Una ficción verdadera Basada en un hecho real, destaca el valor de la perseverancia. Con un delfín real en el centro de la historia, la muy buena actuación de dos niños, escenas calculadas para emocionar, y un mensaje políticamente correcto, Winter-El delfín entra en el rubro de filmes que se promocionan como “para toda la familia”. En tal sentido, conviene separar las aguas. La película resulta ideal para niños. En cuanto a los adultos, es probable que la disfruten quienes estén dispuestos a no esperar una gran originalidad en el tratamiento de la historia, porque el guión y la realización siguen al pie de la letra el manual de los filmes tiernos, emotivos y con mensaje positivo. Pero, eso sí, yendo por el camino convencional, consiguen un muy buen producto hollywoodense. Filmado en exteriores, en Florida, Estados Unidos, está inspirado en un hecho real, ocurrido en 2005 en: un delfín hembra quedó atrapada en una trampa para cangrejos. Un pescador la rescató en una playa de la Florida. Los biólogos del hospital marino de Clearwater tomaron a su cargo el tratamiento del delfín al que llamaron Winter. No hubo más remedio que amputarle la cola, y esas condiciones era muy poco probable que pudiera volver a nadar, e incluso que siguiera viviendo. Pero gracias a los esfuerzos del personal de Clearwater y la tozudez de un especialista en prótesis para humanos, que construyó para el delfín una cola artificial, en diciembre próximo Winter cumplirá seis años, y en los Estados Unidos, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la adversidad. Con muy buenas actuaciones, el filme transmite lo que se propone. Nathan Gamble compone a Sawyer Nelson, un niño que se compromete a fondo con la recuperación del delfín, acompañado por otra niña (Cozi Zuehisdorff), la hija de Dr. Clay Haskett (Harry Connick Jr.), el director del hospital marino. Morgan Freeman es el especialista que crea la prótesis para Winter. “Creo que esta película puede servir de inspiración para los niños, sobretodo aquellos que hayan perdido una pierna o un brazo o que no puedan caminar”, declaró Harry Connick Jr., algo que el filme se encarga de subrayar.
Topa y Muni, exceso de lugares comunes El dúo televisivo hace agua en la pantalla grande. La dupla conformada por Topa (Diego Topa) y Muni (Mariana Seligmann), que conduce La casa de Disney Junior en dicha señal, logró conquistar a los niños. Como suele ocurrir con los éxitos televisivos infantiles, en época de vacaciones de invierno, se busca aprovechar la buena racha en el teatro y el cine. Tal el caso de Topa y Muni, que tienen una obra teatral en cartel y hoy estrenan Los hermanitos del fin del mundo . Mientras que en el escenario, con dirección de Ariel Del Masttro, siguen los grandes lineamientos del ciclo de TV, y salen airosos, en el filme, hacen agua. El guión narra una historia carente de originalidad y cargada de lugares comunes: un hogar de huérfanos, ubicado en Ushuaia, está en riesgo de desalojo. El profesor de música Pato (Topa) y la Cocinera (Pirucha) se desviven por evitarlo, y alientan a los chicos a trabajar para lograrlo. A su vez, esa comunidad educativa vive fascinada por la banda musical La pandilla de Sol, surgida de un reality show, y sueña con emular sus pasos. Allí, la excusa para incluir canciones y coreografías (por demás discretas). Y la ubicación geográfica del hogar, la ocasión de mechar bellas imágenes de escenarios naturales. Las actuaciones de Topa y Muni y la del grupo de niños que interpretan a los alumnos se balancean entre la inexpresividad y la sobreactuación. En ese aspecto, la excepción es Norma Pons: espléndida en su composición de una malvada de caricatura, una suerte de Cruela De Vil desopilante. Con profusión de colores encendidos, calzas, leggins, sombreros y vestidos estampados, el vestuario parece subrayar la intención del filme de enmarcarse en las ya transitadas ficciones de estudiantinas contemporáneas con inquietudes musicales. El filme, que presenta a Topa y Muni en roles diferentes de los que tienen en la TV, no consigue que resulten verosímiles en sus personajes de Pato y Pirucha.
