O mortal, da lo mismo
El principio es prometedor, en un campo de prisioneros de Nagasaki se vive el caos. Un B-29 sobrevuela y los soldados imperiales ya saben lo que eso significa: todos están muertos y no hay escapatoria posible. Ese comienzo es abrupto y brutal, los minutos previos a la caída de la bomba atómica están dotados de un poderoso nivel de tensión. En esta secuencia, algunos japoneses se disponen a hacerse el harakiri (se denota un gran desconocimiento del ritual; está claro que quien filma no está familiarizado con esa clase de tradiciones) pero por fortuna el protagonista es realmente inmortal y la bomba no parece afectarle demasiado. Hasta se permite salvar a un joven nipón que le cae simpático. Lo curioso es que este mismo japonés -presentado como un anciano casi setenta años después- pese a haber estado a poca distancia de la detonación de la bomba, no de nunca muestras de haber sufrido secuelas por su exposición a la radiación, y su descendencia tampoco se ve afectada por alteraciones genéticas. Y eso que no debe de existir película más indicada para idear creativas mutaciones. Las cosas mejoran: una escena en un bar retrotrae a los mejores westerns, con el antihéroe justiciero que pide whisky y reparte torta y compota a todo el mundo. Más adelante otro pico de acción: una lucha de varios yakuzas contra el protagonista, sobre el techo de un tren bala y a quinientos kilómetros por hora. Hasta ahí las cosas parecerían marchar, en lo que refiere a tensión y ritmo, de maravilla.
Pero de a poco se va perdiendo el interés y la creatividad. Una japonesita se presenta como una buena escudera, aunque lamentablemente su “poder” parecería tener una efectividad del 0%. Las secuencias de pelea son montaje fragmentado y caótico y no parecen muy bien resueltas, y no faltan las innecesarias piruetas voladoras. Algunas líneas de diálogo (“nunca te metas con mis amigos”, o “soy Wolverine”) expectoradas por el protagonista en momentos clave de las contiendas, vinculan a la película con el cine de acción más berreta. Los villanos están muy mal delineados y un tema central en la anécdota toma giros poco comprensibles: se supone que Wolverine está cansado de ser inmortal, pero una vez que obtiene la mortalidad -o que le hacen ese gran favor- hace todo lo posible para ser inmortal de nuevo sin que medie una explicación para el viraje. Pero claro está que había que garantizarle unas cuantas secuelas más a la saga. A lo mejor el final heroico, la muerte apoteósica quede reservada para cuando las ganancias de la taquilla no sigan siendo tan tentadoras.
Llaman la atención los niveles de violencia, considerando que se trata de una producción masiva y mainstream. Lo que desagrada bastante es esa tendencia tan del cine estadounidense de mostrar a los héroes –o antihéroes, tanto da– utilizando esa violencia fascistoide a la hora de interrogar un villano llamado a silencio por lealtad a los suyos. Hay veces que una misma película reúne momentos muy buenos y muy malos, y aquí hay un gran ejemplo de ello.
Publicado en Brecha el 2/8/2013