El regreso del gurú de las finanzas
En Wall Street 2 , Oliver Stone acierta en el ritmo pero falla en el tono dramático
Veintitrés años después, y nada casualmente cuando el mundo todavía intenta sobreponerse a los nefastos efectos de la última burbuja financiera, Oliver Stone vuelve a Wall Street y trae consigo a un Gordon Gekko devaluado y envejecido, pero aparentemente recuperado gracias a los años que pasó reflexionando en la cárcel, mientras purgaba la pena que mereció por sus maniobras fraudulentas. Las cosas han cambiado bastante: la codicia ya no sólo es buena -como él mismo proclamaba en los viejos tiempos-: ahora es también legal. Y así andan sus ex colegas (o los herederos de éstos), enceguecidos por una voracidad que no les deja ver mucho más allá de su nariz y empleando cualquier estratagema, cuanto más inescrupulosa mejor, para deshacerse de cualquier competidor y asegurarse el manejo del dinero de todo el mundo. Mientras, Gekko (Douglas, a sus anchas), procura recobrar su lugar y su prestigio en el mercado.
Todavía no se ha producido el crack que en 2008 generaría la crisis global que ha dejado maltrechas tantas economías, pero él la ve venir: lo dice en el libro que escribió tras el encierro y comprueba que si bien ha perdido sus afectos (su hijo murió trágicamente, su hija Winnie ni le habla), conserva la astucia y el carisma. Entre quienes resultan seducidos por su inteligencia está precisamente el novio de Winnie, también hombre de Wall Street, pero convencido de que puede triunfar promoviendo el desarrollo de energías alternativas. El muchacho (Shia LaBoeuf, verdadero protagonista), bien puede ser el puente para el reencuentro de padre e hija.
Stone aplica el vértigo del thriller al vértigo de la Bolsa, convierte las áridas discusiones sobre finanzas en diálogos dramáticos, atiende al melodrama familiar (otras relaciones padre-hijo se ventilan en el relato), intercala aquí y allá su habitual dosis didáctica (incluidas animaciones tipo Power Point) y cuenta con un magnífico trabajo de Rodrigo Prieto en la cámara (son admirables las imágenes aéreas de Manhattan).
Pero si el nervio de la primera parte -descriptiva de intrigas y venganzas en un mundo gobernado por el poder y el dinero- atrapa la atención aunque no diga nada demasiado nuevo, el brío declina cuando se centra en los vaivenes del drama íntimo, que resulta francamente ingenuo y forzado cuando llega la hora de arribar a un desenlace tranquilizador.