La tragedia divertida Shakespeare para niños, en versión libre y con animación 3D. Cualquiera diría que no. Que no hay manera de contarle a un chico la historia de Romeo y Julieta sin provocarle angustia con el destino trágico de los amantes de Verona. Pues bien, Gnomeo y Julieta demuestra lo contrario. El filme animado en 3D, dirigido por Kelly Asbury ( Shrek 2 ), con producción ejecutiva y música de Elton John, presenta la obra de Shakespeare en una versión completamente libre, protagonizada por gnomos de jardín. Riesgosa apuesta, pero la película sale airosa. El guión se las ingenia para ensamblar sin discordancia una serie de elementos heterogéneos. Por caso, un relato comprensible para el público infantil que también atrae a los adultos con sus guiños de humor y las bondades de la banda de sonido. O las escenas de acción con las de neto corte romántico. O el amor difícil entre Romeo y Julieta contado, para chicos, en clave de comedia, sin dejar de explicarles cómo fueron los hechos en la versión original de William Shakespeare, a quien también se lo presenta como una más de las criaturas animadas. Vale destacar una perlita, puro cine: la escena que narra en pocos minutos, sin necesidad de discursos, y utilizando de maravillas la imagen y la música, la historia de amor de un flamenco. Lograda síntesis sobre el enamoramiento y sus circunstancias, difícilmente deje indiferente a ningún adulto. Original e irreverente, Gnomeo y Julieta consigue que el espectador salga del cine divertido y tarareando Hello, Hello . Se diría que las tragedias no son amargas cuando vienen animadas y tienen música de Elton John.
Mirá quién pinta... Greenaway convierte un cuadro en un relato de suspenso. En materia de educación, Peter Greenaway tiene una queja, y la explicita: sólo se nos enseña a leer textos, no se nos entrena para apreciar imágenes. El director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante y de El vientre del arquitecto no anda con vueltas en su diatriba contra la escuela: la responsabiliza de haber formado, generación tras generación, una mayoría de “analfabetos audiovisuales”; esos que hoy día son incapaces de comunicarse de un modo que no sea mediante la palabra, oral o escrita. Eso afirma Greenaway en el comienzo de Rembrandt’s J’Acusse , un filme que busca desentrañar el asesinato oculto en el cuadro “La ronda de noche”, realizado por Rembrandt en 1642. En aquel entonces, era un pintor de prestigio; tres décadas después, un hombre pobre y arruinado. Greenaway se pregunta si el triste giro de su biografía no habrá sido, acaso, el resultado de una venganza por la denuncia que plasmó en “La ronda”, esa suerte de “Yo acuso” expresado con trazos y colores. En el filme, mezcla de documental y drama, el director tiene una hipótesis personal respecto del misterioso cuadro, y busca demostrarla a través de 30 cuestiones que va desarrollando, con la aclaración de que sólo podrán resolver el enigma en la número 31. El cineasta lleva adelante el relato de la investigación y asume diversos roles. A veces, el del historiador que, con datos certeros y lenguaje sencillo, explica las circunstancias políticas y sociales en las que Rembrandt realizó el cuadro, hace 350 años. Al mismo tiempo, oficia de detective, de fiscal, de juez ayudado por un guión muy original. El filme tiene una estética impecable y el mérito de poder crear un clima de suspenso a partir de los personajes de un cuadro. Greenaway saca provecho de su formación en artes plásticas y de su gran capacidad pedagógica: imparte conocimientos sobre Rembrandt de un modo ameno, y logra contagiar su pasión por la pintura, incluso al público que él mismo consideraría como “analfabeto visual”. ¿Se puede enseñar a mirar? Greenaway demuestra que es posible y, además, placentero.