Una saga muerta
No son pocas las décadas que la industria del cine lleva en crisis. Hubo crisis en los 50, en los 60, en los 90, etc. La industria ha sabido sobrevivir a cada giro, siempre con una nueva respuesta, que fue apuntando cada vez más hacia el gigantismo: más color, más acciones, más trilogías, más efectos especiales. La idea siempre fue darle al espectador que se acerca hasta las salas una experiencia cada vez más desorbitante, algo que no se puede lograr en ningún otro lugar.
Lo curioso de la respuesta de los grandes Estudios a la crisis de principios del siglo XXI no es que se haya recurrido a nuevas tecnologías (la animación por computadora, tanto para películas de animación como para películas de acción en vivo, cada vez más parasitadas por imágenes digitales) o a viejas tecnologías (el 3D, gran salvador del cine pochoclero), sino que una serie de eventos hizo que un número cada vez mayor de tanques estén inspirados en historietas.
No es un fenómeno nuevo -¿cuánto hace que venimos viendo superhéroes en la pantalla grande?- pero es un fenómeno creciente y que con el correr de los años demuestra su vocación hegemónica: ¿cuántas de las películas más vistas en los últimos tres años -esas pocas que concentran más del 50% de las entradas vendidas anualmente- fueron primero comics? Las X-men tienen ya unos años, pero más cerca tuvimos las Batman de Nolan, las Iron Man y Los Vengadores y todos los subproductos Marvel que llegan a reciclarse a un ritmo llamativo para la industria del cine, con la saga de Spider Man que arrancó y volvió a arrancar otra vez en un lapso menor a diez años.
La respuesta de los Estudios a la última crisis no fue sólo armarse de las tecnologías más caras (con películas cada vez más costosas), sino tratar de apostar a lo seguro: y parece que la apuesta más segura son y van a seguir siendo las historietas.
A medida que el cine se va fusionando con el comic, los resultados pueden ser más o menos felices con películas buenas y películas malas, como pasa siempre pero lo que notamos es que los estudios empiezan a adoptar lógicas de producción que les son ajenas. En especial en torno a Marvel. Una película ya no es una película: es apenas un punto de cruce en un universo infinito que se extiende -más o menos coherente- hasta donde alcanza la imaginación. Thor no era Thor, era la puerta de entrada para Los vengadores.
Cada película se calcula en términos de secuela. Y si la secuela no funciona, se busca la precuela. Y cuando la precuela no es lo más adecuado, se buscan los cruces. Tenemos universos paralelos (el argumento nunca del todo explicitado pero que permitió la llegada a la pantalla de The amazing Spider-Man) y agrupamientos y una cantera interminable de nuevos posibles superhéroes para el merchandising. No por nada Marvel terminó por imponer la moda del "minuto final después de los créditos", en el cual normalmente se nos muestra un remate cómico o un gancho que promete futuras películas para los personajes, ya sean individuales o grupales.
Hasta cierto punto, esta lógica viscosa del negocio que se autoreproduce viene rindiendo buenos frutos a la industria: con cada nueva producción, Marvel recauda millones y promete seguir recaudando con sus continuaciones. Pero cada tanto -como debe ocurrir inexorablemente- también falla.
Por ahora el nombre de su mayor error es Wolverine. Lo más sorprendente de esta nueva película de Wolverine es que le hayan dedicado una nueva película al personaje después del desastre que fue X-men orígenes: Wolverine. Aquella película era mala y le fue mal, pero de alguna forma el personaje logra mantener suficiente de su encanto gracias a su fuerza dentro de los comics y fundamentalmente a su fuerza dentro de las primeras películas de los X-men como para volver a la pantalla.
Si Orígenes... era larga, inconexa y aburrida, Wolverine: Inmortal por lo menos tiene la virtud de concentrar su acción y su narración en una historia única. Pero no por eso es menos larga o aburrida.
Absorbida posiblemente por su origen más endeble, dados los fracasos anteriores del personaje por la lógica rigurosa del comic -un medio completamente diferente al cine-, esta Wolverine... se preocupa demasiado por presentar situaciones, por tratar de desarrollar personajes chatos, por mostrarnos el recorrido completo e innecesario de sus personajes, por desplegar toda la iconografía que encuentre a mano en el desesperado intento de generar imágenes impactantes.
Lo que queda es una historia familiar larga que no nos interesa, en buena medida porque ni siquiera llegamos a conocerla sino hasta el final, el deambular falsamente melancólico de un personaje (que tampoco nos interesa, en buena medida porque viene construido desde fuera de la película y por tanto en esta queda absolutamente lavado) y escenas de acciones que resultan escasas hasta para sostener el grado mínimo de atención.
Las imágenes son simpáticas; las peleas no están tan mal, pero lo que le falta a esta película es una verdadera razón por la cual debería importarnos lo que estamos viendo.