Shut up and play
Whiplash, el nuevo film de Damien Chazelle, joven director que aún no llega a los treinta años, pero que viene brindándonos producciones más que interesantes, arrasó en el festival de Sundance del año pasado, estuvo presente en la Quincena de realizadores de Cannes, y recientemente obtuvo cinco nominaciones a los premios Oscar. Pero Whiplash es mucho más que un film con una buena cosecha de premios. Whiplash es una historia tan poderosa y tan desgarradora, que aún en la pasividad de nuestras butacas de cine, logra estremecernos y sentir que podemos desvanecernos junto con el éxito del protagonista.
Andrew Neyman (encarnado por el talentosísimo Miles Teller) es un joven baterista de diecinueve años que ingresa a un prestigioso conservatorio newyorkino. Allí los grupos tienen distintos “niveles”, y la máxima aspiración de Andrew es formar parte de la orquesta de jazz de Terrance Fletcher (J.K Simmons) para luego trascender en la historia de la música, como el mejor baterista jamás recordado. Sí, a tal punto Neyman se obsesiona con la grandeza, y esto en parte se debe a su historia familiar: tener un padre (Paul Reiser) que ignora todos sus logros y que siempre lo pone a la sombra del talento de otros.
Con esfuerzo y perseverancia –cualidades que se resaltan en el film- Andrew ingresa a la banda de Fletcher, pero contantemente debe buscar la aprobación de éste, y medirse con otros bateristas para poder permanecer en el equipo. Mientras que el docente, a través de métodos poco ortodoxos –pero bastante comunes en estas escuela artísticas estilo Julliard- y para nada pedagógicos, presiona y exige al máximo a cada uno de sus músicos, para así quedarse con lo que verdaderamente resistan esto, y aspiren sólo a la excelencia en vez de caer en el conformismo de un “buen trabajo” que la media mediocre acepta.
De esta forma, Andrew va paulatinamente modificando su comportamiento para abandonar la timidez y pasividad inicial, y así dar paso a la irritabilidad y obsesión patológica por ser el mejor, y encontrar en Fletcher aquel gesto aprobatorio que su propio padre jamás le brindó.
Se interpretan una y otra vez las partituras de Whiplash de Hank Levy, y Caravan de Duke Ellington, próceres del género musical, pero en cada nueva ejecución, seremos testigos de la degradación que lleva a Neyman a desestabilizarse y a sangrar por dentro y por fuera.
Con tomas aéreas, planos contrapicados, planos detalle de cada instrumento y planos cerrados que capturan la desesperación por lograr el perfecto repiqueteo de platillos, a la vez que muestran la pasión desbordante de Andrew y el resto de la banda por la música en general y el jazz en particular, Whiplash resulta una experiencia única en su género, que cautiva a todas las audiencias.