El mejor Michael Bay va a 100 kilómetros por hora ¿Ver una película del director de Transformers ha vuelto a ser una buena idea? ¿De qué va? Unos hermanos ladrones intentan dejar a atrás a la policía de Los Ángeles después de secuestrar una ambulancia para escapar del robo de un banco. La carrera de Michael Bay, uno de los directores americanos de acción más famosos -por no decir, el más ruidoso- de la historia, es una que ha dado tantas vueltas como las persecuciones de sus películas. Desde su debut acompañado con Will Smith y Martin Lawrence donde le probó a todos que su estilo, una combinación de su electrizante energía dirigiendo acompañada de la estética digna de un comercial, era perfecto para los grandes tanques de Hollywood; pasando por su breve búsqueda del prestigio con su grandilocuente recreación del conflicto de Pearl Harbor; hasta su denostada pentalogía de Transformers; es con Ambulance, su más reciente película, que parece que está dispuesto a abrir un nuevo capítulo: el de volver a ser esa imparable fuerza detrás de cámaras que viene a darlo todo. Es refrescante que, en el panorama donde la mitad de las grandes sagas de Hollywood son secuelas que ya rozan los dos dígitos, o piezas de un rompecabezas que se lleva construyendo años con pequeñas hijas bastardas que buscan atención -te estoy viendo a ti, doctor Michael Morbius-, Bay llega con un planteamiento sumamente sencillo y que comienza a mover sus mecanismos bien va empezando la película. Will Sharp (Yahya Abdul-Mateen II), un veterano de guerra que “puede conducir cualquier cosa”, está desesperado por reunir el dinero para el tratamiento experimental de su esposa. El seguro médico -ese sistema que tantas heist movies ha desatado- se niega a cubrirlo, dejándole como única opción ir con su hermano, Danny (Jake Gyllenhaal), quien está planeando un ambicioso golpe a un banco donde saldrán con 32 millones de dólares. Por suerte, en una historia que ya se ha visto y repetido infinidad de veces -de hecho, Ambulance es una adaptación de una película danesa de 2005-, Bay y el guion escrito por Chris Fedak cubren en menos de 10 minutos todo lo que podría sentirse como la larga subida antes de que la montaña rusa de su primera caída. Está el reencuentro de los hermanos, la planeación del robo y la introducción de los personajes que de una forma u otra se verán involucrados: la mejor enfermera de Los Ángeles (Eiza Gonzáles), el capitán de policía que buscará detenerlo todo (Garret Dillahunt) y un joven oficial (Jackson James White) que es herido en medio del robo. Una vez sucede todo esto, el golpe sale mal y sus protagonistas tienen que huir en una ambulancia con dos rehenes, la cámara de Michael Bay se desquicia y nunca vuelve a quedarse quieta. Todos sabemos que Bay es un experto en hacer que cualquier plano, sin importar el presupuesto, se vea como el más caro en la historia de Hollywood. Y aquí no es la excepción, para ser un “pequeño proyecto” -para estándares de lo que hoy es un tanque taquillero- de 40 millones de dólares, Ambulance brilla por lo auténtica que es. No solo son sus locas tomas en dron que se elevan entre los grandes edificios de Los Ángeles y luego se dejan caer, dando un vértigo que solo los personajes dentro de esa ambulancia a toda velocidad podrían sentir, es también su gusto por lo práctico. Hacer una broma sobre Bay y explosiones es algo viejo en pleno 2022, pero está claro que el hombre las adora y, siempre que pueda, recurrirá a la visceralidad de sentir el calor de una bola de fuego expansiva en su rostro en lugar de acudir al CGI -que lo hay en la película, en contadas ocasiones-. Con un aspecto técnico que rara vez decepciona y la manera de filmar de Bay, que aquí se muestra lleno de confianza pese a que su excesivo movimiento puede llegar a hacer confuso lo que sucede en pantalla, solamente queda esperar a que la trama -como solo sucede en una película de este director- no se interponga en la diversión. Es verdad que Ambulance, pese a utilizar la velocidad como su principal fuerza narrativa -algo muy de los 90s-, está lejos de controlarse tan bien como una Speed y sus tres set-pieces magistralmente hiladas, pues lo que se presta a una sólida película de hora y media se transforma en una de más de dos horas. Es por esto que ya bien arrancada la persecución se siguen presentando personajes y situaciones que, aunque no todas mantienen el mismo interés e incluso se pueden percibir como inconsecuentes, sí que hacen su mayor esfuerzo para mantener