Gente que se hace compañía
En algún rincón del corazón, los cinco "viejitos" protagonistas de esta agradable historia conservan aquella utopía que era común a muchos contemporáneos en los años 60 y 70: vivir en comunidad. Hasta ahora, cada uno siguió su camino e hizo su vida, aunque siguen siendo amigos desde hace cuarenta años y suelen reunirse en torno de alguna botella de buen vino, generalmente en la coqueta casa que tienen en las afueras Annie (Geraldine Chaplin) y Jean (Guy Bedos), uno de los dos matrimonios del caso. El otro lo integran Jeanne, una ex profesora de filosofía que parece veinte años menor (Jane Fonda), y Albert, cuya mente ha empezado a flaquear (Pierre Richard). ¿Falta uno? Sí, el solterón Claude (Claude Rich), que todavía se las arregla para seguir ejerciendo como irrenunciable donjuán, a pesar de que por sus problemas cardíacos el médico le ha prohibido terminantemente las pastillitas azules y su hijo quiere recluirlo en un geriátrico.
Los achaques ya han empezado a manifestarse, como se ve, y hay también alguien que ha podido mantener en secreto la grave enfermedad por la cual su espíritu previsor le ha aconsejado recorrer casas funerarias para elegir el color del que será su ataúd. Pero hay otra amenaza que los preocupa más: la de terminar sus días en una residencia. De modo que alguien resucita aquella idea comunitaria de la juventud y formula la propuesta del título.
Alguno puede resistirse en un principio a semejante cambio de vida, pero nadie duda de que la mano de un amigo va a resultar siempre más contenedora y cariñosa que la solidaridad profesional de un extraño de guardapolvo. Además, nadie va a sentirse solo con tanta gente de confianza haciéndole compañía, aunque de vez en cuando se discuta, se revuelvan viejas rencillas o se revelen antiguas traiciones. De modo que la mudanza se pone en marcha. Y de ahí en adelante habrá un poco de todo: tropiezos de salud, alguna tristeza, escenas risueñas, farsescas y un clima tibio, solidario, ligeramente melancólico, pero siempre agradable.
¿Y si vivimos todos juntos? es un cariñoso homenaje a la tercera edad, un asunto que el cine no suele frecuentar y que Stéphane Robelin trata sin ocultar su costado más dramático, pero apoyándose en lo posible en el humor, a veces farsesco, a veces ligeramente irónico (la fosa que se abre en el parque para la instalación de la piscina), a veces tiernamente poético, como en el final.
Por otro lado, la incorporación de un personaje joven (el muchacho contratado para ocuparse del perro de Albert, que estudia etnografía y toma a los cinco como objeto de su tesis) abre otra perspectiva para observar la situación de los mayores, sus necesidades (incluida su sexualidad) y la relación que los demás suelen entablar con ellos. La delicadeza de Robelin y su sensibilidad ayudan a mantener el equilibrio entre la farsa y el sentimiento y evitar las apelaciones emotivas. Y el aporte del homogéneo elenco -cuyo mayor atractivo puede ser tanto la personalidad de Jane Fonda como la conmovedora composición de Pierre Richard- es, por supuesto, fundamental..