El amor como uno de los primeros auxilios
No se deje llevar por la primera impresión cuando lea la calificación que le da este comentario al filme. Winter, el delfín, es una buena película, llena de aventuras, humanismo y valores, pero puede afectar la sensibilidad de algunos.
Sucede que este largometraje tiene una historia verdadera detrás, que es más grande que cualquier intento de Hollywood, aún el más loable, por representarla en la pantalla.
Un delfín real luego llamado Winter fue encontrado en una playa de California, enredado en una trampa para cangrejos. Debieron amputarle la cola, y primero un hospital marino y luego una comunidad entera se comprometieron con su salvamento. Reunieron fondos para pagar el tratamiento y las prótesis necesarias para curar a ese animal que se convirtió en un símbolo especial de la supervivencia. Actualmente existe una página para seguir la vida de Winter en vivo, www.seewinter.com y se relacionan de modo terapéutico con él muchos niños y adultos con capacidades físicas especiales, atletas e inclusive veteranos del ejército norteamericano que perdieron algunos de sus miembros durante la guerra.
El relato fílmico dirigido por Charles Martin Smith permite que una parte de la verdad relatada asome sobre la ficción, y entonces hay algunos pasajes emocionalmente fuertes en medio del cuento. De todos modos, y de manera abundante, el protagonista a un niño de alrededor de diez años que participa accidentalmente del salvamento y tras encariñarse con el pez comienza a visitarlo en el hospital, hasta convertirse en uno de los participantes necesarios de su curación. El niño de paso deja de lado la falta de motivación generalizada que lo afectaba en su vida, ocasionada por el abandono paterno y por la pérdida del afecto de un primo que también se aleja de él para enrolarse.
Un filme en que los lazos afectivos ocupan un lugar central, ya sea en el trabajo comunitario por el delfín, como en el drama de las personas cuyas vidas son modificadas por la guerra, o en el grupo del hospital marino, donde el cariño derriba las fronteras para convertir a los compañeros en miembros de una familia