la imparable tensión. En lo demás, es el Bay de siempre, sin grandes discursos y comprometido a entretener y enganchar hasta el último minuto. Otro detalle que juega a favor de Ambulance es que su elenco, principalmente un enloquecido Gyllenhaal, parece estar en todo momento en la misma sintonía de Bay. Si los agresivos movimientos de cámara hacen su mayor esfuerzo para traer caos en pantalla, sus actores son esa fuerza que se mueven con la misma intensidad para no quedar en segundo plano y traer algo de estabilidad. Gyllenhaal, justo como hizo en el anterior tanque donde participó, aprovecha su lado más neurótico para impulsar una entretenida actuación llena de gritos y cambios de humor; Yahya funciona muy bien como el centro emocional de la película pese a que todo lo que sucede a su alrededor parecería querer dejarlo sin redención, y González cumple bien como la estoica enfermera -y la principal cara en la mayoría de las secuencias más tensas de la película-. Finalmente, solo queda asegurar que, para sorpresa de muchos, hacer el viejo ritual de «ver la nueva película de Michael Bay» es nuevamente una buena idea. Es la oportunidad de disfrutar de un blockbuster que seguro destaca en autenticidad al lado de los esperados refritos de viejas franquicias. Claro, es entrar a una trama que en todo momento te pide tu complicidad para perdonarle los vicios a su director, así como su poco temor en romper la lógica con el loable objetivo de crear una de esas escenas que solo son posibles dentro de su película. Si estás listo para un tenso viaje junto a un cineasta a quien 27 años dentro de su carrera todavía logra sacar un proyecto que se siente lleno de su identidad, así como un recuerdo de esa gran época para el cine de acción que fueron los 90’s, Ambulance es la película ideal.
Ridley Scott se luce con un formidable drama medieval Matt Damon, Jodie Comer y Adam Driver protagonizan lo nuevo del director de Gladiator. ¿De qué va? Cuenta la historia del duelo entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris, dos amigos que se convirtieron en rivales. Cuando la mujer de Carrouges es acosada por Le Gris, algo que él niega, ella no se queda callada y lo acusa. El consiguiente duelo a muerte determina el destino de los tres. Ridley Scott está en plena forma. Sí, el gran cineasta que revolucionó a la ciencia ficción en la pantalla grande y que es aclamado por sus obras de época -pocos dan un retrato tan inspirado del medievo- nunca ha dejado de trabajar. Puede que en ocasiones entregue alguno de los mejores proyectos de alto presupuesto en al año -cómo olvidar su The Martian– y, en otras oportunidades, apuesta a arriesgadas producciones con un resultado desigual; pero rara vez se puede decir que desaprovecha todo el potencial con el que trabaja. Nunca ha dejado de dirigir y no parece que lo hará pronto, por lo que resulta especial que para su nueva película, The Last Duel, cruce camino con una dupla que llevaba años sin reunirse: la de los guionistas y actores Matt Damon y Ben Affleck. Adaptando el libro homónimo de Eric Jager, El Último Duelo no es una historia fácil de abordar. En la violenta y ciertamente despiadada Francia medieval, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) tiene una acusación muy seria por hacer: el viejo amigo de su esposo, el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver), abusó de ella. La consecuencia de dicho acto es, en una época gobernada por la estupidez y donde la barbarie fungía como autora de la ley, un combate a muerte donde Jean de Carrouges (Matt Damon) enfrentará a su antes hermano de armas, para confirmar que la voluntad de algún poder superior está de su lado. La película abre enseñándonos los primeros compases de dicho duelo y, tras tocar la lanza con el escudo, se nos redirige a un primer capítulo donde la percepción de su personaje central -inicialmente el de Damon- va moldeando los detalles del evento que desencadenó todo. La película toma la decisión de adentrarse en la mente de sus personajes con tres capítulos que narran fundamentalmente lo mismo pese a sus complementarias diferencias. Inicialmente tenemos «la verdad de acuerdo a Jean de Carrouges«, una historia de un hombre al que su gobierno hizo a un lado y que su gran habilidad en combate es lo único que tiene a favor para sobrevivir en un mundo que le arrebató lo que buscaba. Después, está la versión de Le Gris, donde el personaje de Driver se mueve por los elegantes castillos del conde Pierre de Alençon -un