posteriori de Camino Sin Retorno (U Turn, 1997), su último film verdaderamente satisfactorio, no ha conseguido más que dejar un sabor amargo en la boca del espectador.
De hecho, a partir de Un Domingo Cualquiera (Any Given Sunday, 1999) su carrera comenzó a hundirse como si el hombre estuviese seco en términos creativos y ya no tuviera nada más que ofrecer (por supuesto que también cambió el contexto, circunstancia fundamental para que sus planteos pasen de ser considerados “osados” al rechazo absoluto por “infantiloides”). Resulta innegable el lustro de decadencia que hemos dejado atrás: ni Alejandro Magno (Alexander, 2004) ni Las Torres Gemelas (World Trade Center, 2006) ni W. (2008) ni mucho menos sus documentales lograron recuperar el visto bueno general.
Tampoco se lo puede condenar tan fácilmente por seguir intentándolo una y otra vez, siempre refritando motivos caros a su difusa ideología: primero fue la cinta histórica, luego el relato testimonial y a continuación una nueva biopic que pretendía cerrar su trilogía sobre presidentes norteamericanos caídos en desgracia. Considerando Wall Street: El Dinero Nunca Duerme (Wall Street: Money Never Sleeps, 2010), su cuarto “regreso” consecutivo, uno se ve obligado a concluir que el director debe estar desesperado por el respeto de sus colegas porque recurrir a una secuela de su clásico ochentoso es una jugada bastante triste.
Sólo hace falta señalar que ya ni siquiera escribe sus propios guiones, en esta ocasión los anodinos Allan Loeb y Stephen Schiff tomaron la posta: así los diálogos y conflictos principales parecen una versión escuálida de aquellos que caracterizaron a la película original. La historia se centra en la tenaz venganza del agente bursátil Jacob Moore (Shia LaBeouf) contra Bretton James (Josh Brolin), a quien considera responsable por la muerte de su mentor Louis Zabel (Frank Langella). Para ello no tiene mejor idea que asociarse con el padre de su futura esposa, el recién salido de prisión Gordon Gekko (Michael Douglas).
Precisamente lo único rescatable es la excelente labor del elenco, factor que mantiene el interés y suma varios puntos desde el inicio (no nos olvidemos de las participaciones de Eli Wallach, Susan Sarandon, Carey Mulligan y el simpático cameo a cargo de un avejentado Charlie Sheen). Stone abusa del pulso narrativo videoclipero y queda atrapado en una trama enclenque a la que le falta fuerza, encanto, novedad y/o un sustrato conceptual que vaya más allá de la premisa bobalicona de “con el dinero serás millonario aunque no rico”, léase “en la codicia con corazón confiamos”. El desenlace es la cumbre suprema del patetismo…