Escrita y dirigida por Abner Benaim, “Yo no me llamo Ruben Blades” retrata, por supuesto, al músico al músico panameño. Está coproducida por la figura y esto se nota especialmente cuando declara que lo que pretende hacer con este documental es dejar una especie de testamento.
Benaim lo sigue a través de algunas presentaciones pero también en la intimidad de su casa. Radicado actualmente en Nueva York, un elegante y grande departamento en la zona de Chelsea, Blades agradece a la música porque gracias a ella pudo tener todo lo que hoy gracias a los sectores populares a los que les dedicó las letras de sus canciones durante tantos años.
Él entiende que hoy está en una posición diferente y es difícil seguir hablando de esos temas desde donde está actualmente. Y de a poco va revelando partes de su vida y su carrera en conversaciones que surgen, pasando por cómo fueron compuestas algunas de estas canciones o incluso su participación en varias películas de Hollywood.
Aunque siempre resulta interesante ver al artista en su cotidianeidad y Blades es una persona indudablemente carismática, el film parece quedarse bastante en lo superficial. Y también se percibe cierto ego en el propio Blades a la hora de querer narrar su vida en un documental para que quede para la posterioridad.
En ese sentido resulta bastante unidimensional el retrato. La película empieza con un relato que él hace sobre la muerte, sobre su primer acercamiento a la muerte, cuando de chico entiende por primera vez qué significa morir. “Yo pensaba que estábamos acá para siempre”.
A la larga, un artista está acá para siempre, en las canciones que siguen sonando. El film también cuenta con testimonios de otras personas, como Paul Simon, Sting y Tito Puente. Sin embargo aunque se haya conseguido a figuras de este calibre para la película, sus participaciones resultan poco más que anecdóticas y desaprovechadas.
Más atractivas resultan las imágenes de archivo con Blades en el escenario décadas atrás. “Yo no me llamo Ruben Blades” apunta a la esencia del cantante, a mostrarlo como la persona antes que el artista.
Aunque el relato no fluya siempre con la misma naturalidad –y se note que se accede sólo a las zonas que él decide que accedamos-, funciona para acercarse a la figura popular que todos conocemos en mayor o menor medida. Lo más interesante del film radica en él, quien le imprime color y personalidad a un documental que sin una figura central como la suya sería aburrido y desabrido.