EN LA TRAMPA DEL RECONOCIMIENTO
Whiplash es el segundo film de Damien Chazelle y trata sobre la feroz relación entre un joven estudiante de música y el director del conservatorio donde se forma dentro del jazz. La trama gira en torno al esfuerzo tornado obsesión del joven, a partir de los estímulos violentos de su profesor y la competencia que este mismo alimenta entre los varones compañeros de clase. Algo así como un retrato de lo que ocurre en la psiquis al activar ciertos núcleos ligados al reconocimiento de aquél que lleva el mando del grupo; una lucha llevada al extremo de su tensión, producto de un deseo de ser visto y considerado por aquél que ejerce el poder en su calidad de poseedor de un conocimiento.
Nos recuerda mucho al ámbito de competencia mayormente femenino que supo reflejar El cisne negro (Black Swan, 2010) en el circuito del ballet neoyorquino, donde la protagonista llega al clímax de locura en la mímesis con su doble rol de cisne bueno y malvado. Ambos films reflejan las trampas de la mente, que sucumbe a la pelea por ganar un lugar incierto.
Veamos cuáles son los interrogantes que nos deja Whiplash: por un lado ¿cuál es la función de la obsesión en el trabajo creativo del artista? ¿Implica acaso el “talento” cierta fuga psíquica de la realidad? ¿Es posible identificar talento/éxito con sufrimiento y aislamiento social? Por otra parte, encontramos la no menor cuestión (que también está planteada en El cisne negro), de cuál es en verdad el lugar que quiere ganar el protagonista: ¿se trata realmente del lugar de artista consagrado o acaso es aquél cercano, y a la vez inalcanzable, reconocimiento de sí ante otro que desconoce su autonomía (padre en caso de Whiplash, madre en caso de El cisne negro)? ¿Es reconocimiento de sí mismo lo que se anhela en la negación primera de todo lo que lo rodea (con el trance artístico)? En varios momentos la película muestra que el conflicto no es sino el eco de la tensión interna, latente, doméstica: la madre de la bailarina proyectando sus propias frustraciones en su hija, ahogándola con sus pretensiones de éxito producto de sus insatisfacciones pasadas; o como en este caso, un padre silencioso que no puede contener a su hijo huérfano de madre y que desconoce su amor y vocación por la música (y que se vuelve consciente cuando el daño es casi inminente). En ambos casos, un modelo mono parental que desconoce las capacidades o la propia entidad del sujeto, y la lucha incansable del no reconocido por llamar la atención y ubicarse dentro de un esquema familiar que le permita alzar su autonomía. La intención parece ser ganar un lugar externo en un ambiente hostil y, a partir de ahí, el reconocimiento de sí en su entorno familiar.
La película expone la paulatina pérdida de lucidez del personaje y su creciente obsesión por conseguir un desempeño óptimo en el complejo mundo de la música jazzera; el deseo de inaugurar un nuevo y célebre capítulo de fama, entramando una secuencia generacional donde destacan Charlie Parker, Bud Powell, Charles Mingus y Dizzie Guillespie. Esta presión que atraviesa el personaje es alimentada por el desequilibrio brutal de su director de orquesta (J.K.Simmons). Pero sospecho que lo que verdaderamente busca es ser un sujeto dentro de su propio clan y para lograr esto, sin saber cómo ni qué camino tomar, qué mejor que la música, que como decía Adorno (quien detestaba el jazz) está fundada en su propia existencia y no en aquello a lo que se refiere. Es decir, es un género donde los sonidos no remiten a nada externo, la identidad de los conceptos está fundada en su propia existencia y no en aquello a lo que se refieren… perderse para encontrarse en un lugar donde sea yo mismo o, como dice nuestro genial músico Charly García, cuántas veces tendré que morir para ser siempre yo.
¡Y qué casual que sea este género el elegido! El jazz, que nace de la contradictoria experiencia de invocar y negar su raíz original africana, cuya matriz es la sumisión y al mismo tiempo la rebeldía, que quiere y no quiere ser música negra. El jazz quiso protestar y se sumió en la lógica que lo esclavizó. Este rasgo que fascinó a la industria y marcó un signo de época es también el aspecto más penoso de la música: finalmente los genios son los que venden más y salen en revistas para especializados, y no importa de qué modo produzcan si es que lo hacen en cantidad suficiente.
Así como el antiguo jazz quería hacerlo, es el padre contra quien el protagonista se rebela. Rebelión que es sucedida por una reconciliación. Es su padre por quien erige su grito rebelde al elegir ser músico y sumirse al mando de otro varón que provoca su fascinación y luego su odio… y todo para seguir el ciclo de la vida: buscar un lugar fuera y retornar al lugar propio, llamar la atención y lograr que lo tomen en cuenta. Uff ¡Que extraña y molesta resulta la neurosis propiamente humana!
Así como El Cisne negro hace unos años, Whiplash está nominada a mejor película en los premios Óscar aunque, perdonen les confiese, sospecho no va a llegar a triunfar en esta categoría, pero es posible que destaque en las de mejor actor (Simmons) y mejor sonido.
Una película para ver con los oídos bien dispuestos y las neurosis propias bien identificadas.