sorprendentemente entretenido Ben Affleck-, creando un camino que lo llevará a cometer un acto imperdonable. Y finalmente, escrita por la guionista Nicole Holofcener, llega el momento de que se le de voz al personaje de Marguerite de Carrouges y se conozca la dolorosa realidad de una mujer atrapada en un impío sistema puesto a prueba por su valiente confrontación. En papel puede sonar repetitivo el tener que pasar por el mismo camino tres veces. Sin embargo, el guion escrito por Damon, Affleck y Holofcener sabe sortear con habilidad este obstáculo al tener una enorme atención a sus detalles. Lo que un personaje dice inteligentemente en un relato lo puede decir otro en su propia visión, mientras que quizás la tercera revela que ninguno de los dos estuvo cerca de mostrar tanta elocuencia. Además, estos caminos suelen divergir en varios puntos del trayecto y, lo vivido por cada uno de ellos en esos momentos de combate, o de lujuria, o de soledad, construye un muy potente resultado que jamás pierde el ritmo. Es un gran libreto que dialoga todo el tiempo con el espectador y saca mucho provecho de enlazar lo sucedido en algún punto del siglo XIV con lo que se vive actualmente, dándole un toque de relevancia bastante bienvenido. Es dolorosa, atrapante, íntima y, cuando llega el momento de la justa, electrizante. Claro que un gran guion pudo haber sido diluido -o mucho peor, moderado- por algún director sin experiencia, pero por suerte ese no es Scott. A sus 82 años de edad su grandilocuencia para narrar sigue más que pulida, siendo la pieza que le falta a una gran historia para convertirse en una gran película. No es solo que el veterano cineasta encare sin miedo las secuencias más duras del relato, sino que pocos como él saben cargar de tanta emoción una serie de escenas que, en su mayoría, se desarrollan dentro de castillos donde las palabras de sus personajes son tan contundentes como el quebrar de los huesos en pleno combate. Ni hablar de su impecable diseño de producción -de su usual colaborador Arthur Max-, el emocional score musical de Harry Gregson-Williams y de la suntuosa fotografía de Dariusz Wolski en uno de sus mejores trabajos en su extensa carrera. The Last Duel es una belleza técnica que merece verse en la gran pantalla. Claro que, los principales ganadores de la justa, son los actores y actrices frente a cámara. Matt Damon se luce dándole varias caras a su De Carrouges, de heroico caballero a vengativo esposo, y complementa a la perfección a Driver, quien una vez más confirma que es uno de los mejores actores trabajando. No es solo que su conocido carisma ya sea marca registrada -y aquí se explota para hacerlo aún más desagradable-, es que el actor de Marriage Story sabe manejar muy bien la intensidad de sus palabras y se adapta a la perfección a lo que le pide el guion, por más detestable que sea. No se puede ignorar a Affleck, que pese a dar una fuerte primera impresión por su aspecto, va creciendo en su papel de influyente y excesivo conde hasta que, finalmente, se luce como una de las piezas más solventes de la película, Quien merece su párrafo individual es la ascendente Jodie Comer como Marguerite. La actriz ya había conquistado a la pantalla chica con Killing Eve, dominó la taquilla con su divertido personaje en Free Guy, y ahora viene a demostrar que está a la altura de una gran producción de Scott. Inicialmente observada desde el punto de vista de los hombres, Comer tiene la oportunidad de crecer junto al personaje para que, al llegar su momento de tomar el control de cómo se narra su historia, sean las sutiles diferencias en su rostro las que demuestran las verdaderas intenciones de su actuación. Descubrirla una vez más en cada escena es un regalo que eleva a la película y que prueba que, sin ella, las cosas no funcionarían igual del bien. Puede que sea su primer acercamiento a una temporada de premios que promete ser competida, pero no hay duda de que no será su último. The Last Duel es un regalo para todo el que crea que se puede contar una gran historia con un presupuesto elevado de por medio. Su impecable producción, más que crear espectáculo -que lo hay, y se refleja en su grandioso combate final- es el envoltorio ideal para una producción de gran nivel, de esas que nos recuerdan que Scott y compañía son enormes talentos a los que hay que ver en su merecido espacio: la sala de cine. No hay duda de que se trata de un gran acierto en la carrera del mencionado cineasta, quien entrega su primera gran película de la década.
