La curiosidad es el horizonte
Considerando los días que corren, en general saturados de artificios digitales y -por lo menos en el mainstream- de un tono narrativo en constante pose irónica para apelar al cinismo que difunden los medios de comunicación, una propuesta como Z: La Ciudad Perdida (The Lost City of Z, 2016) resulta toda una rareza. Específicamente hablamos de una anomalía de aventuras que se vuelca hacia un clasicismo que por un lado evita el acartonamiento y por el otro apuesta a lo que podríamos definir como una conjunción entre la dialéctica de las epopeyas por territorios inhóspitos (esas que tanto le fascinaban a los europeos de siglos pasados) y el desarrollo de un personaje central que alza la bandera de la exploración a riesgo de condenar su vida y las de los que lo acompañan (esta es una gesta alejada de la rapiña de los conquistadores y cercana a lo que sería la antropología actual).
El mismo realizador y guionista James Gray ha comentado que nunca supo del todo por qué los productores del film le ofrecieron hacerse cargo del proyecto teniendo en cuenta que hasta este momento el susodicho era algo así como un especialista en dramas criminales centrados en la ciudad de New York y poco más, no obstante el giro le vino muy bien y sinceramente esta obra -cuya acción se debate entre Gran Bretaña y el Amazonas- es lo mejor que entregó en toda su carrera. El eje del relato es la figura verídica de Percy Fawcett (interpretado por un muy inspirado Charlie Hunnam), un oficial de la milicia inglesa que a principios del siglo XX se le encomienda cartografiar la frontera selvática entre Bolivia y Brasil a expensas de la Royal Geographical Society, la cual pasó a funcionar como una “mediadora” para evitar una guerra entre ambas naciones por los desacuerdos limítrofes.
La multiplicidad de expediciones que en la realidad encabezó Fawcett se reducen a tres en la película: una primera que resulta exitosa y abarca el trazado de los límites regionales, una segunda que es motivada por los descubrimientos arqueológicos del protagonista en la jungla (de improviso encuentra azulejos, vasijas, signos varios y esculturas en madera), y finalmente la famosa y última odisea en pos de hallar lo que Fawcett denominó la “Ciudad Perdida de Z”, una suerte de derivación más razonable y circunspecta de la fábula mítica/ popular en torno a El Dorado y a una civilización que efectivamente vivió en el Amazonas en algún período de la historia de la humanidad, mucho antes de la separación en tribus que encontraron los europeos en la zona al llegar a América. Desde ya que el británico en su momento es ridiculizado por tratar de asignarle a los indígenas locales semejante nivel de sofisticación pero aun así continúa con su pesquisa hasta los últimos instantes de su vida.
Gray definitivamente tuvo presente que a su film se lo iba a comparar con otros trabajos similares como las extraordinarias Aguirre, la Ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972) de Werner Herzog y El Dorado (1988) de Carlos Saura, y si bien no llega a esa excelencia y profundidad, de hecho consigue construir un relato de aventuras con el mismo espíritu de obstinación para con el anhelo de buscar lo desconocido y alcanzar esa gloria escurridiza a la que aspiran los pioneros, aquellos cuyo horizonte está iluminado por una curiosidad insaciable e incluso a veces peligrosa. El director sabe condimentar el derrotero con un digno compañero de correrías, Henry Costin (Robert Pattinson), un personaje femenino que lo espera en casa, su esposa Nina (Sienna Miller), y un villano involuntario y bien patético, James Murray (Angus Macfadyen), otro inglés que clama ser un aventurero como Fawcett y termina transformándose en un estorbo insoportable a lo largo de la segunda expedición.
Por supuesto que el opus bordea el drama familiar -uno bastante rutinario- cada vez que el protagonista regresa a Europa y así en parte quiebra la magia de lo que podría haber sido una faena ininterrumpida de aventuras por “comarcas salvajes”, aunque a decir verdad no podemos olvidar que la trama del film abarca dos décadas con sus idas y vueltas, a lo que hay que sumar que cada viaje de Fawcett implicaba años de alejamiento para con sus seres queridos y su terruño (Gray hasta se contiene de introducir un feminismo exacerbado y anacrónico -léase fuera de lugar, considerando el contexto histórico- vía la rebeldía de la mujer del héroe, quien sólo en una escena insiste con acompañarlo en la selva). Z: La Ciudad Perdida sabe que la gracia de personajes trotamundos como el presente reside en el hecho de que les importa un comino la familia porque la sienten como un peso muerto a la par de la pasividad, por ello una y otra vez la abandonan para descubrir nuevos caminos…