Cinco jóvenes mutantes, retenidos contra su voluntad en una instalación secreta, luchan por escapar de sus pecados cometidos en el pasado. Las despedidas siempre son difíciles, principalmente si están ahogadas en amargura. Y es así como se siente The New Mutants, la famosamente postergada película de los X-Men que, aunque allá en 2015 cuando se anunció no se pensaba que llevaría tal nombramiento, es la entrada final de la franquicia bajo la supervisión de la ahora llamada 20th Century Studios. Sí, ahora los populares mutantes se podrán pasear al lado de los gigantes del MCU, y es seguro que bajo el mando de Kevin Feige la propiedad recaudará más millones de los imaginables, pero es innegable que difícilmente se volverá a ver cosas tan arriesgadas como la enorme Logan de James Mangold, la siempre estimulante Legion de Noah Howley, y la que nos ocupa hoy en día. Para ser un proyecto que se hizo esperar por tantos años -originalmente se iba a estrenar el 13 de abril de 2018-, pocos minutos le hacen falta para entrar en acción. La película arranca cuando la protagonista, Danielle Moonstar, despierta para encontrarse ante una verdadera pesadilla: su pueblo está siendo arrasado por una fuerza misteriosa que parece imparable. Huir es su primera opción, pero tras sufrir una devastadora pérdida y quedar inconsciente, Dani es trasladada a un hospital que tiene una misión muy específica, ayudar a jóvenes como ella a descubrir sus poderes y controlarlos para, algún día, llegar a formar parte de los X-Men. Los primeros compases de la película son los mejores. El director Josh Boone es un experimentado con los dramas juveniles -bajo su haber tiene la popular The Fault in Our Stars– y es justamente a lo que mejor le saca partido, cuando el sólido reparto de jóvenes internados comienza a ser introducido. Blu Hunt, quien da vida a la protagonista, hace un estimable trabajo como el eje central de la película, aunque su personaje se siente desdibujado cuando carece de la compañía de sus más inspirados compañeros frente a cámaras, entre quienes se destacan la gran Anya Taylor-Joy como Illyana Rasputin, fácilmente la mejor actuación de la película, y Maisie Williams como Rahne Sinclair, quien junto a Hunt es el muy necesario núcleo emocional de la historia. The New Mutants Junto a los mencionados, Charlie Heaton ofrece intensidad como Sam Guthrie, así como una genuina química con Henry Zaga, quien carga con el humor como el carismático Roberto da Costa. Las escenas donde son presentados y se profundiza en sus traumas personales con secuencias de espíritu surrealista -se llega a notar la mano de Peter Deming, el director de fotografía de David Lynch– son las más llamativas. Y es que en estas es cuando Josh Boone y compañía demuestran que The New Mutants, quizás antes de los agresivos reshoots del proyecto -aunque el cineasta afirma que la versión en pantalla es la suya-, pudo tener el potencial de ser un muy bienvenido drama con tintes de horror psicológico que, en el mejor de los casos, demostraría tener un interés en las historias personales de sus protagonistas como pocas producciones del cine de superhéroes. Sin embargo, el pasar del apresurado metraje solo demuestra que tal potencial se perdió en algún punto del camino. Una vez la trama comienza a interesarse más por las intrigas dentro del hospital para jóvenes mutantes, cuya principal presencia es la Dr. Reyes de Alice Braga, los inconsistentes eventos en pantalla empiezan a desarrollarse sin mucho sentido, sin la energía inherente a las producciones del tipo, e incluso cayendo en lugares comunes que en un inicio la película parecía querer evitar. No ayuda que su segunda mitad sea una mescolanza de estilos que no define bien qué quiere ser: los momentos entre sus personajes se hacen cada vez más torpes, el horror que intenta crear es sumamente laxo, y el humor, cuando se hace presente, es de manera involuntaria. Tal como son las cosas, no me animaría a decir que The New Mutants es un desastre en los niveles de Venom, de X-Men: Dark Phoenix, o de la Fantastic Four de Josh Trank. A diferencia de estas, las buenas ideas que tiene son las suficientes como para querer encarar toda su duración, que es de alrededor de una hora y media -algo que le pesa a la película pues su cierre se siente súbito y anticlimático-. Tampoco la recomendaría con facilidad, y aquellos entusiasmados con su primer adelanto, ese con la genial «Another Brick in the Wall», se decepcionarán al ver que aquel vendía una película muy distinta, una inclusive con secuencias que no llegaron al corte final. Pero si se desea ver por última vez a los mutantes de las historietas sin esa fórmula que llevó al MCU a donde está ahora, la opción que ofrece el duro 2020 no es una completamente desestimable.
Un agente secreto emprende una misión que se desarrolla más allá del tiempo real, para intentar prevenir una Tercera Guerra Mundial. Cuando Christopher Nolan habla, todos callan. No, no es una burla a la tan criticada mezcla de audio en sus estruendosas películas, sino un cumplido a uno de los pocos directores actuales que logran llegar a salas y triunfar con una idea original, algo bienvenido en la época donde todo alto presupuesto está en búsqueda de desenterrar el cadáver de cualquier propiedad mínimamente conocida. El realizador es uno que no le tiene miedo a probarse en terreno nuevo; desde el thriller hasta la ciencia ficción, pasando por el cine bélico, son pocos los géneros por donde no ha dejado su huella, siempre con un cronómetro en la mano -el tiempo, una de sus grandes obsesiones- y la capacidad para estimular con espectáculos cargados de ingenio visual y narrativo. Y ahora, junto al anhelado regreso de los cines llega Tenet, su muy esperado proyecto que cayó víctima de la pandemia y que hasta ahora puede verse como debe ser: en la pantalla más grande posible. Hermana por estilo e intenciones con Inception, la onceava película de Nolan deja bien claro que su amor por las heist-movies no ha desaparecido ni un poco. Y es que tras introducir al protagonista de John David Washington -que se prueba como un muy buen talento para encabezar un tanque como este-, con una secuencia palpitante que, además de demostrar que el cineasta está más inspirado que nunca con sus set-pieces, da el primer vistazo al gran atractivo visual de Tenet: la inversión de objetos. Es que si el mencionado thriller protagonizado por Leonardo DiCaprio le debía mucho de su identidad a los pasillos y las ciudades giratorias, pese a su gris representación del mundo onírico, aquí no hay duda de que lo que pasará al recuerdo son las balas que salen de su agujero para introducirse en el arma, las explosiones que reconstruyen objetos y los vehículos a toda velocidad que van en la dirección opuesta. Es muy atractivo de ver cómo Nolan resuelve estas escenas donde el detalle es protagonista, aunque claro que no se consiguen sin una importante carga de exposición. Esto porque tras una prueba de vida o muerte al personaje de Washington, se le introduce al mundo de la organización Tenet, abocada a la salvación del mundo de una amenaza que supera con facilidad a cualquier guerra nuclear, con lo que su misión será descubrir de dónde vienen los objetos invertidos y cómo evitar que el futuro acabe con el pasado. Como es de esperarse, es en las explicaciones de las reglas de su película que el cineasta británico llega a sacar su peor lado, pues tras haber superado su molesta obsesión por la sobreexposición con la enorme Dunkirk, donde las imágenes hablaban por sí solas, aquí sufre una recaída en su gran vicio y no tiene pudor alguno en detallar elementos importantes del argumento en diálogos sumamente fríos. Pero el Nolan más torpe para narrar y crear gancho emocional también es el que mejor se desenvuelve cuando se concentra en el espectáculo. En un punto de la película, un personaje menciona «no trates de entenderlo, siéntelo», y ciertamente parece su mensaje para encarar Tenet, porque en cada secuencia de acción donde reina el caos de los objetos que van y vienen, y no se tiene certeza de qué sucede realmente hasta un obligado -y muy recomendado- segundo visionado, siempre se está al borde del asiento, recordando al mejor Nolan, como aquella secuencia de la unión de la nave y la base espacial en Interstellar, la persecución del camión en The Dark Knight o el clímax entero de Inception. Otro factor que juega muy a favor de la espectacularidad de Tenet es el impresionante trabajo detrás de cámaras. Gracias a un Nolan que una vez más escapa al abuso del CGI y con ayuda de la muy buena fotografía de Hoyte Van Hoytema, la precisa edición de Jennifer Lane -muy laureada en 2018 por su trabajo en Hereditary– y la increíble musicalización del galardonado Ludwig Goransson, quien nos hace olvidar casi de inmediato de la falta de Hans Zimmer, se exprimen al máximo el verdadero choque de un Boeing 747, las coreografías de combate contra un misterioso enemigo invertido o el ambicioso robo de un objeto valioso, haciéndolas algunas de las escenas más emocionantes vistas en la carrera del también director de Memento. No obstante, el equipo que no sale tan bien parado es el que está frente a cámaras… dejando de lado las anecdóticas apariciones de Michael Caine -el único hombre que podría hacer interesante hasta a la lista del supermercado-, un cumplidor Aaron Taylor-Johnson y Clémence Poésy. En realidad, al único que realmente se le permite brillar es a un inmejorable Robert Pattinson, quien carga con la única escena genuinamente emocional de la película. En una luz más negativa está el antagonista de Kenneth Branagh, Andrei Sator -sí, la película está cargada de referencias al cuadrado de Sator-, quien construye a base de sobreactuación a un villano soso y cuyas motivaciones nos recuerdan que, dejando de lado las muy bien planteadas complejidades temporales de la película, el argumento de Tenet no está a la altura de sus piezas. Casi se puede decir lo mismo de Elizabeth Debicki, quien hace lo mejor que puede con la abismal misión que se le da: crear empatía solo por tener un hijo que no aparece ni un minuto en pantalla. Puede que Tenet no sea el regreso del director británico más logrado y consistente, pero no hay dudas de que sí del más espectacular y atrapante. Incluso cuando el cineasta está ofreciendo lo que inevitablemente será considerada como una obra menor en su impecable carrera -pese a su inmensa ambición-, hace lo suficiente para que ir a ver su trabajo en pantalla grande valga la pena. No hay duda de que la película es la excusa ideal para reencontrarse con la sala obscura, quizás hasta en repetidas ocasiones -de verdad se presta a eso-, siempre poniendo la máxima atención a la que se podría considerar como la brusca y ciertamente imperfecta culminación de todas las inquietudes del Nolan con el tiempo, los robos perfectamente ejecutados y el cine de espías a la James Bond. ¡Disfrútenla!
¿Qué tanto se puede ensuciar un vestido de bodas? Los realizadores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillet parecen tener la respuesta: lo que sea necesario, mientras el resultado sea memorable. Y es que Ready or Not, la nueva propuesta de género que marca el segundo trabajo como realizadores de los mencionados, es un grácil entretenimiento que hace brillar a sus mayores aciertos, danzando con habilidad entre ser una suerte de muy sangriento thriller de supervivencia y una desopilante comedia negra, siempre teniendo en mente su carga de sátira social.
Aun con sus altas y sus bajas, a 2019 se le podría recordar con solemnidad temática como el año del paso del tiempo.
Ladino, taimado y extremadamente carismático, la historia de Ted Bundy ha sido una de las que más ha fascinado a Estados Unidos en su largo historial de asesinos seriales que, por supuesto, no han tardado en ser transpuestos a la pantalla grande. Sin embargo, el popular criminal no había pasado por las manos capaces de horrorizar con sus irremediablemente atroces acciones, hasta que Joe Berlinger estrenó Conversations with a Killer: The Ted Bundy Tapes, el inquietante documental que atizó la conversación en torno a la figura del psicópata. Pero el cineasta aún tiene un par de cosas que aportar a la misma, con lo que se encaró a la realización de Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile, de la cual Netflix consiguió sus derechos de distribución en búsqueda de alimentar a su ya gargantuesco catálogo original.
El director Jia Zhangke es uno de esos realizadores chinos que se ha mantenido a la vanguardia del cine -específicamente, de la sexta generación- de su país, excepto por un diferenciador clave en toda su obra: no obedece a los estatutos propagandísticos impuestos por su turbia situación política. En su lugar, opta por empaparla de un desbordante interés hacia la humanidad, así como un revelador -e íntimo- estudio sobre la evolución social, económica y, desde un lado crítico, diplomática de lo que es su nación de origen. Y ahora, tras más de 25 años consolidándose como un talento inoxidable, ofrece una película que recoge todas las virtudes de su cine, un sensible retrato de sus intereses titulado Jiang hu er nv (Ash is Purest White / Esa Mujer).